VA DE...Batiburrillo literario

domingo, 29 de diciembre de 2019

LO QUE DUELE NO ES DE NADIE


Pensamientos de una anciana a la que le mientan la muerte. Y al hilo de una noticia triste:

Hay cosas tan sin amo, tan nuestras, tan sensitivas, TAN DE TODOS Y TAN DE NADIE, que no debieran utilizarse como proclama mitinera disparada desde cualquier tribuna; ni como sermón de ningún púlpito orientado al quemadero de las almas en pena.

Porque esas cosas duelen.

De verdad que duelen.

Si supierais cómo duelen…

Hablo de los dos polos del planeta de la vida: los VIEJOS y los NIÑOS.

Y de aquello de que "Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar/ que es el morir" que decía mi colega, Jorge Manrique, cuando pasó lo de su padre.

Los que están instalados en la tan cálida como pasajera zona del ecuador de la vida, debieran saber que en los polos hace demasiado frío.
Y, como en el cuadro de Rubens de El Niño y la Vieja, solo tenemos velas para calentarnos las manos.
Así que no sopléis con tanto júbilo.

A mí me duelen los VIEJOS, porque sé de lo que hablo.

A mí me duelen los NIÑOS; porque, a pesar de todo, aún me acuerdo y añoro lo de entonces.

A mí me duele LA MUERTE. Cualquier muerte ante la que no se guarda un reverente silencio.

Ya sé que lo nuestro, lo de los viejos, es morirnos. Y eso, aunque no lo parezca, nos asusta.

Los jóvenes parece que no lo saben; y hablan de NUESTRA muerte sin tiento; como algo que se puede rentabilizar lo mismo que un kilo de bacalao o una entrada para los toros.

Si un VIEJO muere solo, sea donde sea el lugar en el que le llega la muerte, seguramente no suceda así porque el político de turno esté atrapado entre dos periodos electorales. Ni porque el clérigo esté fuera de servicio, demasiado solo para echarse a la calle a llevar los oleos, sin palio que lo cubra ni monaguillos que se le sujeten el palio.

Los VIEJOS y los NIÑOS viven y mueren solos porque LOS MEDIANOS están demasiado atosigados con lo de llegar a donde han de estar poco tiempo, porque otros vendrán a moverles el nogal para llevarse sus nueces, aunque ellos no lo sepan.

La responsabilidad (Dios me libre de usar esa feroz palabra llamada “culpa”) es de cualquiera de nosotros; de TODOS. Porque TODOS llegaremos a ese trance llamado MUERTE, con el que no debe mercadearse con utilitarismo; y, sin embargo, cuando aún estamos a tiempo de decir lo que nos duele y lo que nos asusta, nos callamos, no sea que le siente malamente a los soplavelas.

De verdad que pienso -más bien, siento con inmenso dolor- que TODOS debieran/mos saber que esa VIEJA se está muriendo sola, porque políticos, clérigos y humanitas en general (que no “humaniStas) nos encontramos demasiado distraídos; cegados por nuestra viga; demasiado ocupados en buscar pajas en los ojos ajenos.

¡Qué infinita tristeza!
Nosotros, los que ni somos políticos ni clérigos, seguimos con la cantinela de “a-ver-qué-me-das” a cambio de mi voto o de mi vela, en lugar de pensar en un “vamos a ver qué debiera dar yo”. O qué vela puedo compartir.

¡Y qué decir de los NIÑOS!
¿Quién se ocupa de verdad de ellos, salvo en fechas puntuales?
O en los Tribunales (¿de justicia ciega?) sin recursos.
O en los Servicios Sociales (institucionalizados y sin mesa de camilla).
Yo veo a diario cómo se utiliza a los niños como moneda de cambio en los fieros mercadeos de los adultos, y recuerdo aquella terrible novela de mi juventud, donde todos leíamos desgarros, sin comprender quiénes hicieron posible “La cabaña del tío Tom”.

Los políticos (de cualquier sigla), y los clérigos (de cualquier creencia) no debieran utilizar para su causa lo que es de todos:
• Ancianos
• Niños
• Muerte

Porque duele. De verdad que duele.

Claro está que tampoco nosotros debiéramos hacerles coro a unos y a otros, impidiéndoles pensar/sentir en silencio.
Ni debiéramos hacerles un vocinglero corro de PALMEROS o de DETRACTORES, como se les hacía en otros tiempos a los chamarileros que, desde la trasera de su camioneta ambulante estacionada en medio de la Plaza, engañifaban a grito pelado, pregonando falsos crecepelos, y colgando de ramalillos amarrados a los postes municipales unas mantas zamoranas que no alcanzaban a cubrirle los pies a TODOS.

En CasaChina. En un 29 de Diciembre de 2019

He publicado estas letras al hilo de la noticia aparecida en prensa, en la que todos (incluidos los hijos) piden responsabilidades, o censuran al contrario; pero nadie estuvo junto a esa mujer... https://www.diariojaen.es/provincia/ubeda/el-caso-de-la-mujer-que-murio-en-el-hospital-de-ubeda-aun-en-instruccion-YA5442607

martes, 10 de diciembre de 2019

¿QUERRÁN MATARME?


130/2019
       Vivir es una especie de depresión crónica con momentáneas mejorías intermitentes.
No hay edad que se libre de esa depresión. La infancia está cargada de terrores; la adolescencia no encuentra comprensión; la juventud se deshace en desamores, la madurez se convierte en lo que ya no podrá ser, y la vejez es una espera desabrigada de ese final que casi siempre llega demasiado pronto.
Así que, visto que el siempre codiciado equilibrio inestable está en las intermitencias que se gasta la felicidad, mejor será amigarme con mi vida y sus intermitencias. O con mi depresión vital, que viene a ser lo mismo.

Eso sí:
si hay algo que jamás se le debe decir a un deprimido es aquello de “anda y anímate”.

¿Anímate a qué? ¿A no saber qué sería de mí sin mis padres? −nos lloriquearía el niño, nadando a contracorriente en sus terrores nocturnos, esos en los que vive el lobo del que tanto le han hablado durante el día.
¿Anímate a qué? ¿A que nadie entienda que ni yo mismo puedo entenderme? −Respondería el adolescente, dispuesto a descargar su loquería hormonal a mandoble limpio contra el enemigo invisible de su extravío, agravado con esos “cuando yo tenía tu edad…”.
¿Anímate a qué? ¿A ver cómo mi amor se va con otro amor mejor maquillado, después de partirme el alma? −Responderá esa criatura metida en la veintena, mientras mira en el armario de las medicinas familiares si quedan suficientes píldoras en el botecito de los sueños artificiales de los papis o bastante en cerveza en el frigorífico.
¿Anímate a qué? ¿A seguir trabajando de sol a sol para ver si también este mes consigo pagar la maldita hipoteca de la maldita casa que sigue siendo del Banco desde tiempo inmemorial? −se soliviantará a coro aquella parejita para la que el día de su boda amaneció de color de rosa en una de las tantas intermitencias de la vida.
¿Anímate a qué? ¿A tener que tragarme como un jarabe amargo la poca dignidad que me van dejando los que me “cuidan” con gesto de “hay que ver cómo se resisten los viejos a descansar para siempre”?

Durero
A ver cómo puedo decirlo para explicarme
sin que nadie tenga que pensar
que ando diciéndoles lo que hay que hacer.

Bien pensado, no me queda otro camino que hablar de mí.
Veamos:
·    Estoy viva.
·    En consecuencia, estoy aquejada de esta depresión endógena que es estar viva cuando ya se han ido otros a los que no quiero echar de menos.
·    A veces experimento mejorías transitorias, rotuladas como “felicidad”, semejantes a pequeñas muertes pasajeras.
·    Si me animo demasiado, me muero. (De eso estoy segura).
·    Así que…

Que nadie me diga eso de “anímate”, ni me pregunte con sonrisa condescendiente lo de “pero a ti qué te falta”.

Porque, en lo de animarme, ya se encarga la vida de proporcionarme mejorías transitorias que me sientan bastante bien mientras me las bebo a borbotones, tras haber aprendido por mi cuenta a asumir la resaca de saber que se trata de espejismos pasajeros. Y en cuanto a pensar en eso de que no me falta nada para ser feliz, a lo mejor hasta tienen razón; pero, a estas alturas de la vida, se me hace demasiado trabajoso lo hacer recuentos, NO de LO que me falta, sino de LOS que me faltan.
Puestos a no hacer recuentos de carencias cual quejica contadora, mejor hablamos de lo que me sobra: me sobra esa manía que tiene el personal de meterse a decirle a los demás o a decirme a mí lo que tengo que hacer para terminar con esta depresión crónica que, en definitiva, es la vida misma.

Tengo para mí que,
cada vez que me dicen
“anímate, mujer”,
lo que quieren es matarme
(de miedo).

Abundando en lo ya dicho, no conozco frase más odiosa que esa de “tú lo que tienes que hacer es…”. 
 Y es que lo de equivocarse por uno mismo es el mayor acto de libertad que puede concedérsenos.
Así que, como siempre habrá listillos, o curanderos de mercadillo, dispuestos a dar lecciones de cómo debo vivir yo, y yo NO estoy por la labor de contestarles que lo que tienen que hacer ellos es no decime lo que yo tengo que hacer, mejor me tapo los oídos con música de la de regalarme una mejoría pasajera. Hoy va a ser el “Oh, mio babbino caro” −por poner un ejemplo− con lo que sigo a mi bola: gozando de esta depresión crónica que es seguir viva escuchando una buena ópera que me redima del silencio.

En CasaChina. En un 10 de Diciembre de 2019
https://youtu.be/2SlBrxS66kE

LA PRESUNCIÓN DE INDECENCIA

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