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miércoles, 23 de agosto de 2017

DE LA RESURRECCIÓN DE LAS MOSCAS Y SU VIDA PERDURABLE



50/2017

(Entre las hojas de un cuaderno)

        Después de este verano en Bedmar, majadero sería por mi parte negar la vida perdurable de las moscas a tenor de las que me han rodeado y me rodean a diario, a pesar de que las viejas cuadras -su hábitat natural- se convirtieron, tiempo ha, en cocheras; los corrales ascendieron al empleo estacional de patios con dompedros y aspidistras, que son plantas con pocas exigencias en lo del agua; el único vestigio de las bestias que les daban cobijo a semejantes insectos se reducen a algunas argollas encaladas en los tapiales de esos patios; y, del elemento de transporte, locomoción y sustento de bichejos tan cansinos como las moscas, el borrico, sólo queda uno en mi pueblo que yo sepa.
El último borrico de mi pueblo
Lo cual que, en semejantes circunstancias, y abundancia de volatineras, no hacía yo otra cosa que preguntarme si lo de los borricos como criaderos principales de las moscas no sería pura leyenda urbana, para librarnos del pueblerino mosqueo de ser nosotros, los humanitas, quienes en nuestros orígenes estuviéramos destinados a pasarnos la vida sacudiéndonos las moscas ya que, una vez fenecidos, parece que no seamos capaces de semejante tarea de ahuyento. (Que se lo pregunten, si no, a esos angélicos cuyos cuerpos yacen en las azoteas de algunas facultades de medicina porque fueron generosamente “donados a la ciencia” por herederos poco dispuestos a gastarse los cuartos heredados en un enterramiento medianamente decoroso, aunque fuera de tercera. Que de esos intentos me conozco yo a alguna…).
Constatada, pues, teleológicamente, la vida perdurable de las moscas, tócame ahora referirme a un fenómeno ciertamente sobrenatural que, en otros tiempos, hubierase convertido en milagrosería digna de organización de rogativas, y procesioneos con los que distraer el tedio de viejos y larguísimos estíos en los que poco -por no decir nada- había de indulgencia para los pecados de la carne, aunque la carne estuviera en un sinvivir de carne viva. 

Con lo de la milagrería me refiero 
a la resurrección de las moscas.

Bueno será aportar una previa y precisa información sobre las circunstancias que antecedieron a tan singular revelación, diciendo que estar en casa ajena precisa de mucho tiento, no ya para no profanar las costumbres y las inquinas de los dueños del predio, sino, sobre todo, para no incomodar con olores propios que borren la sagrada territorialidad del acogimiento. Por eso entendí la torva mirada que mi anfitriona dirigió al bote de fly del que venía provista, nada más echar la primera rociada sobre un conciliábulo de cuatro o cinco moscas que andaban ellas en tantearse sin miramientos las antenas encima de mi torta de pan de aceite.
-¿No te irás a comer eso? -se asqueó mi anfitriona.
-Tenía pensado comérmelo si no te incomoda…
-¿Después de semejante salpique? -acometió con un significativo respingo de nariz.
-Ya sabes: una servidora siempre ha tenido buen estómago y más hambres que figura -me defendí.
Por toda respuesta, la dueña de la casa de acogida veraniega se llevó mi torta de aceite y la tiró sin reparos al cubo de la basura, dejándome las hambres del estómago al mismo nivel que otras hambres de las que no voy a hablar a estas horas siquiera sea por ver si se me aplacan y se me olvidan.

Ya fuera por mi natural considerado, ya fuera porque las carencias del cuerpo y del alma me dejan el cuerpo de esa manera tan pastueña y el alma desarmada, lo cierto es que no opuse la menor resistencia al segundo acto de rapiña, baldeo y desescombro del paisaje y, con mirada mansa, contemplé cómo mi aparato de fly, sustraido durante décadas a las mañas de los modernos depredadores de antiguallas, corría idéntica suerte que la seguida por mi pan de aceite: la bolsa preparada para llevar al estercolero.
-¿No hay demasiadas moscas por aquí? -me atreví a insinuar.
Sin atender a razones, mi anfitriona, ecologista confesa y declarada ella, puso en mis manos una especie de palmeta de plástico ofreciéndose a adiestrarme en la caza mecánica y el exterminio al menudeo de las moscas.
La teoría parecía sencilla: no había que liarse a mandobles tratando de cazarlas al vuelo, sino esperar a que se posaran y, entonces, arrearles con la palmeta despanzurrándolas sin miramientos.
Que conste que, como tengo por costumbre, puse mis cinco sentidos en el adiestramiento para semejante safari. Pero, o estoy mermada de fuerzas o estos bichos han aprendido mucho en los últimos tiempos, y van ahora provistas de chaleco antibalas porque, según yo alzaba mi palmeta, convencida de mi victoria, la mosca de turno se removía, frotaba una de sus alas contra la otra, gruñía un poco, -lo que yo les diga que las moscas gruñen antes de echarse a volar- y alzaba el vuelo hacia mi pierna izquierda, dejándome la autoestima por los suelos, hasta tal punto que, antes de rendir lábaros, y sentirme una inútil funcional, prefiero recurrir al credo. 

Visto lo visto, creo en la resurrección de las moscas y en su vida perdurable. Y muy especialmente, las que caen entre las líneas por escribir de cualquier cuaderno.
Todo por escribir

Menos mal que en pocos días vuelvo a un Madrid donde la bendita contaminación hace tiempo que acabó allí con estos bichos humillantes; eso sí: dejando a los pájaros más hambrientos que el anuncio ese de la televisión que avisa de los males de cualquier exceso.
(Claro que, ya que una ha tenido que renunciar a tantas cosas, tampoco es que me guste demasiado la renuncia a los pájaros por falta de moscas…).

Y, habiendo llegado hasta aquí, no puedo por menos que sentir un escalofrío pensando en mi natural querencia por lo dulce (incluidas las palabras) y el riesgo de quedarme colgada de ello como las moscas de Samaniego, confundiendo pastelillos con panales:
A un panal de rica miel
dos mil moscas acudieron,
que por golosas murieron
presas de patas en él.
Otra dentro de un pastel
enterró su golosina.
Así, si bien se examina,
los humanos corazones
perecen en las prisiones
del vicio que los domina.
SAMANIEGO

En “CasaMagica”. En un 23 de Agosto de 2017

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