VA DE...Batiburrillo literario

martes, 31 de octubre de 2023

MÁS CLARO, AGUA - Dicho queda

JAENEANDO APRENDIDURÍAS
(Primer Mandamiento del Escritor)

150/2023. Jaeneando/DichoQueda

    Hace un tiempo, cuando todavía no estaba vigente (y sangrante) lo del lenguaje inclusivo, redacté yo LOS DIEZ MANDAMIENTOS DEL ESCRITOR, mismamente para uso privado, entre otras cosas porque carezco de la facultad de ser Dios por muy posesa que esté en mi jactancia de escritorA y, en consecuencia, nadie me ha legitimado como mandamás literaria.

    (Como mucho, me considero diosEsa. Pero esa es otra historia. Una historia pasada sobre que algún día volveré si tengo tiempo).

    Dejémonos de digresiones entreparentesimadas, y volvamos a lo que estábamos.

    Entre mis diez divinos mandamientos (que no mandamientAs), allí sigue vivito y coleando el primero de los Mandamiento de la Ley del Escritor: “Amar la lectura sobre todas las cosas”.

    Escribir, por el mero hecho de constituir un privilegio, implica sus obligaciones, entre las que ocupa el primer lugar la obligación de leer. Se pongan como se pongan, quien no lee no merece (la pena) ser leído.

    Como es público y notorio, mis lecturas diarias comienzan con la lectura de Diarios. Y, entre los Diarios a leer, ocupa lugar preferente el DIARIO JAÉN, aunque sólo sea por aquello de que una servidora escribe en él, y más concretamente en la “página de opinión” de “de vez en cuando”. (Tendré que plantearme si lo de “arrimar el ascua a la sardina propia” pudiera convertirse en pecado o en mandato sacramental).

    Hoy, a pesar de mi facundial querencia, no me toca a mí meter baza en el periódico mismamente. Pero no hay problema; para eso tiene una servidora su blog particular: para desahogarse y dejar dicho lo que tenga que decir, aunque nadie tenga un particular interés en escucharla.

    Pues eso: que al hilo de mi matinal lectura del PERIÓDICO JAÉN, me paro en una CARTA AL DIRECTOR, escrita por un tal RAFA ZAMORANO SANCHO, y me entran las siete cosas de puro goce con lo que se dice en ella.

    Todo sea dicho: Gozo y envidia. Porque, cuando a mí me entran las ciciones cada vez que tengo que apañármelas con 4000 caracteres cuando me llega el turno de lo de mandar mi trabajillo al periódico, va el tal RAFA ZAMORANO SANCHO y embute, en un puñadillo de caracteres de nada, nada menos que una lección de historia, una crónica política, un catálogo textil y estilístico, y una sospecha más que razonable que, desde mi natural conspiranóico, ya venía yo rumiando con mis aviesas intenciones de siempre. Pero lo que más me ha estremecido es esa arenga pacifista que viene a decir algo así como “pero-mira-que-somos-zoquetes”. ¿hasta cuando vamos a seguir partiéndonos la propia cara?

    Tendré que leerlo otra vez, a ver si aprendo. (A escribir y a lo otro).

    Dicho queda.

En CasaChina. En un 31 de Octubre de 2023

 

domingo, 29 de octubre de 2023

LA TEJEDORA - Cuento magistral

Tejer y destejer
Que nadie crea que puede vivir del color tejido por una mujer. Puede ser destejido.

Se despertaba cuando todavía estaba oscuro, como si pudiera oír al sol llegando por detrás de los márgenes de la noche. Luego, se sentaba al telar.

Comenzaba el día con una hebra clara. Era un trazo delicado del color de la luz que iba pasando entre los hilos extendidos, mientras afuera la claridad de la mañana dibujaba el horizonte.

Después, lanas más vivaces, lanas calientes iban tejiendo hora tras hora un largo tapiz que no acababa nunca.

Si el sol era demasiado fuerte y los pétalos se desvanecían en el jardín, la joven mujer ponía en la lanzadera gruesos hilos grisáceos del algodón más peludo. De la penumbra que traían las nubes, elegía rápidamente un hilo de plata que bordaba sobre el tejido con gruesos puntos. Entonces, la lluvia suave llegaba hasta la ventana a saludarla.

Pero si durante muchos días el viento y el frío peleaban con las hojas y espantaban los pájaros, bastaba con que la joven tejiera con sus bellos hilos dorados para que el sol volviera a apaciguar a la naturaleza.

De esa manera, la muchacha pasaba sus días cruzando la lanzadera de un lado para el otro y llevando los grandes peines del telar para adelante y para atrás.

No le faltaba nada. Cuando tenía hambre, tejía un lindo pescado, poniendo especial cuidado en las escamas. Y rápidamente el pescado estaba en la mesa, esperando que lo comiese. Si tenía sed, entremezclaba en el tapiz una lana suave del color de la leche. Por la noche, dormía tranquila después de pasar su hilo de oscuridad.

Tejer era todo lo que hacía. Tejer era todo lo que quería hacer.

Pero tejiendo y tejiendo, ella misma trajo el tiempo en que se sintió sola, y por primera vez pensó que sería bueno tener al lado un marido.

No esperó al día siguiente. Con el antojo de quien intenta hacer algo nuevo, comenzó a entremezclar en el tapiz las lanas y los colores que le darían compañía. Poco a poco, su deseo fue apareciendo. Sombrero con plumas, rostro barbado, cuerpo armonioso, zapatos lustrados. Estaba justamente a punto de tramar el último hilo de la punta de los zapatos cuando llamaron a la puerta.

Ni siquiera fue preciso que abriera. El joven puso la mano en el picaporte, se quitó el sombrero y fue entrando en su vida.

Aquella noche, recostada sobre su hombro, pensó en los lindos hijos que tendría para que su felicidad fuera aún mayor.

Y fue feliz por algún tiempo. Pero si el hombre había pensado en hijos, pronto lo olvidó. Una vez que descubrió el poder del telar, sólo pensó en todas las cosas que éste podía darle.

−Necesitamos una casa mejor −le dijo a su mujer−. Y a ella le pareció justo, porque ahora eran dos. Le exigió que escogiera las más bellas lanas color ladrillo, hilos verdes para las puertas y las ventanas, y prisa para que la casa estuviera lista lo antes posible. Pero una vez que la casa estuvo terminada, no le pareció suficiente.

−¿Por qué tener una casa si podemos tener un palacio? −preguntó−. Sin esperar respuesta, ordenó inmediatamente que fuera de piedra con terminaciones de plata.

Días y días, semanas y meses trabajó la joven tejiendo techos y puertas, patios y escaleras y salones y pozos. Afuera caía la nieve, pero ella no tenía tiempo para llamar al sol. Cuando llegaba la noche, ella no tenía tiempo para rematar el día. Tejía y entristecía, mientras los peines batían sin parar al ritmo de la lanzadera.

Finalmente, el palacio quedó listo. Y entre tantos ambientes, el marido escogió para ella y su telar el cuarto más alto, en la torre más alta.

−Es para que nadie sepa lo del tapiz −dijo−. Y antes de poner llave a la puerta le advirtió:

−Faltan los establos. ¡Y no olvides los caballos!

La mujer tejía sin descanso los caprichos de su marido, llenando el palacio de lujos, los cofres de monedas, las salas de criados. Tejer era todo lo que hacía. Tejer era todo lo que quería hacer.

Y tejiendo y tejiendo, ella misma trajo el tiempo en que su tristeza le pareció más grande que el palacio, con riquezas y todo. Y por primera vez pensó que sería bueno estar sola nuevamente.

Sólo esperó a que llegara el anochecer. Se levantó mientras su marido dormía soñando con nuevas exigencias. Descalza, para no hacer ruido, subió la larga escalera de la torre y se sentó al telar.

Esta vez no necesitó elegir ningún hilo. Tomó la lanzadera del revés y, pasando velozmente de un lado para otro, comenzó a destejer su tela. Destejió los caballos, los carruajes, los establos, los jardines. Luego destejió a los criados y al palacio con todas las maravillas que contenía. Y nuevamente se vio en su pequeña casa y sonrió mirando el jardín a través de la ventana.

La noche estaba terminando, cuando el marido se despertó extrañado por la dureza de la cama. Espantado, miró a su alrededor. No tuvo tiempo de levantarse. Ella ya había comenzado a deshacer el oscuro dibujo de sus zapatos y él vio desaparecer sus pies, esfumarse sus piernas. Rápidamente la nada subió por el cuerpo, tomó el pecho armonioso, el sombrero con plumas.

Entonces, como si hubiese percibido la llegada del sol, la muchacha eligió una hebra clara. Y fue pasándola lentamente entre los hilos, como un delicado trazo de luz que la mañana repitió en la línea del horizonte.

 

LA TEJEDORA - Marina Colasanti

 

Marina Colasanti (Asmara, Eritrea –colonia italiana-, 1937). Artista plástica, traductora, periodista, ilustradora y escritora ítalo-brasileña, quien a lo largo de su carrera ha incursionado en la escritura de diversos géneros literarios como la poesía, el ensayo, la literatura infantil y juvenil y la narrativa, con numerosas publicaciones en portugués, algunas de las cuales han sido traducidas al español, como es el caso de Hablando de amor (cuentos, 1988), Una idea maravillosa (LIJ, 1991), La mano en la masa y otros cuentos (LIJ, 1995), La joven tejedora (LIJ, 2004) –libro al cual pertenece el cuento que aquí se publica- y El hombre que no paraba de crecer (LIJ, 2005), entre otras. Como reconocimiento a su obra literaria, ganó el primer premio del Concurso Latinoamericano de Cuentos para Niños convocado por UNICEF y Funcec con su relato “La muerte y el rey” (1994); y obtuvo el Jabuti, premio que otorga la Cámara Brasileña del Libro, en tres ocasiones (1993, 1994 y 1997). También recibió el Premio Norma Fundalectura en el año 1996, por su texto Lejos como mi querer.


 

LAS TEJEDORAS DE MÁGINA

Las Tejedoras de Mágina

 y

El TiempoPasado

147/2023

    Hace algún tiempo, las que ahora se conocen como las MujeresEnganchadas de SierraMágina, tras escuchar un cuento que después les contaré, concibieron una de las tareas más importantes entre todas las que hayan podido imaginarse y ejecutarse allí: la de plantarle cara a la insolencia con la que el TiempoNuevo se afanó en borrar aquí y allá los paisajes de nuestras cosas, y obligarlo a entender que ni tanto ni tan poco. Aunque ese jovenzano a punto estuvo de conseguir sus propósitos, de no ser por el tesón y la voluntad de aquellas Mujeres.

    Sucedió así, más o menos, aunque nadie recuerda cuando comenzó semejante desmoronamiento que las llevara a movilizarse.

    Parece ser que por entonces alguien informó sobre un hecho confuso, carente en apariencia de mayor importancia, pero que, como aún a día de hoy podemos comprobar, traería consecuencias de todo orden para la Comarca.

    Según se escuchó, esa mañana, antes del amanecer, el TiempoNuevo había aparejado su mejor mula y, a tenor de los bártulos que le vieron meter en el serón, nadie podría dudar de que en sus intenciones estaba el hacer un largo viaje. No se sabe muy bien en cuál de nuestros quince Pueblos comenzaría su periplo, pero fue visto, casi al mismo tiempo,  en todos ellos, y cada uno de ellos hacía siempre las mismas preguntas: “¿Tienen algún calendario en su casa?”. Cuando la respuesta era afirmativa, echaba mano de su gran astucia, y se hacía convidar por el vecino que afirmaba tenerlo; y, ya dentro de las casas, no paraba de hablar hasta convencer al Hombre-de-la-Casa de que aquellos calendarios eran tan dañinos que no buscaban otra cosa que mantenerlos presos dentro de uno de sus peores enemigos: el TiempoPasado.

    “¿No serás tan garrulo que quieras condenarte a convivir con el más inservible de mis antepasados”? −remataba el TiempoNuevo como último argumento ante cualquier vecino terco que se empecinara en seguir viendo pasar el tiempo a su manera.

    El tiempo iba pasando y el TiempoNuevo no cejaba. Cuando se convencía de haber retirado de la circulación todos los calendarios de los que le daban razón en un pueblo, se iba a otro, dispuesto a repetir la tarea. Y así siguió hasta hacer el recorrido completo, incluidas las aldeas, cortijadas y pedanías de Sierra Mágina.

    Lo que menos trabajo le costó al TiempoNuevo fue convencer a los dueños de las papelerías para que le entregaran toda la reserva de calendarios que guardaran para el año. Sólo tuvo que pagarles su precio y dejó desabastecidos aquellos alarmantes establecimientos que proveían al vecindario de semejantes antiguallas.

    De todas maneras, había algo que le causaba cierta comezón: en la mayoría de las casas visitadas en busca de calendarios había visto él a alguna mujer enganchada a un hilo, tejiendo viejendades que le daban mucho que pensar. Si esas resistencias añejas no eran borradas en condiciones eran capaces de hacer peligrar su esfuerzos para volver al pasado. Por eso, y en previsión de semejante contingencia, en la última papelería que visitó pidió el TiempoNuevo, que le vendieran la goma de borrar más grande que tuvieran para poder borrar cualquier TiempoPasado aunque tuviera que hacerlo poniendo en evidencia lo antediluviano de aquellas insurgentes Mujeres.

    Así fue cómo el TiempoNuevo empleo un largo trecho de su tiempo en ejecutar su gran proyecto: modernizar nuestra Comarca a su manera, que no era otra que la de borrar hasta en el último rincón de SierraMágina cualquier vestigio del TiempoPasado, quien, dicho sea de paso, no le merecía en menor respeto, razón por la cual rehusó la propuesta de coexistencia que este le propuso.

    Justo será decir que el TiempoPasado, aunque pareciera que se había batido en retirada para que nadie lo tildara de cateto, no dio su brazo a torcer, y, aunque vio con tristeza cómo, sin calendarios de los que echar mano para orientarse, los vecinos iban abandonando sus viejos oficios, y vendiendo sus borricos y sus caballerías, y llevando a los museos sus trillos y sus rastras, y desapareciendo ellos mismos, poco a poco, de los Pueblos, el no dejaba de incordiar allí, donde quisieran escucharlo; pero, sobre todo, donde sabía que había mejor equipo con el que armar la resistencia: las Mujeres-de-SierraMágina; las que se quedaron a guardarnos las costumbres y las que, cuando regresaban a los Pueblos, se arrimaban a ellas para curiosear en lo antiguo.

    El TiempoPasado decidió valerse de las más viejas, haciéndolas salir a sus puertas a tomar la fresca en cuanto el tiempo lo permitía. Así ellas, mientras tanto, armadas con sus ganchillos, y enganchadas ellas mismas de un hilo, comenzaron a tejer en todos los colores imaginables, aunque en un principio apenas les llegó el hilo para adornar una Navidad.

    Por entonces llegó a uno de nuestros Pueblos una Maestra que sabía muy bien que la VidaVerdadera vivía en los libros, y que los libros eran sólo libros, sin ir presumiendo por ahí de sus orígenes capitalinos o rurales. Cuando vio a aquellas mujeres de SierraMagina haciendo equilibrios con el tiempo, enganchadas a la VidaPasada sin más sujeción que sus ganchillos y sus hilos de colores, fue cuando comprendió que el rescate del TiempoPasado no podían hacerlo más que ellas. Y que, si ella encontraba cómo entrarles para que se sintieran lo que de verdad eran, que no era otra cosa que Guardianas-del-Tiempo, lo harían, aunque el TiempoNuevo se empeñara en que esas tareas eran simples cosas de mujeres dispuestas a perder lo único que de verdad vale: el Tiempo-a-Secas.

    Sin embargo, aunque las Mujeres-de-Siempre siguieran tejiendo en las puertas de sus casas, nunca pensaban que aquello que hacían fuera algo de valor, lo que comenzaba a desesperar a LaMaestra, hasta que un día cayó en sus manos un viejo cuento. Se titulaba <LA TEJEDORA> y lo había escrito una mujer, Marina Colasanti, cuando sus duendes le revelaron la manera de conseguir ser ella; sólo ella.

    Dispuesta a llevar adelante su plan, una mañana LaMaestra buscó a LaPregonera y le pidió que convocara y reuniera en la PlazaMayor a LasMujeres de SierraMágina, entre las que estaban las últimas tejedoras. Cuando todas estaban allí, sacó de su cenacho una libreta, la abrió por la primera página, y, entre LaPregonera y ella misma les leyeron el cuento.

    Desde entonces, nuestros Pueblos, enganchados del hilo de las MujeresTejedoras de SierraMágina van rescatando viejos colores, sabores y haceres que sólo las Mujeres podían rescatar.

    Hay quien dice −sin dobles intenciones por supuesto− que hasta se ha escuchado el rebuzno nocturno de algún borrico y se ha visto personal por los atochares arrancando esparto con el que hacer pleita. Habrá que investigar si todo eso es verdad o si es otro más de tantos cuentos como todavía se cuentan por nuestra tierra.

    Lo que es una verdad irreversible es que ahí siguen nuestras mujeres; nuestras Enganchadas, tejiendo con colores indelebles el destino de nuestros Pueblos. Cuidando para los TiemposVenideros las mejores usanzas y ritos de cualquier TiempoPasado.

    Mujeres apoderadas, tejedoras de su propio destino.

    Solas. Pero conscientes de que su soledad las redime.

     Como en el cuento del que les hablaba al inicio y les cuento ahora:

En CasaChina. En un 28 de Octubre de 2023

 


LA TEJEDORA

Se despertaba cuando todavía estaba oscuro, como si pudiera oír al sol llegando por detrás de los márgenes de la noche. Luego, se sentaba al telar.

Comenzaba el día con una hebra clara. Era un trazo delicado del color de la luz que iba pasando entre los hilos extendidos, mientras afuera la claridad de la mañana dibujaba el horizonte.

Después, lanas más vivaces, lanas calientes iban tejiendo hora tras hora un largo tapiz que no acababa nunca.

Si el sol era demasiado fuerte y los pétalos se desvanecían en el jardín, la joven mujer ponía en la lanzadera gruesos hilos grisáceos del algodón más peludo. De la penumbra que traían las nubes, elegía rápidamente un hilo de plata que bordaba sobre el tejido con gruesos puntos. Entonces, la lluvia suave llegaba hasta la ventana a saludarla.

Pero si durante muchos días el viento y el frío peleaban con las hojas y espantaban los pájaros, bastaba con que la joven tejiera con sus bellos hilos dorados para que el sol volviera a apaciguar a la naturaleza.

De esa manera, la muchacha pasaba sus días cruzando la lanzadera de un lado para el otro y llevando los grandes peines del telar para adelante y para atrás.

No le faltaba nada. Cuando tenía hambre, tejía un lindo pescado, poniendo especial cuidado en las escamas. Y rápidamente el pescado estaba en la mesa, esperando que lo comiese. Si tenía sed, entremezclaba en el tapiz una lana suave del color de la leche. Por la noche, dormía tranquila después de pasar su hilo de oscuridad.

Tejer era todo lo que hacía. Tejer era todo lo que quería hacer.

Pero tejiendo y tejiendo, ella misma trajo el tiempo en que se sintió sola, y por primera vez pensó que sería bueno tener al lado un marido.

No esperó al día siguiente. Con el antojo de quien intenta hacer algo nuevo, comenzó a entremezclar en el tapiz las lanas y los colores que le darían compañía. Poco a poco, su deseo fue apareciendo. Sombrero con plumas, rostro barbado, cuerpo armonioso, zapatos lustrados. Estaba justamente a punto de tramar el último hilo de la punta de los zapatos cuando llamaron a la puerta.

Ni siquiera fue preciso que abriera. El joven puso la mano en el picaporte, se quitó el sombrero y fue entrando en su vida.

Aquella noche, recostada sobre su hombro, pensó en los lindos hijos que tendría para que su felicidad fuera aún mayor.

Y fue feliz por algún tiempo. Pero si el hombre había pensado en hijos, pronto lo olvidó. Una vez que descubrió el poder del telar, sólo pensó en todas las cosas que éste podía darle.

−Necesitamos una casa mejor −le dijo a su mujer−. Y a ella le pareció justo, porque ahora eran dos. Le exigió que escogiera las más bellas lanas color ladrillo, hilos verdes para las puertas y las ventanas, y prisa para que la casa estuviera lista lo antes posible. Pero una vez que la casa estuvo terminada, no le pareció suficiente.

−¿Por qué tener una casa si podemos tener un palacio? −preguntó−. Sin esperar respuesta, ordenó inmediatamente que fuera de piedra con terminaciones de plata.

Días y días, semanas y meses trabajó la joven tejiendo techos y puertas, patios y escaleras y salones y pozos. Afuera caía la nieve, pero ella no tenía tiempo para llamar al sol. Cuando llegaba la noche, ella no tenía tiempo para rematar el día. Tejía y entristecía, mientras los peines batían sin parar al ritmo de la lanzadera.

Finalmente, el palacio quedó listo. Y entre tantos ambientes, el marido escogió para ella y su telar el cuarto más alto, en la torre más alta.

−Es para que nadie sepa lo del tapiz −dijo−. Y antes de poner llave a la puerta le advirtió:

−Faltan los establos. ¡Y no olvides los caballos!

La mujer tejía sin descanso los caprichos de su marido, llenando el palacio de lujos, los cofres de monedas, las salas de criados. Tejer era todo lo que hacía. Tejer era todo lo que quería hacer.

Y tejiendo y tejiendo, ella misma trajo el tiempo en que su tristeza le pareció más grande que el palacio, con riquezas y todo. Y por primera vez pensó que sería bueno estar sola nuevamente.

Sólo esperó a que llegara el anochecer. Se levantó mientras su marido dormía soñando con nuevas exigencias. Descalza, para no hacer ruido, subió la larga escalera de la torre y se sentó al telar.

Esta vez no necesitó elegir ningún hilo. Tomó la lanzadera del revés y, pasando velozmente de un lado para otro, comenzó a destejer su tela. Destejió los caballos, los carruajes, los establos, los jardines. Luego destejió a los criados y al palacio con todas las maravillas que contenía. Y nuevamente se vio en su pequeña casa y sonrió mirando el jardín a través de la ventana.

La noche estaba terminando, cuando el marido se despertó extrañado por la dureza de la cama. Espantado, miró a su alrededor. No tuvo tiempo de levantarse. Ella ya había comenzado a deshacer el oscuro dibujo de sus zapatos y él vio desaparecer sus pies, esfumarse sus piernas. Rápidamente la nada subió por el cuerpo, tomó el pecho armonioso, el sombrero con plumas.

Entonces, como si hubiese percibido la llegada del sol, la muchacha eligió una hebra clara. Y fue pasándola lentamente entre los hilos, como un delicado trazo de luz que la mañana repitió en la línea del horizonte.

 

LA TEJEDORA - Marina Colasanti

 

Marina Colasanti (Asmara, Eritrea –colonia italiana-, 1937). Artista plástica, traductora, periodista, ilustradora y escritora ítalo-brasileña, quien a lo largo de su carrera ha incursionado en la escritura de diversos géneros literarios como la poesía, el ensayo, la literatura infantil y juvenil y la narrativa, con numerosas publicaciones en portugués, algunas de las cuales han sido traducidas al español, como es el caso de Hablando de amor (cuentos, 1988), Una idea maravillosa (LIJ, 1991), La mano en la masa y otros cuentos (LIJ, 1995), La joven tejedora (LIJ, 2004) –libro al cual pertenece el cuento que aquí se publica- y El hombre que no paraba de crecer (LIJ, 2005), entre otras. Como reconocimiento a su obra literaria, ganó el primer premio del Concurso Latinoamericano de Cuentos para Niños convocado por UNICEF y Funcec con su relato “La muerte y el rey” (1994); y obtuvo el Jabuti, premio que otorga la Cámara Brasileña del Libro, en tres ocasiones (1993, 1994 y 1997). También recibió el Premio Norma Fundalectura en el año 1996, por su texto Lejos como mi querer.

 


 

LA PRESUNCIÓN DE INDECENCIA

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