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lunes, 25 de septiembre de 2023

REGRESAR A NAUPLIA: Promesa incumplida

(MicroLugares375)

133/2023

         En realidad, no recuerdo que aquel día de hace cuarenta años pasaran grandes cosas. Sólo que éramos jóvenes.

Era media mañana y hacía calor como corresponde a un mes de agosto en Grecia. Tras echar un vistazo a la Plaza Sintagma, tomamos un taxi y, como el idioma es tan raruso para nosotros como lo es para ellos el nuestro, sólo pronunciamos una palabra: Nauplia.

         El trayecto fue silencioso. Había mucho que mirar, y mucho que sentir como para gastarnos en palabras. Sólo las manos se decían algo entre sí con minúsculas presiones, dependiendo de sus emociones.

         El taxista se detuvo en el bordillo, señaló la cifra del taxímetro y pronunció “dracmas” que le abonamos respetando su silencio, roto sólo por un “esgaristof” al que respondimos con nuestro inseguro “de nada”. Luego, sin despegar los labios, señaló las butaquitas de mimbre con cojines de loneta del bar junto al mar y volvió a poner su taxi en marcha.

Sentados en aquellas butaquitas frente al mar, siempre escatimando en palabras la abundancia de las turbaciones, dejamos que las manos chacharearan mientras nosotros vagábamos más allá de lo que los ojos eran capaces de alcanzar.

Allí, a pocos metros de la orilla, sobre una isla minúscula, un castillito cuyo nombre no recuerdo competía con la jactancia de las fortificaciones de tierra firme mientras nosotros bebíamos cerveza y callábamos sin más necesidades.

−Resume en una sola palabra este momento −dijo él.

−Plenitud −respondí−. Y seguí mirando y bebiendo cerveza fresquita.

Aquel día aún hicimos alguna desganada incursión turística, de la que recuerdo un pueblecito en cuyos tendederos al aire libre se secaban peces en lugar de sábanas, y en cuyo alojamiento las sábanas eran menos pacíficas que sus paredes.

Al caer la tarde, volvimos a las butaquitas de mimbre frente al castillejo marino, comimos pescado seco, bebimos más cerveza y, cuando nos lo permitió la oscuridad, metimos baza en las conversaciones de las manos.

−Habrá que regresar a Nauplia −dijo él.

−Volveremos −preconicé, como juramentándonos, sin saber todavía que él emprendería su último viaje antes de cumplir nuestra promesa.

¿Tarde? Nunca es tarde para regresar a Nauplia.

¡Quién sabe! A lo mejor, hasta me está esperando, sentado en una butaquita de mimbre frente a la islita con castillo.

 

En CasaChina. En un 25 de Septiembre de 2023

 

CARTA ABIERTA A MIGUEL FERNÁNDEZ PALACIOS GORDÓN

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