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martes, 10 de diciembre de 2019

¿QUERRÁN MATARME?


130/2019
       Vivir es una especie de depresión crónica con momentáneas mejorías intermitentes.
No hay edad que se libre de esa depresión. La infancia está cargada de terrores; la adolescencia no encuentra comprensión; la juventud se deshace en desamores, la madurez se convierte en lo que ya no podrá ser, y la vejez es una espera desabrigada de ese final que casi siempre llega demasiado pronto.
Así que, visto que el siempre codiciado equilibrio inestable está en las intermitencias que se gasta la felicidad, mejor será amigarme con mi vida y sus intermitencias. O con mi depresión vital, que viene a ser lo mismo.

Eso sí:
si hay algo que jamás se le debe decir a un deprimido es aquello de “anda y anímate”.

¿Anímate a qué? ¿A no saber qué sería de mí sin mis padres? −nos lloriquearía el niño, nadando a contracorriente en sus terrores nocturnos, esos en los que vive el lobo del que tanto le han hablado durante el día.
¿Anímate a qué? ¿A que nadie entienda que ni yo mismo puedo entenderme? −Respondería el adolescente, dispuesto a descargar su loquería hormonal a mandoble limpio contra el enemigo invisible de su extravío, agravado con esos “cuando yo tenía tu edad…”.
¿Anímate a qué? ¿A ver cómo mi amor se va con otro amor mejor maquillado, después de partirme el alma? −Responderá esa criatura metida en la veintena, mientras mira en el armario de las medicinas familiares si quedan suficientes píldoras en el botecito de los sueños artificiales de los papis o bastante en cerveza en el frigorífico.
¿Anímate a qué? ¿A seguir trabajando de sol a sol para ver si también este mes consigo pagar la maldita hipoteca de la maldita casa que sigue siendo del Banco desde tiempo inmemorial? −se soliviantará a coro aquella parejita para la que el día de su boda amaneció de color de rosa en una de las tantas intermitencias de la vida.
¿Anímate a qué? ¿A tener que tragarme como un jarabe amargo la poca dignidad que me van dejando los que me “cuidan” con gesto de “hay que ver cómo se resisten los viejos a descansar para siempre”?

Durero
A ver cómo puedo decirlo para explicarme
sin que nadie tenga que pensar
que ando diciéndoles lo que hay que hacer.

Bien pensado, no me queda otro camino que hablar de mí.
Veamos:
·    Estoy viva.
·    En consecuencia, estoy aquejada de esta depresión endógena que es estar viva cuando ya se han ido otros a los que no quiero echar de menos.
·    A veces experimento mejorías transitorias, rotuladas como “felicidad”, semejantes a pequeñas muertes pasajeras.
·    Si me animo demasiado, me muero. (De eso estoy segura).
·    Así que…

Que nadie me diga eso de “anímate”, ni me pregunte con sonrisa condescendiente lo de “pero a ti qué te falta”.

Porque, en lo de animarme, ya se encarga la vida de proporcionarme mejorías transitorias que me sientan bastante bien mientras me las bebo a borbotones, tras haber aprendido por mi cuenta a asumir la resaca de saber que se trata de espejismos pasajeros. Y en cuanto a pensar en eso de que no me falta nada para ser feliz, a lo mejor hasta tienen razón; pero, a estas alturas de la vida, se me hace demasiado trabajoso lo hacer recuentos, NO de LO que me falta, sino de LOS que me faltan.
Puestos a no hacer recuentos de carencias cual quejica contadora, mejor hablamos de lo que me sobra: me sobra esa manía que tiene el personal de meterse a decirle a los demás o a decirme a mí lo que tengo que hacer para terminar con esta depresión crónica que, en definitiva, es la vida misma.

Tengo para mí que,
cada vez que me dicen
“anímate, mujer”,
lo que quieren es matarme
(de miedo).

Abundando en lo ya dicho, no conozco frase más odiosa que esa de “tú lo que tienes que hacer es…”. 
 Y es que lo de equivocarse por uno mismo es el mayor acto de libertad que puede concedérsenos.
Así que, como siempre habrá listillos, o curanderos de mercadillo, dispuestos a dar lecciones de cómo debo vivir yo, y yo NO estoy por la labor de contestarles que lo que tienen que hacer ellos es no decime lo que yo tengo que hacer, mejor me tapo los oídos con música de la de regalarme una mejoría pasajera. Hoy va a ser el “Oh, mio babbino caro” −por poner un ejemplo− con lo que sigo a mi bola: gozando de esta depresión crónica que es seguir viva escuchando una buena ópera que me redima del silencio.

En CasaChina. En un 10 de Diciembre de 2019
https://youtu.be/2SlBrxS66kE

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