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domingo, 1 de julio de 2018

EL TIEMPO QUE NOS QUEDA


47/2018


 ¡Felicidades, Gloria!

Ayer fue el estupor.

Nunca resulta fácil enfrentarse a la muerte de los que amamos.
De lo que amamos…
Y menos si ese alguien se muere de repente, sin previo aviso, acarreando en sus alforjas más carga de futuro que de pasado. O si ese algo intensamente amado es un eterno “si-es/ no-es” en nebulosa en la que no acaba de escampar.
A partir de mañana sé que serán los duelos; aunque ya sé que cualquier duelo no podrá ser sino breve por falta de tiempo.

Entre ayer y mañana, me encuentro con este HOY con el que me cuesta tantísimo trabajo saber qué hacer. 

Será porque al día siguiente de cualquier cosa perdida, se siente la tentación de pararse a mirar el resultado devastador de la pérdida en lugar de seguir viviendo las nuevas cosas que se nos ofrecen, sin percibir que las ofertas de la vida tienen plazo de caducidad…que nunca volverán a ser las mismas, y que las añoranzas de lo que ya no es no deja de ser la manera más inútil de malbaratar la irreversible sazón del tiempo que nos queda.

Me cuesta muchísimo trabajo sacudirme la inercia a volver los ojos al ayer, tan lleno de llanto contenido hasta que pude llorar a solas -siempre a solas- al fondo de una Iglesia sin recuerdos; o resistirme a esta malquerencia a preguntarme un “cómo-podré-vivir-mañana” que tan desarmada suele dejarme, aunque siga amando la vida y no tenga ninguna seguridad sobre la existencia de ese temido “mañana”.
El esfuerzo es infinito, pero mi aprendizaje en saber cómo comenzar de nuevo es ya largo; de manera que, con cierta indecisión, desenvuelvo el HOY saltando de la cama que me retiene y me pongo a buscarle una buena razón a este HOY que amanece frío en Madrid a pesar del verano.
Ahí está este HOY: tan lleno de una cosa por la que vivir unas horas más la verticalidad.
Aunque sea una única cosa: felicitar a esa amiga -mítica desmitificadora de sí misma- que cumple años; y que ayer me invitaba a celebrarlo juntas. (Y pronuncio “celebrar” porque hasta el dolor, por lacerante que sea, -y lo es- debe celebrarse, si aún se puede seguir teniendo conciencia vital de sentirlo).

¡Felicidades, amiga!
Volveremos a la vendimia, porque hay nuevas manos que llenen las nuestras de dulces uvas maduras.
 
¿No se te hace raro pensar en que lo de poder seguir cumpliendo años junto a nuevos “álguienes” que aún nos esperan (y casi nos necesitan) es un verdadero privilegio?

En “CasaChina”. En un 1 de Julio de 2018

LA PRESUNCIÓN DE INDECENCIA

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