(Cuentecillo para un día electoral)
En el salón de plenos acabo el recuento de los votos. El perdedor se
acercó al ganador, le dio una cariñosa palmada en la espalda, le guiñó un ojo
-"ahora os toca a ti y a los tuyos"- y se retiraron festivos a la sala
donde los camareros de siempre servían champán y caviar para los próceres con
cargo al fondo de pensiones.
Abajo, en la plaza, los partidarios de unos y otros seguían
insultándose y aporreándose sin piedad. Casi hasta la muerte.
De lejos se escuchaban sirenas de ambulancias. En un momento de
descuido, una puerta entornada dejo llegar el aullido de las ambulancias hasta
la sala del festejo. Entonces, el perdedor, con gesto amoroso, se dirigió al
ganador:
-Ahora que te toca mandar a ti, tendrás que ocuparte de la sanidad
pública; no sea que los tuyos maten o me dejen inservibles a más de los
censados entre los míos, y no podamos celebrar las próximas elecciones por
falta de cuórum.
-Tranquilo; todo está previsto, que para algo somos colegas. Si a esos
idiotas se les va la mano, propondré subvenciones a la natalidad; tú apoyas la
moción, y asunto resuelto. Y ahora, -dijo dirigiéndose a los invitados- brindemos,
hermanos, por el esfuerzo de esos pobres diablos.
-¡Por los nuestros!
-¡Por los nuestros!
-¡Por lo nuestro! -bramaron los elegidos.