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lunes, 8 de febrero de 2021

EL LABERINTO DE LAS PALABRAS - HOY "ENGUACHINAR"

(Porque hay palabras espantosas y palabras enamorosas)

 Un diccionario es un laberinto de palabras en duermevela             -----------------------------   20/2021

 Hoy, ENGUACHINAR

         En los tiempos que ahora vivimos, ¿quién puede recordar el ya lejano, derrotado y más que superado “Siglo de los Besos”?

    Me estremece mirar los carteles anunciadores de las grandes batallas libradas para vencerlo.

    Aún hay quienes parece que lo añoraran, y hasta cuentan a hurtadillas historias que los últimos que vamos quedando de entonces vivimos como en un mal sueño. Historias más propias de nostálgicos cenutrios que de gente adaptada y eficazmente modernizada. Se escucha todavía decir que “hubo un tiempo en el que la gente se besaba de verdad”, como en esas viejas e incalificables películas del siglo XX. Luego, hacia los años 20 del siglo XXI algo vino a corregir tan perniciosas costumbres, hasta conseguir erradicar semejante primitivismo gregario que nos trajo lo que nos trajo, impensable para las nuevas, aséptica y esterilizadas generaciones.

    Apenas recuerdo que por aquellos años la humanidad era incapaz de moderarse, y la naturaleza tuvo que hacer su trabajo para devolvernos la sensatez.

Los últimos estertores fueron allá por el año 21 del siglo XXI

    Los pocos que vamos quedando, los menos jóvenes aún recordamos con horror lo que llamaron “La Nueva Normalidad”: aquel último intento de revertir el avance de lo infalible. En realidad, fue un desesperado periodo de tránsito, donde los abrazos se tornaron en codazos infames y las reuniones en lugares de ordinariez numérica programada. Hasta que poco a poco nos dimos cuenta de la inutilidad de luchar contra lo irremediable.

    Eso no quita para que algunos guardamos a buen recaudo viejas cartas cruzadas entre nuestros abuelos, en las que puede comprobarse el zafio primitivismo en el que vivían.

    Hoy he vuelto a leer el último artículo que estaba escribiendo mi abuela, la escritora, para el periódico del barrio. Fue aquella noche en la que yo volvía de la fiesta de los quinceañeros, y ella me pidió un abrazo. Eso sucedió antes de que mi abuela, y su decadente adicción a los abrazos, fuera barrida por nuestro gran liberador, el COVID-19:

“Todo está enguachinado: el soporte del bote del hidroalcohol, la jabonera, el suelo, el pensamiento, el miedo… Pero, sobre todo, las manos. Tenemos las manos enguachinadas, reblandecidas, enflorecidas y casi mohosas entre dedo y dedo; apulgaradas en las líneas de las palmas y encostradas en su convexidad, allí donde en el no tan lejano siglo de los besos depositaban los feligreses un sonoro y devoto besuqueo ante el preste o amagaban ósculos los caballeros, acercando sus labios al dorso sin rozar nunca la piel, aunque la piel fuera de cabritilla enguantada”.

    Adiestrados como hemos sido al fin, me causa estupor pensar en que haya existido un pasado aún tan reciente. ¡Cómo pudieron vivir nuestros antepasados más de veinte siglos intercambiando fluidos entre sí como quien chapotea en un marjal achortalado!

    Aunque, a veces, leyendo esos viejos libros clandestinos que todos guardamos en los sótanos, siento la tentación de abrir la puerta corredera de mi cápsula, conectarme a los cables de mis cinco sentidos y escudriñar en el pasado. Pero esa delirante tentación pasa pronto. Aprieto el interruptor de los perfumes y desde la central de vigilancia me envían una combinación de olores en los que compruebo que vale más no oler lo que por entonces se olía. Mientras tanto, miro paisajes programados.

    Lo del sabor es otra cosa. Me fascinan estos encuentros de cristal delante de la carta de sabores, y este poder paladear colores con nombres alcohólicos sin tener que dañar nuestro organismo.

     Por lo demás, desde aquí dentro puedo ver el mundo entero limpio y sin basuras ni desperdicios por el suelo; y, con solo apretar los botones oportunos, puedo programar la escucha de cualquier sinfonía libre de interferencias, bien diferente al ruido de entonces. O silenciar todo.

    Visto así, me pregunto: ¿qué puede haber ahí afuera mejor que nuestro aséptico vacío?

*   *   *

¡Enguachinar! ¿Es esta palabra espantosa, o es enamorosa?

        A mí, la palabra “enguachinar” me recuerda el no tan lejano Siglo de los Besos.

¿Y a vosotros?

        Contadme, os lo ruego. Contadnos: ¿qué idea, o qué reflexión, o qué historia, grande o chica, os sugiere la palabra “ENGUACHINAR”? A mí me sugirió esta pequeña historia futurista.

En CasaChina. En un 8 de Febrero de 2021

 

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