39/2020
(Croniquilla del Viruso Coronado -14)
Lo primero, el café.
¡Faltaría más!
Es mi rutina
irrenunciable
Con todo el poderío que está demostrando, no tiene este Viruso
con corona tanto poder como para torcerme esa necesidad perentoria con
la que salto yo del catre a diario: mi mañanero café de cada día.
Las necesidades dilatorias vienen después del lavado de dientes, y esos otros
menesteres que cualquier cuerpo humano sin distinciones tiene, después de
holgar toda una noche.
Encerrada, sí
pero con rutinas,
ya sean perentorias o dilatorias
Ahora, como antes, me lavo el pelo cada dos días, para que no
se me quede como los boquerones fritos en manojillos: pegados por la cola con
el engrudo del enharinado, y abiertos en canal por las puntas como abanico en
adobo.
Lo mismo que antes de esto, y también antes de salir del
cuarto de baño, arremeto contra los personalísimos estragos del tiempo armada
de brochas, afeites, sombras de ojos, lápices de colores, abéñulas, coloretes… Todo,
salvo el rímel; que, con esto de haber llorado a solas más de lo que fuera
menester, se me han reblandecido los ojos en escozores. Y, cada vez que arrimo
el cepillillo del rímel a la pestaña, los ojos pegan un repullo y sueltan las
torrenteras, arruinando la tarea de mi restauración de fachada mañanera más de
lo que ya estaba sin esos desconchones.
Lo mismo que antes, y fiel a mis rutinas, me asomo a las dos
o tres ventanas que aún quedan abiertas en el mundo en estos días: −Facebook, WhatsApp,
correo electrónico…− …y saludo con mejor o peor humor al webcindario, que tal parece
que nunca duerme.
Luego, haraganeo, hago pan, barro por barrer, compruebo que
me queda lejía, alcohol, jabón y papel higiénico. Salgo al jardinillo y pico
pan duro en los comederos de los pájaros, que me vigilan desde el ciprés sin
tenerlas todas consigo. Me parece a mí que, con tanta limpieza en el aire, se
me van a asfixiar los pobreticos si no encuentran pronto un tubo de escape
donde llenar sus pulmones, porque dicen que en Madrid ha caido la contaminación
un 50%.
Algunas veces, escucho jazz.
Muchas veces, leo, sin
acabar de concentrarme, y me concentro en algún pensamiento de esos que todavía
alborotan el corazón a pesar de lo mustio que lo va dejando el tiempo.
Lo que ya no hago −y aquí comienzan los temores− es marcar números de teléfono de esos
que están ahí, en la lista de contactos, desde siempre, y a la espera de que
algún coleguilla en retirada les mande unos buenos días más o menos achacosos.
Mis temores no son tan insustanciales como pudiera parecer. Sucede que, de repente, me doy
cuenta de lo mortales que somos.
¡Tres!
Llevo ya tres números borrados
a causa del “cosicoso”
este
En Silos 2014 |
Ayer, bien a mi pesar, borré el de mi amigo SIMEÓN MARTÍN MORALES, esa voz que antaño, desde la radio,
nos llenó de matices nunca escuchados; en Silos fue un magnífico conversador con
el que compartir una cervecita sentados a la puerta del Hotel Santo Domingo; en
“Las tardes de Prometeo” de los primeros miércoles de mes, nos deleitaba como
lector/poeta insustituible colgado de una sonrisa irresistible.
En la totalidad de la vida, lo recuerdo hoy como una eterna
evocación de aquella mujer que fue la suya, Encarnación
Huerta, también
poeta, que emprendió el camino sin vuelta antes de que su hombre pudiera
hacerse el cuerpo a convertirse en un impar doliente que se consuela leyendo
versos de la amada.
Me pregunto yo si ya estarás con ella, Sime, abrazándoos al
alimón con aquellos poemas que ella escribió y tú nos recitabas con tu hermosa
voz radiofónica de amante de serial, como quien ejecuta un sortilegio o convoca
al ataque con toque de generala.
Pues eso: que, hasta que esto no se enrute, no estoy yo por
marcar un número de los que guardo en alcanfor, …y que nadie no conteste.
Tendré que conformarme con esta rutina de escribir, que es
una manera de hablar con los que me lean, y de convocar a los que se fueron,
siquiera poniendo en el picú de la memoria aquello de la canción: “espérame en
el cielo”, ese que, de puro azul, ahí afuera, me tiene los ojos en un puro
lagrimeo, tal que como si estuviera llorando.