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domingo, 25 de junio de 2017

...PERO DEFENDERÉ TU DERECHO A DECIRLO


Cobijémonos de la tempestad
Dicen que Voltaire dijo lo que en realidad dijo Evelyn Beatrice Hall, cuando biografía al primero en el libro <<Los amigos de Voltaire>> -1906- y yo reutilizo para desmenuzar el artículo publicado en La Voz de Galicia. Vaya pues por delante, querido columnista que…

"Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo" 


El conflicto que nos iguala -reza el titular del artículo de La Voz de Galicia: 

José Manuel García Sobrado
22/06/2017 05:00 h
 Lo que nos iguala no es el conflicto, sino nuestra actitud ante él -digo yo-.


Leo con tanta atención como inquietud este artículo, abiertamente detractor de la Mediación y de sus principios, y axiomático vocero de la intervención judicial frente a la violencia, y no puedo por menos que inquietarme primero, y ponerme luego a hacer algunas reflexiones sobre la violencia conductual, un asunto tan candente como a todas luces irresuelto a pesar del endurecimiento de las leyes y las condenas judiciales o las manifestaciones callejeras y los minutos de silencio recurrentes.
Ayer mismo, y refiriéndose a la violencia machista, declaraba Soledad Becerril algo que contrasta con la seguridad que el autor del artículo manifiesta:
Confieso que no sé cuál es la solución frente a la violencia machista”.
Yo confieso -y espero que el autor del artículo haga el mismo esfuerzo para entenderme que el que yo hago recíprocamente- que lo único que me ha dado resultados prolongados en el tiempo frente a cualquier conducta violenta -también la machista a pesar de la interdicción de la Ley- ha sido la Mediación. Y ello porque a través de la Mediación nos esforzamos en distinguir entre persona y conducta, aislando y condenando sin ambages las conductas violentas, que se refieren y tienen su eje en las formas de relación, pero redimiendo, y dotando de herramientas de reconocimiento y libre modificación relacional a las personas cuyas conductas emergen con alteraciones de origen no siempre bien entendido, y de las que muchas veces son víctimas ellas mismas.
¿O alguien puede negarme que las personas afectadas por el TEI -trastorno explosivo intermitente que no debe confundirse con el trastorno bipolar- no son víctimas de sí mismas, aunque también lleven el sufrimiento a su trabajo -que suelen perder-, a su entorno social -que los suele rechazar-, o a su familia -a quienes hacen profundamente infeliz?
Como sé que este tema inquietará a quienes, hondamente sensibilizados con el maltrato machista, luchan por erradicar este tipo de violencia, aludiré a un caso de mi despacho.

       María, casada con José -nombres ficticios- acudió a mi consulta, profundamente angustiada, dispuesta, aunque no decidida, a pedir el divorcio por malos tratos de José que nunca había denunciado; ni siquiera comentado con sus familiares y amigos. A mi pregunta de por qué no había denunciado respondió que porque no estaba segura de que el José violento y maltratador fuera el mismo que ella amaba. A la de que por qué no había comentado con su entorno esos hechos, respondió que porque lo amaba profundamente y no quería que los demás comenzaran a avergonzarla diciéndole lo que tenía que hacer.  Para indagar sobre la existencia de un “maltrato de género”, le pedí a María que me resumiera cómo veía ella a José, respondiendo que su marido era un hombre encantador, tierno, amable y colaborador; pero que muy habitualmente, -cada vez con más frecuencia- entraba en ataques de cólera sin razón aparente, a veces por un simple gesto de ella que José interpretaba a su manera haciéndolo desbarrar con una violencia desproporcionada, y con la misma rapidez con la que se le pasaba el enfado, entrando en un silencio casi confundido y contrito, para acabar abrazándola con la mayor ternura. Quise saber si existían otras causas distintas a los brotes de ira de José que la hubieran llevado a contemplar la posibilidad de divorcio, a lo que me contestó que nada actual, pero que temía que esos “ataques de ira” como ella los llamaba desembocasen en agresión física, o a que los vecinos escucharan los gritos de José. Esto último le causaba mucha vergüenza -dijo- y mencionó sentir un sufrimiento lacerante, creyendo que “la única salida era el divorcio antes de que nadie se diera cuenta de que era una maltratada” incapaz de deshacerse de su agresor; aunque estaba segura de que sufriría con este divorcio tanto o más que lo que estaba sufriendo con las intemperancias de su relación. Le pregunté si había alguna posibilidad de que José moderase su agresividad, contestándome que ella “sentía ya mucho miedo de hablar con él, pero que, siendo tan amoroso como era cuando cesaba la ira, seguramente ella quería pensar en que pudiera darse cuenta, etc,.

       Nunca inicio una causa judicial de separación o divorcio si percibo que la decisión de romper no está madura o descubro la posibilidad de distintas formas de relación familiar; y de mi primera entrevista con María saqué en conclusión la necesidad de proponerle someter su caso a mediación para lo que convoqué a José a una reunión informativa al efecto.

En la primera reunión con José NO encontré los signos y alertas del maltratador habitual, mostrándose, por el contrario, colaborativo e íntimamente arrepentido -cosa impensable en el maltratador- de esas “salidas de tono” que reconoció y dijo no sabía cómo surgían ni cómo controlar. Lo que me llevó a hablar con un colega psicólogo que, según me había dicho pocos días antes, estaba trabajando seriamente con personas aquejadas de ira intermitente y violencia incontrolada, hablándome del T.E.I.

¿Sería José una de esas personas afectadas por el TRASTORNO EXPLOSIVO INTERMITENTE?

No quisiera alargarme, pero tampoco dejar de decir, respecto de este caso práctico, que a través de cuatro sesiones de mediación José y María acordaron y convinieron posponer una posible disolución matrimonial siempre y cuando José se sometiera a tratamiento especializado para estudiar su control emocional y María buscaría idéntica ayuda para soportar la angustia que le producían los ataques de José.

Volvieron meses después para informarme que, en efecto, los “ataques” de José estaban motivados por carencias orgánicas evaluables en laboratorio (serotonina casi inexistente), y afectivas, (bajísimo el umbral ante las frustraciones desde la niñez, de un niño brillante, bajo una rigidez paterna carente de afecto reconocible ante el que tenía que controlar su percepción de trato injusto). José a día de hoy sigue en tratamiento -médico y psicológico-; María por su parte, -según me dijo- es una mujer feliz, que ama a su hombre profundamente y valora el esfuerzo que está haciendo para “reconocerla” con autonomía propia. Y ambos manifiestan haber salvado con la mediación una relación familiar condenada al fracaso si se hubiera acudido a la judicialización, a la publicitación o a la radicalización “políticamente correcta” de una radical intolerancia ante cualquier mal trato relacional sin contemplar a la persona y sus circunstancias.

Realmente, este caso me enseñó mucho más que todos los manuales sobre violencia…

Quizá la palabra clave sea “legitimación”. La Mediación, frente a conductas antisociales (privadas o públicas), actúa legitimando a la persona en el ámbito de la privacidad, recomponiendo su umbral de resiliencia y reconociéndola hábil para actuar sobre sus propias desviaciones y decisiones, siendo el resultado el de estimular la diversidad potencial de cambio y su deseo de mejorar. La judicialización, desde su rigidez normativa, deslegitima a la persona (representada por profesionales juristas) sometiéndola a su control sancionador y tuitivo, espoleando resistencias reactivas propias del instinto más primario: el de defensa (justa o injusta, pero instintiva) frente a cualquier agresión (percibida siempre como injusta desde el instinto primario).
Pero sigamos con el artículo que ha dado lugar a estas digresiones. Dice su autor:

 …me pone en alerta sobre el nivel de tolerancia sistémica de la violencia”.

Y a mi Me parece cuando menos inquietante lo de “tolerancia sistémica de la violenciapues, leyendo el resto del artículo, en el que se defiende a capa y espada la exclusiva y excluyente intervención judicial contra los individuos cuya forma de relación se exterioriza, más o menos habitualmente, en conductas violentas, mucho me temo que el uso del término “…sistémica”  se hace sin mucho fundamento, teniendo en cuenta que un “sistema”  es -simplificando- un objeto complejo compuesto y relacionado con otros subsistemas relacionados entre sí lo que nos lleva a interrogarnos dónde está ese “pensamiento sistémico permisivo” a que se alude.

 El concepto de lo que se da en llamar <<conflicto>> parece hacernos a todos iguales” refuta el autor.
A lo que no puedo por menos que objetar que NO es el conflicto lo que nos iguala o desiguala, sino que es la forma conflictiva o ecuánime de relacionarnos la que nos iguala o desiguala.

La apelación al conflicto, sin más indagación de quién lo provoca o quién lo mantiene, se convierte en patente de corso para violentos…” -sigue-.
Y tengo que decir que en la mediación resulta irrelevante el “quién”, sino que lo que busca es la forma de atacar la rigidez posicional del mantenimiento del conflicto, manteniéndolo en el ámbito de la privacidad intervenida, empoderando y reconociendo a los que voluntariamente están dispuestos a abordarlo, al contrario de la judicialización que establece culpables e inocentes, vencedores y vencidos. Es decir: enemigos eternos.

Estoy totalmente de acuerdo con el autor cuando dice que “…cuando se producen muertes o lesiones gravísimas, ya es demasiado tarde para levantar el velo. Pero el velo hay que levantarlo antes”.  
Totalmente de acuerdo, digo, en el “qué”; en que así, en abstracto, es necesario actuar antes -la prevención-. El caso es encontrar “el cómo” levantarlo para arrancar la raíz en lugar de talar el árbol a ras de tierra dejando debajo el veneno del rebrote conflictual.

Algo confusa sí que me deja esto que comento sobre el propio texto:
“Pero ahora vendrán los iluminados de la mediación judicial…” (¿qué tal si antes de colocar semejante etiqueta se aportan y documentan casos de mediación?) “…con su apostolado de que hay conflictos que la Justicia no puede resolver…
Si por “resolver” entendemos encontrar la fórmula de pacificación presente y futura entre los antagonistas, estaríamos de acuerdo en que la Justicia no puede resolver”, sino atajar el aquí y el ahora de una determinada situación coyuntural y concreta. La Justicia contempla HECHOS y decide según reglados FUNDAMENTOS DE DERECHO.
Quizá el “error” de los mediadores es puramente semántico al “importar” el término “resolver” de la inicial propuesta estadounidense con su acrónimo A.D.R. (Resolución Alternativa de Disputas-) hoy superado en la práctica de las distintas escuelas de mediación ‑básicamente 3- como puede comprobarse en el trabajo de Maria Isabel Viana Orta:

“Pero el insulto, la amenaza, la intimidación, los daños, los golpes, las palizas y las agresiones son conductas intolerables que deben ser reprimidas a través del Derecho…”
(Totalmente de acuerdo con la primera propuesta: son intolerables esas conductas y nadie puede ampararlas. Pero ni estoy de acuerdo en lo de la “represión”, sencillamente porque NO está dando resultado -véanse las estadísticas de reincidencia entre los condenados por violencia- ni mucho menos en que sea “el Derecho” la herramienta más eficaz; porque El Derecho, prescindiendo de la persona, contempla hechos, y sanciona “conductas”, es decir: formas malsanas de relación, cuya insania no puede ser erradicada desde la represión de la conducta sino desde la integración de la persona a través del afianzamiento de su propia entidad inclusiva como tal (heterocomposición y legitimación de capacidades para decidir).
Se trata, en definitiva, de distinguir entre persona y forma de relación. Mientras se siga estigmatizando (criminalizando, sojuzgando, penando y excluyendo…) a la persona en lugar de atender a la conducta, seguiremos negándole a la persona su capacidad y legitimación para levantarse de sus propias miserias, arrojándolos al pozo de las conductas aprendidas como único recurso de presentar batalla frente a sus enemigos: los códigos y las rejas).

Termino, pues, diciendo que yo, personalmente, he encontrado MUCHAS herramientas en la Mediación; pero POCAS soluciones en la judicialización. ¿O no?

En "CasaChina". En un 25 de Junio de 2017

CARTA ABIERTA A MIGUEL FERNÁNDEZ PALACIOS GORDÓN

  (Periodiqueando adherencias)     Querido Miguel: (y permíteme que, a falta de conocencia propia, eche mano de ese “querido”, form...