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miércoles, 6 de abril de 2022

NOS VISTIERON DE LUTO UNA MAÑANA (Poema a la muerte de nuestro padre en 1959)

 

Hoy mi corazón está con Cristóbal Triguero Herrera y con su familia. Estoy triste por vosotros; claro que sí. Y no puedo por menos que recordar aquel mes de febrero de 1959 en que moría mi padre y también estaba muy, muy triste. Luego vino este poema, incluido en el poemario <RECUERDO QUE UNA TARDE>. Para vosotros, querida familia.
 
 Soco Mármol Brís en 1959
NOS VISTIERON DE NEGRO UNA MAÑANA
Recuerdo que a mis ojos
alguien le pintó sombras,
tal vez de haber llorado porque todos lloraban,
o quizá
porque no estaba bien
ir enseñando pátinas de roja adolescencia
allí donde los duelos.
Recuerdo las cocinas de donde las matanzas:
las mujeres más viejas,
las más amaestradas a estar tristes,
se pasaron la noche
dándole de comer a los calderos
alimentando el agua con pastillas oscuras
que sacaban con dedos hechos a teñir lutos
de unas cajas pintadas con una niña rubia
que acarreaba cintas de colores
donde podía leer “Tintes Iberia”.
Antes de amanecer
las mujeres más viejas,
las más amaestradas a estar tristes
habían dado de mano.
Solo el blancor de cal de las paredes
y la frivolidad de algunas flores
dispensadas de hilar en blanco y negro su propia penitencia.
(Y es que nadie sabe de teñir flores).
Un color de color de velatorio
consagró los rosarios y los rezos.
Y otro color insomne:
el color vacilante de las velas velándole aquel sueño
eterno.
La casa fue negrura uniformada.
(salvo en la desdichada cal de las paredes)
Entonces
las mujeres más viejas,
las más aleccionadas a estar tristes,
guardaron delantales y mandiles,
sacaron de las arcas los hedores
acurrucados siempre y al acecho,
doblados en su cuna de mantones hartos de naftalina
y se pusieron todas, reverentes,
como una inquisición venida a menos,
a la nueva tarea.
¡Me daban tanta pena!
Tantos ojos ajenos, disfrazados
de un dolor de prestado y desteñido,
jaleado en sí mismo
pegadizo, de llanto obligatorio
irreal como todo lo hipotético…
¡Y aquel desperdigarse de sollozos!
¡Me daba tanta pena
ver llorar a tantos ojos juntos
sin nadie que dijera
“anda, nena, no llores por tu padre”!
¡Me daba tanta pena
que mujeres tan viejas
y tan bien enseñadas en lo triste
tuvieran que llorarle a un muerto ajeno…!
La pena por mi muerto fue más tarde
y anidó por los siglos de los siglos
irredenta debajo de mis ojos
allí donde aquel día alguien pinto
aquel luto genuino
que no era todavía mi propio luto eterno.
 
En CasaMora. En un 15 de Diciembre de 2009

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