VA DE...Batiburrillo literario

Mostrando entradas con la etiqueta CRONIQUILLA DE UN VIRUSO 35: COSAS DE CORDIA I. No todo lo habitual es natural. Ni al contrario.. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta CRONIQUILLA DE UN VIRUSO 35: COSAS DE CORDIA I. No todo lo habitual es natural. Ni al contrario.. Mostrar todas las entradas

miércoles, 15 de abril de 2020

CORDIA

60/2020


(Croniquilla del Viruso Coronado – 35)

“No aceptes lo habitual como cosa natural. Porque en tiempos de desorden, de confusión organizada, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer natural. Nada debe parecer imposible de cambiar”



Bertolt Brecht.


−Mira si será considerado este hombre mío que hasta se ha echado una querida para poder desfogarse a sus anchas, sin tenerme a mí tiranizada como a una cualquiera.

       −Eso es lo que se ha hecho siempre de toda la vida de Dios por cualquier hombre que sea lo que debe de ser.

Desde el primer descansillo en el que solía sentarse a escuchar los rumores de la casa, Cordia se arrellanó en el peldaño partido, donde la escalera daba la vuelta entre el primer tramo y el segundo, y arrimó la cabeza a la barandilla para aplicarse a lo que se estaba diciendo en el cuarto de la costura, y no perderse ni una palabra de lo que hablaban entre su madre y la Tonia, la del tío Cinto; la vecina que tanto se ufanaba de ser la más enterada de lo que pasara en el pueblo y sus alrededores, y la que mejor sentenciaba lo que estaba y no estaba bien hecho.

Era la Tonia una especie de garantía de carne y hueso para la propalación de cualquier chisme al que se quisiera dar pábulo anónimo sin tener que salir a escena en un primer plano de figurante. Lo único que había que hacer era contárselo a la Tonia, advirtiéndole de que se recatara en hablar de ello con nadie por tratarse del más abstruso de los secretos, para que, al día siguiente, un rumor más o menos exacto de lo confiado a la correveidile subiera y bajara en oleadas por todos los mentideros del pueblo.

Aparte de su vergonzosa[1] (que no vergonzante[2]) tarea de gacetillera oficiosa, (que no oficial) sobre todo, de las miserias más que de las glorias de las gentes, era conocido de todos su suspicacia enfermiza, de tal manera que en cualquier conciliábulo, por mucho cuidado que se tuviera, ella siempre acababa por darse por ofendida a la más mínima, aunque de lo que se estuviera parloteando no tuviera nada que ver con ella, y no había vez en que no abandonara la tertulia dando un rabotazo del que, por otra parte, jamás se acordaba al día siguiente, metiéndose de nuevo a husmear en los corrillos como si no hubiera existido el día anterior.

Pero donde mejor se lo pasaba la Tonia era haciendo visitas de casa en casa para sonsacar lo que se guardara al otro lado de sus gateras.

No es que Cordia alcanzara a comprender muchas de las cosas que se hablaban en aquel cuarto de costura en el que reinaba Fina, su madre, sobre canastas colmadas de sábanas a las que echarles piezas, calcetines a los que ponerles plantillas y rebecas a las que reforzarle las coderas, cosa que hacía con tal primor y preciosismo que rara era la tarde en que no hubiera tres o cuatro vecinas dispuestas a chismorrear de lo divino y de lo humano con la disculpa de enseñarse en lo de las agujas. ¡Vaya! Un espejo donde mirarse para cualquier buena hija −pensaba Cordia−.



−¿Y dices que es de por aquí? No quisiera yo pensar que cualquier forastera sin el aseo preciso nos contagiara de cualquier cosa mala −indagaba ahora la Toña, tras enterarse de las bienaventuranzas del marido de la Fina.

−¿Quién?

−¡Quién va a ser! Pues la querida de tu hombre.

−¡Quiá!

−Quiá, ¿Qué? −la voz de la Tonia tomaba ahora los iniciales derroteros de tormenta tan propios de ella, que, como era de prever, estallaron sin demora.

−Aunque, mira tú: si no quieres responderme, tampoco es preciso que lo hagas. Tú sabrás las razones que tengas para guardarte de mí y afrentarme de semejante manera.

−¿Afrentarte dices? ¿Delante de quién, si estamos más solas que la una? ¿O acaso no estamos más solas que la una?



Cordia se arrebujó sobre sí misma para evitar ser descubierta cuando la Tonia saliera. Porque si de algo estaba segura es de que la Tonia saldría como un torbellino a no tardar.

Como había calculado, la vio salir como alma que lleva el diablo.

Se contrajo Cordia aún más para convertirse en invisible. Aunque tampoco era tan preciso andarse con semejantes cautelas; porque, con los humos que llevaba, y la retahíla que iba soltando, de seguro que a la Tonia ni se le ocurría mirar para arriba.



−¿Delante de quién? Pues delante de la memoria de mis muertos, que están en todos sitios como almas en pena que son. ¡No te digo! Ni que una fuera de esas que va pregonando por ahí lo que escucha en secreto −iba tronando mientras abandonaba el cuarto de costura y se dirigía a la puerta de entrada donde, tras atropellar al Sidro, que entraba en ese momento, pagó con él la rabia que la envolvía.

−¡Bien calladico que te lo tenías, eh, so granuja! Mira que ir a casarte con esa desagradecida, capaz de hacerle un feo a su mejor amiga… No le extraña a una que…

−Vete con Dios, Tonia. Y cuídate ese talante, mujer, o cualquier día de estos te da un torozón por tomarte de semejante manera los disgustos que te damos −fue toda la respuesta del hombre de la casa.



Cordia miró de reojo hacia abajo; vio a su padre quitarse la pelliza, sacudir de la gorra los últimos restos de lluvia, y soplarse las manos, una detrás de otra, para meterlas en calor, y sintió unas ganas incontenibles de ir a abrazarlo y a demostrarle el orgullo que sentía de que fuera tan buen marido para su madre como su madre acababa de referirle a la Tonia. ¡Si Dios quisiera tener apartado para ella un marido igual…! Pero se reprimió. Si daba rienda suelta a sus arranques de amor hacia su padre, acabarían los mayores por enterarse de que ella escrutaba desde aquel peldaño de la escalera todo lo que pudiera pasar en la planta de debajo de la casa, y ellos, que eras su mejor aprendizaje en lo que estaba bien, mal o regular, dejarían de expresarse como debe ser para que una mocita pueda ir enterándose de las cosas de la vida.



−¿Qué? ¿Cómo la has dejado hoy?



De seguro −pensó Cordia− que su madre estaba refiriéndose a la querida secreta de su padre, el que, con lo que él le respondió, vino a confirmar lo que ella ya se había figurado.



−Ahí se quedó ella, tan a sus anchas, y tan agradecida como siempre. Como no será, que antes de despedirla llegó a decirme que para mañana tendría hechos tres hornazos: uno para mí, otro para ella y el tercero para ti.

−Ya veo que es atenta la moza.



¿A qué sonaba el deje de la voz de su madre?



−Atenta, y muy bien enseñada en lo de agradar a un hombre.

−Estaría bueno. Para eso es puta. No todas vamos a ser iguales −respondió Fina con cierto deje de malestar en la voz que Sidro ignoró el sonsonete al responderle.

−Te manda razón de que, si se te apetece, vamos los tres a comernos los hornazos al Cerrillo, y de vuelta nos convida a avellanas.

−¿Y tú que piensas?



Había en la pregunta de Fina algo de engañifa taimada, que no le pasó desapercibida a Cordia, causándole como un amago de pánico que se desbarató como había llegado en cuanto su padre respondió con aquella santa paciencia embadurnada en astucia con la que siempre desarmaba las malicias de su mujer.



−Mujer, digo yo que, si solo hay tres hornazos, estamos desparejados. Y no es cosa de dejar a la nena sola en casa en un día tan de celebración como el de los hornazos. Aunque, si yo se lo pido, de seguro que ella sabe cómo apañarlo.

−Yo lo que pienso es que tampoco es cosa de darle la tarea de que haga un hornazo de más. Aunque, mira, no voy a engañarte. Lo que yo no quiero es irnos de hornazos. Porque no quisiera yo, ni miro con buenos ojos, el que vieran a la nena departiendo con la puta, como de igual a igual.

−Y qué de malo tiene que vean a nuestra hija al cuidado de sus padres, vayan con quien vayan. Además, ¿quién va a calcularse en el pueblo que ella es una puta, si ya tuvimos la precaución de traérnosla de afuera?

−Pues que ya sabes tú que adentro todo se sabe sin saber de dónde viene... basta con que la Tonia se huela el pastel y…



¿Era un aviso?  ¿De qué?



−No me pienso yo que…

−Pues debieras pensarlo con mayor talento. Además, no pierdas de vista las envidias que hay en los pueblos. Y dicho sea en honor de la verdad, a nuestra puta la tenemos tan bien vestida y tan bien puesta que no va a haber quién nos perdone semejante jactancia. 



¿Lo decía con retintín?



−Fina: ¿no fuiste tú misma quien me advirtió de mis obligaciones cuando me despachaste, y yo el que te dije que estuvieras tranquila que ya me apañaría yo? “Que no tengan que decir que la nuestra no va tan bien puesta como la del veterinario”. ¿Fue o no fue eso lo que me dijiste cuando lo hablamos?

−Sí señor. Eso mismo fue lo que te dije y lo mantengo. Pero, mira, Sidro: una cosa es llevar a nuestra puta como a una reina, y otra bien distinta juntar a nuestra nena con nuestra puta para que todos piensen que todas somos iguales. Que, o guardamos a la Cordia de las malas compañías, o no la casamos ni dejándole de dote el roal de olivas que te legó tu abuelo que en gloria esté.

*   *   *



Al principio de su matrimonio, la Cordia se afanó en lo del débito conyugal con tanta o más urgencias en ella que en él. Según pasaban los meses esperaba que a alguno de los dos se le pasaran las ganas; pero no fue así.

Lo peor de ahora era que, cuando se estaba enseñando de jovencilla, no recordaba ella haber escuchado desde su escondrijo de la escalera que su madre refiriera el mejor remedio para semejantes urgencias. ¿Debiera el Braulio, su Aulio del alma, echarse una querida? ¿Y ella, qué?

En esos reconcomios estaba cuando un día de confesión general el confesor le afeó aquella manera suya de dar rienda suelta a “los más bajos instintos”.

Eso mismo es lo que dijo el confesor para mentar lo que el Braulio y ella se tomaban como quien toma vino a granel antes de bendecirlo.



Durante mucho tiempo Cordia vivió en la angustia de que su marido no tuviera el miramiento de echarse una querida como su queridísimo padre, y en la incertidumbre de que ella hubiera aprendido bien las lecciones que tomo escondida en su escalón de la escalera.

Luego, se resignó de buena gana, tras dejar de ir a confesar, más que nada por no irritar al pobretico del párroco. A lo mejor la solución estaba en no seguir escuchando, después de haber escuchado tanto y tan a escondidas.

*   *   *

 -Y míralos −dice con desafuero la hija de la Tonia− ahí siguen ellos: los dos carcamales, sentados en el escalón de la puerta de su casa en lugar de sacar sillas como hacemos todos para salir a tomar el fresco.

Y a la espera de que la muerte jamás los separe.

Porque, según dicen ellos y me sé yo de buena tinta, no piensan a consentirse en la vejez lo que ni el confesor ni los años pudieron echar por tierra. 

Aunque según estamos…


Confusa en CasaChina. En un 14 de Abril de 2020


[1] VERGONZOSO: que CAUSA vergüenza.
[2] VERGONZANTE: que SIENTE vergüenza
                                                                         

CARTA ABIERTA A MIGUEL FERNÁNDEZ PALACIOS GORDÓN

  (Periodiqueando adherencias)     Querido Miguel: (y permíteme que, a falta de conocencia propia, eche mano de ese “querido”, form...