(Croniquilla de un tiempo de Viruso)
Los
días ahora se cubren los hombros con larguísimas esperas sin oriente.
Dicen que los
campos están llenos de amapolas. Yo quisiera poder acercarme a las
amapolas, pero la edad (y los que hacen el recuento) me impide salir a la calle a la hora marcada por los que
mandan; hace demasiado calor para mí (y para las amapolas más veteranas).
A no
tardar, me marchitaré en pecado venial de haber deseado lo prohibido.
Está visto que
hoy me he despertado en un charco de nostalgias en el que crecen las amapolas
como recuerdos recién cortados.
¿Dónde están aquellas primaveras?
¿Dónde habré guardado yo esta vez mis antiguas impaciencias?
¿Se estarán
dando cuenta los que mandan de que, a veces, un día vivido peligrosamente vale
más que toda una vida vivida en cautiverio, anhelando el color y los paisajes?
Viene a mi mente
el poema de John
McCrae, roto ante la muerte de un amigo mientras
batallaba en una guerra convencional: la Primera Guerra Mundial, y que, tomando
la voz de los muertos como propia, acaba diciendo:
“…Contra el enemigo continuad
nuestra lucha,
tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas.
Mantenerla en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros los muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas».
tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas.
Mantenerla en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros los muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas».
Aquellos
soldados sabían apuntar al enemigo porque el enemigo era un igual, solo que en
la trinchera de enfrente. Pero el enemigo de ahora…
¡Quién iba a
pensarlo! −Pensáis con estupor. Y hasta lo decís con la desfachatez de los que
ya se saben perdedores−. Luego, en un último estertor, y a voleo, nos lanzáis a
los ojos un encadenamiento de órdenes y proclamas llenas de incertidumbres y de
vacilaciones que en otros tiempos nos hubieran dejado perplejos.
¡Nadie sabe
nada!
Esa es la única verdad que nos va
quedando. Esa es la gran verdad: en realidad, nadie sabe nada.
Así que dejadnos vivir a
nuestro aire, por favor, aunque sea dentro de estas tumbas refrigeradas y bien
abastecidas en que se han convertido nuestros encierros. Dejadnos salir como almas
en pena a la hora en que nuestros cuerpos no se licuen sobre las aceras.
Dejadnos pensar por nuestra
cuenta. Nosotros sí sabemos lo que hacemos. De lo que hicimos no es que estemos
demasiado satisfechos. No hay más que miraros.
Aunque, en el fondo, nadie
sabe muy bien lo que hacer con tanto desbarajuste. Lo digo porque los
mandamases se corrigen a sí mismos días tras día como si estuvieran ganando
tiempo en el que encontrar la respuesta a una pregunta tan sencilla como la de “¿de
dónde vienen los niños?”.
Y, mientras tanto, los niños
se les mueren de viejos sin ver las amapolas.
Creednos: el
destino de cada uno de nosotros (y de vosotros) está escrito. Seguid vosotros en
esa lucha desigual y poco calculada que es la de no saber con qué, contra quién
ni hacia dónde disparar. Pero no nos condenéis a nosotros a no poder mirar las
amapolas a una hora justa, decidida y elegida por nosotros, que somos los auténticos
guardianes de la sabiduría de lo nuestro.
Porque, de no respetar
nuestra decisión sobre los campos de amapolas, volveremos la vista a los
últimos versos del poema de McCrae:
Contra el enemigo continuad nuestra
lucha,
tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas.
Mantenerla en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros los muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas».
tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas.
Mantenerla en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros los muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas».
En CasaChina. En
un 20 de Mayo de 2020
* * *
EN LOS CAMPOS DE FLANDES
En los campos de Flandes
crecen las amapolas.
Fila tras fila
entre las cruces que señalan nuestras tumbas.
Y en el cielo aún vuela y canta la valiente alondra,
escasamente oída por el ruido de los cañones.
Somos los muertos.
Hace pocos días vivíamos,
cantábamos, amábamos y éramos amados.
Ahora yacemos en los campos de Flandes.
Contra el enemigo continuad nuestra lucha,
tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas.
Mantenerla en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros los muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas».
crecen las amapolas.
Fila tras fila
entre las cruces que señalan nuestras tumbas.
Y en el cielo aún vuela y canta la valiente alondra,
escasamente oída por el ruido de los cañones.
Somos los muertos.
Hace pocos días vivíamos,
cantábamos, amábamos y éramos amados.
Ahora yacemos en los campos de Flandes.
Contra el enemigo continuad nuestra lucha,
tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas.
Mantenerla en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros los muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas».
De John
McCrae. Médico que sirvió como cirujano en un hospital de
campaña durante la Primera
Guerra Mundial. Escribió este poema tras los funerales de un amigo.
Con una amapola en la solapa conmemoran los británicos el 11 de noviembre
(Poppy Day), Día del Armisticio que puso fin a la Primera Guerra mundial