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miércoles, 20 de mayo de 2020

EN UN CHARCO DE AMAPOLAS PRESENTIDAS


84/2020
(Croniquilla de un tiempo de Viruso)

         Los días ahora se cubren los hombros con larguísimas esperas sin oriente.

Dicen que los campos están llenos de amapolas. Yo quisiera poder acercarme a las amapolas, pero la edad (y los que hacen el recuento) me impide salir a la calle a la hora marcada por los que mandan; hace demasiado calor para mí (y para las amapolas más veteranas).
A no tardar, me marchitaré en pecado venial de haber deseado lo prohibido.

Está visto que hoy me he despertado en un charco de nostalgias en el que crecen las amapolas como recuerdos recién cortados. 
¿Dónde están aquellas primaveras?
¿Dónde habré guardado yo esta vez mis antiguas impaciencias?

¿Se estarán dando cuenta los que mandan de que, a veces, un día vivido peligrosamente vale más que toda una vida vivida en cautiverio, anhelando el color y los paisajes?

Viene a mi mente el poema de John McCrae, roto ante la muerte de un amigo mientras batallaba en una guerra convencional: la Primera Guerra Mundial, y que, tomando la voz de los muertos como propia, acaba diciendo:

“…Contra el enemigo continuad nuestra lucha,
tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas.
Mantenerla en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros los muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas».

 

         Aquellos soldados sabían apuntar al enemigo porque el enemigo era un igual, solo que en la trinchera de enfrente. Pero el enemigo de ahora…

         ¡Quién iba a pensarlo! −Pensáis con estupor. Y hasta lo decís con la desfachatez de los que ya se saben perdedores−. Luego, en un último estertor, y a voleo, nos lanzáis a los ojos un encadenamiento de órdenes y proclamas llenas de incertidumbres y de vacilaciones que en otros tiempos nos hubieran dejado perplejos.

         ¡Nadie sabe nada! 
           Esa es la única verdad que nos va quedando. Esa es la gran verdad: en realidad, nadie sabe nada.

Así que dejadnos vivir a nuestro aire, por favor, aunque sea dentro de estas tumbas refrigeradas y bien abastecidas en que se han convertido nuestros encierros. Dejadnos salir como almas en pena a la hora en que nuestros cuerpos no se licuen sobre las aceras. 

Dejadnos pensar por nuestra cuenta. Nosotros sí sabemos lo que hacemos. De lo que hicimos no es que estemos demasiado satisfechos. No hay más que miraros
 Aunque, en el fondo, nadie sabe muy bien lo que hacer con tanto desbarajuste. Lo digo porque los mandamases se corrigen a sí mismos días tras día como si estuvieran ganando tiempo en el que encontrar la respuesta a una pregunta tan sencilla como la de “¿de dónde vienen los niños?”. 


Y, mientras tanto, los niños se les mueren de viejos sin ver las amapolas.

         
 Creednos: el destino de cada uno de nosotros (y de vosotros) está escrito. Seguid vosotros en esa lucha desigual y poco calculada que es la de no saber con qué, contra quién ni hacia dónde disparar. Pero no nos condenéis a nosotros a no poder mirar las amapolas a una hora justa, decidida y elegida por nosotros, que somos los auténticos guardianes de la sabiduría de lo nuestro.

Porque, de no respetar nuestra decisión sobre los campos de amapolas, volveremos la vista a los últimos versos del poema de McCrae:


Contra el enemigo continuad nuestra lucha,
tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas.
Mantenerla en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros los muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas».



En CasaChina. En un 20 de Mayo de 2020


*   *   *




EN LOS CAMPOS DE FLANDES

En los campos de Flandes
crecen las amapolas.
Fila tras fila
entre las cruces que señalan nuestras tumbas.
Y en el cielo aún vuela y canta la valiente alondra,
escasamente oída por el ruido de los cañones.
Somos los muertos.
Hace pocos días vivíamos,
cantábamos, amábamos y éramos amados.
Ahora yacemos en los campos de Flandes.
Contra el enemigo continuad nuestra lucha,
tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas.
Mantenerla en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros los muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas».



De John McCrae. Médico que sirvió como cirujano en un hospital de campaña durante la Primera Guerra Mundial. Escribió este poema tras los funerales de un amigo. Con una amapola en la solapa conmemoran los británicos el 11 de noviembre (Poppy Day), Día del Armisticio que puso fin a la Primera Guerra mundial

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