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lunes, 12 de noviembre de 2018

SABIDURÍA



 125/2018

¿Será que la ausencia de ambición de poder es lo que nos hace libres?

        A fuerza de hablar mucho con la gente, preguntar siempre y escuchar poniendo toda su atención en cualquier cosa que los otros le respondieran, se había convertido en una Mujer Sabia.
Cuando llego a ser la Mujer más sabia del reino, el Rey la llamó a su presencia; pero la Mujer, que cultivaba la sabiduría de no precipitarse nunca, se demoró tres días en acudir a la cita regia: uno para entender, otro para decidir y el tercero para dar tiempo a que se entendiera cualquier decisión suya.
-¿Por qué tardaste, Mujer, tres días en acudir a mi llamada? -le preguntó el Rey algo enojado.
-Quise saber, Rey, si tu llamada era un arrebato o una carencia. Los arrebatos no esperan, y no merece la pena dedicarles algo tan precioso como el tiempo; y las carencias, aunque dejen cicatrices en la memoria, suavizan sus aristas más dolorosas con un simple aplazamiento. Ya veo que, después de tres largos días de espera, aún recuerdas haberme llamado, de manera que aquí me tienes, dispuesta a regalarte lo más valioso que tengo: tiempo para escucharte.
Le sorprendieron al Rey aquellas palabras de la Mujer, que, en lugar de pedirle algo como hacían todos, le estaba ofreciendo semejante simpleza inmaterial. Sin embargo, tenía la seguridad de que la propuesta que él había decidido hacerle era más poderosa que la arrogancia de la Sabia, y acabaría con su insolencia.
-Me dicen que eres la más sabia del reino. Así que he decidido que seas mi todopoderosa y próspera primera ministra.
-¿Has decidido por mí? -respondió la Mujer Sabia, dejando traslucir en su voz un deje a mitad de camino entre la compasión y la ternura. ‑Permíteme, Rey, que sea yo quien decida mi propia vida rehusando tu oferta, y agradecértela al mismo tiempo con todo mi corazón.
El Rey comenzaba a dudar de la sabiduría de aquella mujer y casi se alegraba de su rechazo; pero algo lo movió a insistir:
-Mujer Sabia: no alcanzo a comprender tu negativa a convertirte en la mujer más rica, más importante y más poderosa del reino después de tu propio rey. ¿Podrías al menos explicármelo?
La voz de la mujer era absolutamente humilde y amorosa cuando respondió casi festiva:
-Verás, Rey: no eres tú quien puede investir de importancia a quien ya es la más importante para sí misma. Nunca me traicioné a mí misma; quiero seguir siendo la única que jamás me traicione, y eso me convierte en la criatura más importante que conozco. Lo del poder es más sencillo. Si aceptara el poder que dices querer y crees poder darme, mi poder dependería del tuyo, de manera que no sería genuino, y me convertiría en indigente. Y, finalmente, no quisiera yo caer en la trampa de la posesión de las cosas. Las riquezas que no pueda llevar en mi pensamiento pesarían tanto como el miedo a perderlas; y debes saber que mi verdadera riqueza está en no tener que acarrear miedo.
Nadie se había atrevido a rechazar semejante oferta. Por eso el Rey, dispuesto ahora a comprender el quid de una sabiduría tan sinsentido para él, cambió la ofrenda por la amenaza:
-¿Y si resolviera condenarte a muerte por tu desaire? ‑preguntó el Rey más confundido que enojado.
-Tu poder no es tan grande, Rey, para decidir lo que ya decidió la propia vida el día que me abrió los ojos. Yo, como tú, ya estoy condenada a muerte por el solo hecho de vivir. Tu único poder sería ponerle fecha a lo que antes o después sucederá.
-Eres sabia, Mujer, lo reconozco; pero también eres despiadada. Lo sabes, ¿verdad?
-Te equivocas, Rey. No soy despiadada. Soy libre.
En CasaChina. En un 12 de Noviembre de 2018

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