(Croniquilla del Viruso Coronado –
25)
"Aquel de entre vosotros que
esté libre de pecado, que tire la primera piedra" (Juan 8: 1-7).
El indiscutido, el indiscutible, el
elegido Lapidador Principal sopesó las piedras que los lacayos oficiales habían
puesto a su alcance para el Gran Acto Escarmentatorio.
Ninguna de ellas le parecía apropiada. Unas, porque eran
demasiado pequeñas para causar el dolor que él consideraba que se merecía el
condenado por un delito tan obsceno como lo era el pensar por cuenta propia.
Otras, las más, porque eran proyectiles de catapulta, apropiadas para una lucha
de titanes, pero demasiado pesadas para sus personales fuerzas de alfeñique.
¡Panda de incompetentes advenedizos
roeletras…! Definitivamente, estaba rodeado de inútiles, diplomados oficiales y
versados en esa basura llamada libros, de los que solo podían salir
deslealtades, papel mojado para uso excrementicio y cautelas de manual, más propias
de espantadizos chaqueteros que de disciplinados militantes.
“En cuanto acabe esto, tendré que ocuparme de castigar como
merecen a esos proveedores, leyentes de teorías trasnochadas y gandules de
oficio” −pensó, mientras era acometido por un ataque de irritación de tal calibre
que a punto estuvo de atragantarse con un cuajarón justiciero.
Como el escarmiento público de lo de la
ejecución no debía demorarse, −no fuera a ser que los sumisos cayeran en la
tentación de la indulgencia−, decidió amasar su propia munición con materiales
más livianos que el granito y más vistosos que la caliza. ¡Qué mejor elección
que el agua de segundo uso, la arena de toriles y la paja de era revuelta!
Se puso a la faena. Se trataba de que sus adictos
incondicionales comprendieran que quién sabía manejar lo más lustroso, sin
necesidad de tanta ilustración de manual, era él.
Él: el mejor.
Él: el único.
Él: el elegido.
Se proveyó del légamo más pegajoso y de
la paja con las granzas más gruesas y amasó con codicia su castigo.
Cuando estuvo satisfecho del volumen que había alcanzado el
proyectil, lo lanzó con todas sus fuerzas contra el condenado, mientras que una
incontenible cólera le licuaba los sobacos y le relajaba el esfínter trasero.
El metano rebosó, se desbordó en la
enormidad del espacio, giró vertiginoso por el aire y estalló irreductible
dentro de todas las fosas nasales de los soliviantados asistentes al ceremonial
patibulario.
No pudo prever el Lapidador Principal que
la propia furia de su proyección odiosa acabaría por levantar semejante huracán,
capaz de desmenuzar su frágil artesanía antes de que llegara a tocar siquiera a
su último destino: el LibrePensador.
*
* *
Sí.
Así es.
Ese ciego que limosnea caridades en la esquina de la vida es
aquel mismo Lapidador Principal de otros tiempos. Fue su propia paja la que lo
cegó en mitad del torbellino de la ira.
Ya no es útil para la causa.
No le quedó vista suficiente para poder ajusticiar con eficacia, aunque
siga siendo zahereño, como todos los escasos.
Además…después de aquello, ya no se ajusticia.
Bizqueando en CasaChina. En un 4 de Abril de
2020