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domingo, 22 de marzo de 2020

DE VELAS -2- y VELATORIOS


36/2020



(Croniquilla del Viruso Coronado – 11)

         Confundida.
         Desigualmente confundida en este igualamiento que nos ha traído el Viruso Coronado.
        Así es como está una servidora, sin acabar de entender si esta confusión es reactiva o endógena, endémica, epidémica o pandémica, inducida o adquirida, larvada o manifiesta; azul o roja; de los míos o de los contrarios (suponiendo que alguien haya decidido ser mi contrario en contra de mi voluntad que es no tenerlos).
        A lo que vamos. Lo del Viruso con Corona.
        ¿No os lo decía yo?

       Y va una y se pregunta:
Este Viruso Coronado ¿qué es?
¿un chaquetero tránsfuga o un demócrata irredento?

       ¿Es o no es para estar confundida?

          No; no estoy disparatando, ni desvariando.
         Ya he dicho que estoy simplemente, confundida. (Y acaso, desbordada por los acontecimientos, que parece que, vistos desde mi encierro, sin tener a quien abrazar en cuerpo presente, parecen colosales monstruos nocturnos sin fecha de amanecida).

         Me explico:
        Anteayer, sin ir más lejos, el Monarca del Pueblo, o lo que quiera que fuese, se llevó por delante a un sindicalista inmemorial, amigo mío por más señas, ocasional aunque entrañable, y recio en sus convencimientos cual juanramoniano Platero plebeyo, de esos que, como dice el refrán, cuando enfilan una linde, siguen andando erre que erre, indómitos como los de su especie, aunque la linde se acabe.
        No había yo terminado de apañarme el duelo sin difunto, sin velas, y sin funerales donde compartir miedos y desamparos con su recién inaugurada viuda, cuando me llega la siguiente noticia: el Viruso acababa de ultimar a un marqués de grata memoria, hecho él a los pámpanos de calidad y a la risa fácil, e igualmente ocasional en la coincidencia de algún sarao campestre regado con buen vino y mejores recuerdos.
        A ninguno de los dos les dio el Viruso, o lo que quiera que se los llevase, el mínimo cuartelillo para sentir el último tacto de las manos amadas.
     No habrá crónica gráfica de sus funerales, ni velatorios, ni pésames en el primer banco del recinto de la ceremonia de despedida.
Ni siquiera, ceremonia de despedida.
Ahí es donde entra mi confusión.
        
           ¿No dicen por ahí que no todos somos iguales?
          Hartita está una servidora de escuchar eso de que unos son más iguales que otros, sin echarle cuentas a que no van a ser iguales quienes se matan a estudiar o a trabajar, que los que se tumban a la bartola, en plan “aquí me las den todas”, y ejercen la rentable profesión de “ni-nis” a costa del erario público, o de unos padres con fecha de caducidad más que pasada.

Pero, tranquis, que ahí está lo único que nos iguala.
      Ya ven ustedes: un sindicalista inmemorial y un marqués de grata memoria igualados por un simple, pequeñajo, miserable, inacabado, invasivo y poderosísimo Viruso, −eso sí; coronado− en idéntica fecha y con semejantes resultados de nadie a quien decirle un adiós de última hora.
        Será que la muerte, venga en el sobre que venga, vestida de seda o de trapillo, no entiende de diferencias entre destinatarios.

¿O sería que el Viruso guadañero lo que pretendía era encender 
una vela a Dios y otra al Diablo?

         Sea como quiera que sea, lo cierto es que la muerte hace tan guales a los que se van como desiguales a los que se quedan.

         Porque, vamos a ver: ¿lo mismo va a ser la vida de mi amiguilla Charo, la viuda del sindicalista, que se queda ahora con la mitad de lo que ingresaban entre los dos y con los mismos gastos, que la marquesa consorte, que seguramente no sabe a cuánto ascienden sus gastos?

¡Cachis!

Esto de seguir vivos es lo que más desiguala
 
       Lo que pasa es que yo prefiero de momento ser más desigual que pasar a lo de igualarme.

Desigualada en CasaChina. En un 22 de Marzo de 2020

CARTA ABIERTA A MIGUEL FERNÁNDEZ PALACIOS GORDÓN

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