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miércoles, 23 de septiembre de 2020

SESIÓN DE LOS MÍERCOLES

 

111/2020

(El virus de la cizaña)

      Ahí están. Dos mujeres en su papel de voceras segundonas metiendo cizaña. Dos desenvueltas “representantes del pueblo”, dos “madres” de una patria sin despensa, tupiéndose con esa rancia contundencia parlamentaria, más propia de aprendices de marimachos en tiempos de bonanza que de digna cordura de pandemia compartida.

         Escuchándolas, me entra el regomello de otras veces; si lo de la tan manoseada como malgastada “igualdad de género” no la estarán convirtiendo en otra cosa que esta maestría en lo de vilipendiarse con volumen de cine de barrio y contundencia gonadal y navajera, y vuelvo a recordar aquella frase del “no es esto, no es esto” del estupefacto filósofo ante el oprobio de lo más sagrado: la vida.

         “Tú, tunante”.

         “Tú, más”.

         “Ustedes, rojillos, hicieron…”.

         “Ustedes, azuletes, dejaron de hacer…”.

         (Plas, plas, plas. Manidos y esquizoides aplausos cada tres escaños sin mascarilla).

         Nuevos vituperios a voz en grito y ceño retorcido bajo unas cejas depiladas a escuadra y cartabón.

         Usted, señoría no me va a dar lecciones a mí…”

         (Me acomete un estremecimiento pedagógico, un repullo de vocativo de voseo maltratado por un“usteo” de escaño provisorio, ese uso ramplón de primera persona interpelativa precediendo al “señoría”).

         Engorda el barullo de gallinero con los palos sin baldear, bajo la cristalera emplomada y tiroteada de un mal llamado parlamento, cuando, visto lo visto, y oído lo oído, debiera llamarse charco de ranas, o de aguas estancadas en pilón de trapos sucios sacados a solear antes de echarles un buen ojo de jabón, y desinfectarlos con polvos de colar.

         ¿Acaso no se han enterado de que los viejos lavaderos de cacas sin digerir han desaparecido bajo la piqueta inclemente de un enemigo común e invisible?

         Comienzo a entender al tal Zorrilla, cuando, al paso de la farándula callejera enmascarada, exclamaba aquello:

”Cuán gritan esos malditos.

Pero, mal rayo me parta

si en concluyendo esta carta

no pagan caros sus gritos”.

          ¡Voto a bríos que lo pagarán! O lo pagaremos. Porque este tren sin railes nos pilla a todos como no nos pongamos todos a pararlo.

          “Cuán gritan esos malditos…”

¡Vaya despertar!

         Apago la radio hastiada, y afino el oído.

         Escucho cómo avanza furtivo un silencio de dolor, de hambre y de cansancio; rostros conciudadanos abrumados tras ventanas clausuradas de nuevo por la tristeza; silencio que contrasta con el ruido que siguen haciendo estos bien pagados sin copla propia.

Vivo en la frontera de uno de esos barrios “restringidos” por la nueva ola del contagio, que vuelve a silenciar el aire contaminado del peor de los virus: el virus de la contagiosa discordia parlamentaria. Un barrio que, antes de lo del otro virus, no era ni rico ni pobre, sino todo lo contrario, y donde ayer mismo veía dos largas columnas nutridas por los nuevos miserables. Una de las columnas, bajo el sol de un otoño recién estrenado lleno de incertidumbres, sesteaba apenas a la puerta trasera de la parroquia a la espera de una caridad con la que llenar el plato de la cena, acarreando gastadas bolsas de indigencia colgadas de una mano mientras con la otra trataban de ocultar la vergüenza de un rostro mendicante de nueva generación.

La otra columna estaba a la puerta del centro de salud, (lazaretos del s. XXI) y daba la vuelta a la manzana, con la inútil cartilla sanitaria usada de visera oteando la escasez de batas blancas.

¡Tanta pena, Dios mío, tanta pena! Sólo el silencio nos devuelve un mínimo de dignidad ante tanto dolor compartido.

Pero ellos, contumeliosos agraviadores con certificado de idoneidad, tienen que justificar sus sueldos a grito pelado, tupiéndose como ganapanes de trasnochado muelle, con olor a brea decimonónica.

¿Se habrán enterado de que quienes sudamos para bienpagar sus improperios de catecismo laico nos estamos muriendo de miedo, de hambre y de tristeza?

         ¡Dita sea, paren ya!

 En CasaChina. En un 23 de Septiembre de 2020.

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