VA DE...Batiburrillo literario

viernes, 16 de marzo de 2018

EL AÑO DEL VESTIDO AZUL (Presentación)



Lugar de la presentación del libro. Con CrisPin y su madre, Encarni
 EL AÑO 
DEL VESTIDO AZUL
Presentación
Dijo Balzac: Un libro hermoso es una victoria ganada en todos los campos de batalla del pensamiento humano.
Estaba por adoptar este pensamiento para un acto como el de hoy hasta que las palabras “victoria”, “ganar” y “campo de batalla” me desalentaron.
Resultará curioso que, en 16 palabras que son las que forman este pensamiento, sean solo cinco las que me desasosiegan. Pruebo a ignorar los artículos, el verbo y el adverbio y se me queda en esta minimez locutiva la frase total:
·         “libro hermoso”
·         “Victoria ganada”
·         “Campo de batalla”
·         “Pensamiento humano”
Sigo descartándome y, para hacer honor a la equidad, siendo cuatro las propuestas con las que me he quedado, prescindiré de dos por sus connotaciones:
·         “libro hermoso”
·         “Victoria ganada”
·         “Campo de batalla”
·         “Pensamiento humano”
Así que el resultado es: “libro hermoso” y “pensamiento humano”.
No puedo por menos que decir: ¡Gracias, Balzac, por prestarme dos frases que, aunque fuera de contexto, definen a lo que aquí he venido!

He venido a decir que EL AÑO DEL VESTIDO AZUL es un libro hermoso porque los libros, una vez paridos, son como los hijos, -propuesta de la que gusta usar nuestro editor, Basilio con verdadero acierto-. Y no habrán visto ustedes a ningún padre, ni mucho menos a ninguna madre que no diga que su hijo o su hija no son hermosos, aunque tengan un ojo diciéndole al otro vete p’allá.

 Pero es que, además, este libro tiene la hermosura que imprimen los años. Este libro es una selección de mis cuentos. Y mis cuentos han recorrido mucha vida, y muchos caminos. Y muchas emociones desde las que conectar con lectores que hayan recorrido mucha vida, y muchos caminos y muchas emociones. Pero también en él encontrarán, aquellos que comienzan la andadura de la vida de escribidores, señales, no precisamente de tráfico sancionador, ni de advertencia amenazante, sino de eso que es connatural a cualquier edad y a cualquier trecho de camino. Es un libro, y son unos relatos escritos desde la emoción. Y la emoción es universal, atemporal, intercultural, intergeneracional.
VIVENCIAL.

He venido también a decir que EL AÑO DEL VESTIDO AZUL es puro pensamiento humano: porque me es imposible dejar de recordar que todo inicio de cualquier cosa, todo hecho, todo acaecimiento, parte del pensamiento.
En algún momento de mi vida fui alumna de un pensador sistémico que me enseñó que la secuencia seguida en todo proceso está regida por estos pasos y por este orden:
1.      Pensamiento
2.      Emoción
3.      Acción
Ninguna obra, ninguna acción es fruto de la casualidad. Todo pasa por el tamiz del pensamiento. Y cualquier emoción no es sino el producto de lo que se pensó previamente. Por eso la acción en la que nos empeñamos tiene su origen directo en la emoción previa generada por nuestro pensamiento.

De manera que siempre actuaremos en función de las emociones generadas por nuestro pensamiento.

Sucede sin embargo que el pensamiento es algo tan personal, tan nuestro, tan circunstancial y tan inestable que sería utópico esperar que mis pensamientos coincidan con los de mi vecino. Mucho menos, en un tiempo emocionalmente idéntico.
Lo que sí que puede sucederle a mi vecino es que mi pensamiento sobre él esté distorsionado por cualquier elemento más o menos coyuntural que acabe por producirme una emoción mas o menos afortunada, desde la cual le suelte a mi vecino el ya famoso “yo también te quiero” cuando me esté llamando hija de fulana de tal, o le responda con un “anda que tú” en ese momento en que me regala un hermosísimo buenos días lleno de amor.

Gusto yo de ilustrar estos divagares míos con cuentecillos que todos conocemos, pero que mi bien llevada “provectez” me da licencia para consentirme a mí misma y repetir.
Les cuento:
Había una vez un hombrecillo, temeroso y friolero, que circulaba una madrugada en mitad de una despiadada ventisca, en un vehículo que se caía de viejo. En esto que oye un ¡plof!, y se da cuenta de que se le ha pinchado una rueda. Sale del coche tratando de protegerse como puede de semejante inclemencia, abre el capó para sacar la rueda de repuesto y tantea en busca del gato.
¡Oh, cielos! No tenía gato.
A lo lejos ve una casa en cuya puerta parece distinguir una luz parpadeante, y decide recorrer el trecho que lo separa de aquella casa en busca de auxilio:

-¿Y si no hubiera nadie? -piensa, asumiendo una alarma generada en su mente de la que se consuela también mentalmente diciéndose que si no hubiera nadie, tampoco habría una luz encendida porque nadie se deja una luz encendida tras de sí. Y avanza en mitad de su tormenta mental y la otra tormenta.
-Claro que pudiera ser que no tuviera coche y, por tanto, no tenga gato -piensa temiéndose lo peor, pero consolándose con la idea de que sin coche no podría desplazarse nadie hasta semejante lugar.
-Realmente, aunque haya alguien, y tuviera coche, pudiera ser que no tuviera gato -piensa al borde de la desesperación, de la que trata de salir razonando que una desgracia semejante no va a pasarles a dos personas al mismo tiempo. Y sigue avanzando cada vez más congelado y más encorajinado.
-No, si haber alguien seguro que lo hay, y sin duda ha venido en coche, y no es imaginable que no tenga gato, pero bien pudiera ser que a estas horas el muy canalla de ahí dentro -piensa- no quiera abrirme la puerta. Y si me la abre, seguro que ¡no le da la gana de prestarme su gato! -se emociona fatalmente-.

En ese momento llega nuestro hombre a la puerta, abierta por un ser encantador que le pregunta en qué puede ayudarle, a lo que el fatalmente emocionado pensador responde:
-Sabe usted lo que puede hacer con su maldito gato? Pues metérselo donde le quepa.

¿Que qué tiene que ver esto con EL AÑO DEL VESTIDO AZUL y con este acto?

Es sencillo.
Me explico:
Lo primero es confesar que estoy metida esta noche en una tormenta de emociones de las que solo puedo recuperarme diciendo gracias:

1.  Gracias a quienes, en este lugar hermosísimo, representados por Severiano Hernández, arropada por su presidente y por Belén, su vicepresidente, han hecho posible vestirme doblemente de azul en el día de hoy: con el VESTIDO AZUL de aquel año lejanísimo que yo diría que existió, aunque no como lo cuento en el libro, y con el azul del Premio Internacional de Literatura Rubén Darío, el poeta que en la palabra AZUL encontró toda una razón de ser sobre un libro inolvidable y universal.

Gracias, a los miembros del jurado que me otorgó el premio:

   A Basilio Rodríguez Cañada, factor de sueños azules, muñidor de inquietudes, muchacho permanente en una madura bonhomía que a veces te empeñas de velar con esa timidez llena de reciedumbre que dan los orígenes de la tierra.

Con Gloria Nistal Rosique: prologuista
Añadir leyenda
   A Gloria Nistal Rosique: prologuista del libro, siempre dispuesta a poner el hombro en que apoyarse, sin buscar nunca otros hombros que no sean los tuyos propios para cargar la mochila de la vida y echar a andar sabe Dios, hacia qué nuevos y azules horizontes solitarios. Y gracias especiales por reconocernos públicamente a Juan Revelo y a mí como creadores y promotores del MEP, el Modelo de Escritura Polifónica, esa forma totalmente nueva de escribir, participativa y sinérgicamente, de cuya experiencia has sido -como has dicho- participante activa, a lo que yo añado “muy valiosa” participante.

    A Cecilia Caicedo Jurado:  mi inolvidable epiloguista, poeta colombiana que desde los micrófonos de una emisora de radio le canta a los azules inigualables del cielo de Colombia con nombre propio.

   A Mayrim Cruz Bernal: la siempre pasional portorriqueña que, en una noche de Vinoteca del Viejo San Juan de hace ya muchos años, me enseñó que una islita del Caribe es algo más que pura poesía, germinada y navegante en un universo azul.

  A Carlos Orlando Pardo: hombre amoroso donde los haya y cuidador de sus escritores como una gallina clueca, que engüera pollitos azules y eleva vuelos de un azul sin nubes.

    A Lidia Corcione: que, como su ciudad, Cartagena de Indias, tiene que amurallarse para que no se le escape el corazón hacia su mundo de pájaros y mariposas azules.

 A María Vilalta: de quien aprendí que, aún siendo pequeñita como una nena, se puede ser tan grande y tan productiva y tan nutriente como la Pampa y el azul inigualable del glaciar Perito Moreno de su tierra.

     Ridha Mami: el maestro de las mil lunas, que desde hace tiempo me tiene prometido llevarme a ver una luna llena particular desde su pequeño y hermoso pueblo tunecino.

 A Juan Revelo Revelo: que, además de haberme acompañado durante largos años en la aventura de la Escritura Polifónica, ha sido/ es mi eterno compañero de un proyecto de novela siempre pensada y esquematizada, que espero que nunca se consume para seguir esperando sin tener que poner la palabra “FIN” ni pronunciar nunca esa frase que parece un pésame: “misión cumplida”.

Gracias al equipo editorial: Raquel, Verónica, David… porque sabéis muy bien (o debierais saberlo) que sin vosotros el sueño de este libro sería un inquietante sueño con el cuello girado "como el de la niña del exorcista". (Vosotros sabéis muy bien de lo que hablo).

Gracias, Pepe Iglesias Benítez: tú me enseñaste que los colores son todos emocionantes como tus poemas, aunque vivas –lo sé- en un mundo azul que entiende del abrazo para siempre.

Gracias a Cristóbal Pintor: CrisPin: te conocí demasiado quieto para ser tan niño, dibujando sobre servilletas de una cafetería; eres ya un muchachito, que pasó desde la desesperanza blanca del mundo de los hospitales infantiles al esplendor luminoso de papeles en blanco sobre los que imaginas mundos mágicos que cuentan sus propias historias de arcos iris: gracias, CrisPin, por verme como me has dibujado en la contracubierta del libro: AZUL.

·   Gracias a la delegada del Gobierno en Madrid de la Junta de Andalucía, Candela Mora, a quien agradezco su expreso mensaje, aunque su agenda le impida estar con nosotros.

·     Gracias al presidente de la Diputación de Jaén, Francisco Reyes Martínez, cuyo mensaje de felicitación de esta mañana, y excusa de asistencia me llegaron como un grato recuerdo con aroma de mi tierra.

·          Gracias a las gentes de mi pueblo, y de Sierra Mágina, que inundaron de mensajes todos mis rincones.


Conchi y May: mis hermanas
Un agradecimiento muy espacial a mis hermanas, que, como yo, estamos mucho más cerca de lo amarillo de lo que fuera de desear; pero hemos vividos nuestros azules luminosos como pocos.

·            Gracias a mis primos, que me han traído flores azules a este acto, recogidas ahí mismo, en la calle.

 
·               Gracias a mis amigos, llegados desde el fondo de los años: Guillermo, Pilar, Paco, María, Gabriel, Manuel, Pedro, Rosa, Ángeles, Maite...

   
 Y gracias a mis cuentos, que sospecho que se escribieron a sí mismos para poder regalarme este momento.

Los cuentos recopilados e incluidos en este libro surgieron todos ellos de mi personalísima observación del mundo. Pero no veréis ni en uno de ellos que yo diga: pues mire usted señor lector, lo que yo pienso es…
Yo miro, observo, pongo la oreja, afano aquí dos palabras y allí media historia, que remiendo con retales de mis historias propias; les incrusto vainicas, les saco brillos como a las perinolas de los balcones; y cuando ya tengo la pieza bien armada y lustrosa en mi pensamiento, voy y me invento tres o cuatro protagonistas, tres o cuatro pardillos a los que poder poner en su boca la tarea de decir lo que yo pienso (o a lo mejor lo que no pienso) como si fueran ellos los que lo piensan o los que contradicen o los que pontifican, y los echo a andar entre las páginas de un libro para que se las apañen con los lectores como puedan.

Añadir leyenda
¿Que por qué soy tan cobardica y les endilgo a mis personajes lo de administrarme los pensamientos propios o, como se dice por ahí, lo de dar la cara y ponerla por delante para que se la partan? Ahí quería yo llegar:
Se trata del oficio de escribir. 

Y a estas alturas, puedo asegurar que mis pensamientos son algo más que míos. Son patrimonio de mis personajes, que van por ahí buscando bronca o empeñados en encontrarles el “punto g emocional” a los lectores mediante el artilugio de no tener que arriesgarme a que me suelten un “¿pues sabe usted lo que puede hacer con su libro…? (o con su gato).
Y no me lo van a decir porque, una vez parido el hijo, este libro, el gato es suyo; la emoción de identificarse con personajes desgajados del pensamiento de su autora es suyo; las historias, aunque les quepa a ustedes una mínima sospecha de que están sacadas del baúl de los recuerdos de la autora, acabarán identificándolas como suyas a fuerza de parecerse a un “esto también me paso a mí una vez”; Mi agradecimiento por tenerlos aquí esta tarde es suyo, porque ustedes lo han hecho posible.
 Todo lo que escribo, y he escrito y escribiré, es suyo.

¿Mío?
Sí, algo de todo esto es mío: ¡el gusto -de encontrarme con ustedes en mío!
Sí señores: el gusto es mío.

Madrid 13 y martes de Marzo de 2018


















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miércoles, 7 de marzo de 2018

EL SÍNDROME DE DIÓGENES



8/2007
Dedicado a todas las mujeres heridas de desamor cotidiano

            La culpa no era del resto de la familia.
¡Ella tenía la culpa!
Les había permitido ir llenando la casa de bolsas de basura de todos los tamaños hasta que, de repente, se dio cuenta que ya no le quedaba espacio ni para colocar el poco aire que ella necesitaba para respirar.
El salón estaba lleno hasta el techo de las exigencias del Hombre:
"¡Goooooool!"
“¡Apartaos-de-ahí-en-medio!”
       “¿Es-que-no-podéis-callaros-ni-un-momento?"
"Mira-Mujer:-llévate-a-los-niños-de-aquí"
“¿Es-que-nadie-en-esta-casa-comprende…?"
"¡Silencio!”
En la cocina no cabía ni una brizna más de trabajo pendiente y engrasado, de platos que fregar, de mesa-puesta sin un mínimo "muchas-gracias", de “ajjjj-qué-asco-de-comida”, de restos de “date-prisa-que necesito…”. ¡Todo por recoger…!
El dormitorio estaba tan lleno de silencio y de cansancio, de densa apatía en la que apenas se podía ya limpiar el polvo sin que se cayera al suelo un trozo desprendido de algún recuerdo lejanísimo y, quizá, sólo imaginado.
La habitación que había sido de los niños se abultaba, día a día, de despiadada adolescencia.
       Todo: cuarto de baño, pasillos, terrazas, despensas… ¡Todo estaba ocupado por aquella basura de lo cotidiano!
La mujer se dio cuenta de que en aquella casa ya no quedaba sitio donde poder colocar el pequeño bulto de su rabiosa esperanza. Por eso, lo metió en su bolso con sumo cuidado para que no se le agrietara, por si un "por-si-acaso", y salió a respirar a la soledad de las calles.
Pero una manifestación de fatigas igualadas en rostros extrañamente semejantes al que ella había visto esa mañana en la única esquina azogada que aún quedaba en su espejo la arrastró calle adelante. Llevaban carteles zurcidos en las frentes que pregonaban que era 8 de Marzo: el único día de los 365 del año que les habían dejado para ellas.
Según avanzaba, miró hacia las fachadas de las casas.
Desde las ventanas, los niños y los hombres agitaban banderitas de color urgencia con carteles que decían: mamá, vuelve pronto; no sé dónde están mis calcetines.
Entonces se dejó arrastrar por aquella ola humana hasta algún lugar donde las quejas se ataban en ramilletes pequeños antes de devolverlos a su hogar abandonado por un día.
*   *   *
Cuando llegó la hora de la cena, toda la familia se sentó a la mesa esperando que la Mujer les pusiera el plato delante.
Pero se cansaron de esperar inútilmente.
Los niños lloraban intuyendo hambres desconocidas.
El Hombre no sabía qué hacer con aquel espacio de tiempo vacío de manos de mujer, de silencios que reclamar y de arrogancias desairadas por una estúpida ausencia.
La casa olía a moho y a abandono.
Como pudieron, sorteando las malolientes bolsas llenas de
hastío que ocupaban cada rincón de la casa, buscaron llenos de ira a la Mujer en los pocos rincones en que aún pudiera estar refugiada. Pero no acababa de aparecer.
¡Olía tan mal! Quizá, como era tan suya, se hubiera muerto en algún rincón sin avisar siquiera…
No; no estaba. Ni viva ni muerta.
Sólo, al caer de la tarde, lograron encontrar un rastro de ella. Era una nota húmeda, pinchada en un pañuelo lleno de vergonzantes lágrimas:
"Si no me hacéis hueco entre vuestros olvidos, no regresaré. Ya no soporto tener que limpiarle el polvo a tanta basura".
* * *
       Cuando los servicios de limpieza sideral tuvieron que sanear, por cuenta del Municipio, la casa de los abandonos, no podían comprender cómo aquella mujer, que había sido la flor del barrio en su juventud, pudo soportar en su vejez tanta basura acumulada durante toda una vida.

 Gaviola
8/03/2007

LA PRESUNCIÓN DE INDECENCIA

  (Mujereando)           45/2024   ¡Ya está bien! Hasta los “huevarios” estamos muchas mujeres de tener que “serlo”; pero, sobre tod...