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lunes, 13 de abril de 2020

HISTORIA INÉDITA DE UN MÁRTIR OFICIAL DE LA DERECHA


58/2020


(Croniquilla de un Viruso Coronado – 33)

         Tenía ella dos hermanas mayores de belleza poco común, que resaltaba la casi fealdad de la más joven. Tenía ella una estatura como la de sus hermanas, solo que lo que a las mayores convertía en airosas garzas de altos vuelos a ella la transformaba en una especie de desmañado caballo percherón de ojos azules.
         Tenía además un hermano, adonis él como las dos sórores; varón él por más señas y, como tal, hábilmente utilizado por su ingeniosa e industriosa madre para las tareas de lo que por entonces le estaba prohibido desempeñar a una mujer, por muy emprendedora que hubiera nacido, o por muy viuda prematura que fuera: contratar con el Estado.
           Aquel hermano, varón entre todas las mujeres, el mayor de los cuatro hijos de la que llamaremos la Dama de la Luz, además de hijo oportunamente parido, fue el atildado e impecable polichinela de la todavía joven y de buen ver viuda, que concibió, entre otras muchas, la idea de llevar la luz eléctrica a varios pueblos de los que no voy a hablar, no sea que alguien se escueza y, aprovechando la coyuntura de que no nos permiten salir ni para echarle un ojo de jabón y lavar nuestro buen nombre, me mande un propio[1] retándome a duelo. O lo que es peor: que, como anoche hizo alguien −de cuyo nombre no puedo acordarme porque no lo sé de seguro−, le ponga un recaico al FACEBOOK, tan escolimado[2] él −Facebook digo− que hay que estar embadurnándole las escoceduras inducidas de las ingles con polvos de talco a granel, y vayan y censuren esta croniquilla que, de antemano, sé que va a coger a muchos con el paso cambiado, escandalizar no menos a otros; y a reconcomerle los entresijos a alguien más, que no sería de extrañar que ya sepa de qué va la historia por manejar papeles privados del Mártir Oficial de la Derecha, de cuya infame muerte real y accidental, y útil utilización de martirio se obtuvieron resarcimientos suficientes como para callar bocas, amagar olvidos y levantar altares de mano en alto y al frente sobre las tumbas indiferenciadas de los que nunca debieron morir por una causa en la que no creyeron, cuyas fosas cavaron ellos mismos cual zapadores de su propio horror.
Pero volvamos a ella.
        Ella, la menor de los cuatro pimpollos de la Dama de la Luz, pasado el tiempo, comenzó a ver cómo el tiempo se le pasaba a ella sin que nadie le dijera “qué-bonitos-ojos-tienes” −que los tenía−, mientras que sus hermanas mayores ya habían matrimoniado con acaudalados y distinguidos donceles por desvirgar, y su hermano, el jacarandoso pollito encopetado que contrataba con el Estado por cuenta de su madre, ritualista e hipocondriaco él por más señas, permanecía en estado de celibato consolidado, evitando lo de meterse en tientos y manoseos de moza alguna en cualquier zaguán oscuro, por muy recia y apretada de carnes que estuviera la moza. Y lo evitaba casi tanto como lo de tentar manillas, manillones, bocallaves, pomos o pestillos  de cualquier puerta sin haberse calzado previamente sus finísimos guantes de cabritilla, traídos por cierto a docenas, desde Almería, donde un comerciante, con la cabeza trastornada por el pío-pío de millones de pájaros locos, había montado por entonces una tienda de guantes, ignorando la despiedad del clima desértico de aquella urbe, donde ponerse unos guantes era hace cien años, y sigue siéndolo, como hacer una promesa de permanecer de rodillas encima de un garbanzo sin desbravar mientras dura la cuarentena.
          Lo que digo. Que no sé por qué estoy escurriéndome de hablar de ella, cuando es ella la que quiero que sea la protagonista.


          Claro que, a lo mejor, me estoy valiendo de ella para ver cómo meterle mano a lo del Mártir Oficial de la Derecha, que vino a ser tiempo más tarde su marido, muy posiblemente porque a ella, tan poco agraciada, y al borde de convertirse en lo que ahora llaman “camareras de la Virgen” y entonces se llamaba las de “vestir santos”, había merecido una sustanciosa mejora testamentaria en el no menos sustancioso capital amasado, céntimo a céntimo, por la Dama de la Luz.
       Era él, −el que luego se convertiría en un Mártir Oficial de la Derecha− escaso de hechuras, pinturero sobre el caballo, y certificado por parte de padre con título de sangre azul, aunque en alguna batalla en la que fue herido le asomara una sangre más roja que la muleta de un matador. Y es que anduvo él en alguna que otra beligerancia en su condición de ilustre milico de Infantería desde el año 1900, según Hoja de Servicios que obra en mi poder.
         De buena tinta sé que, en los primeros días de marzo de 1936, como flamante Ayudante de Campo del General Villegas, −asistente perro que se los llamaba− vino desde Zaragoza y asistió a una reunión promovida por el General Mola, en una casa particular de Madrid, en la que se tramó un levantamiento para acabar con el Gobierno del Frente Popular, encomendándole Mola a Villegas el mando de la I División Orgánica, una de las divisiones mejor dotadas, en la que se integraban las más importantes unidades del Ejército de tierra, al frente de la cual ya había estado Villegas tras proclamarse la Segunda República, para pasar después como comandante de la V División durante el gobierno de Alejandro Lerroux.
           Villegas, militar disciplinado, versado en leyes como vocal de la Sala Militar del Tribunal Supremo, y hombre acostumbrado a sopesar deberes por encima de querencias, parece que no vio con buenos ojos la propuesta de sublevación de Mola, en la que él y el General Fanjul eran piezas clave. Y, sin querer abandonar a sus compañeros, dudó sin embargo lo suficiente como para que fracasara aquel plan descabellado.
       El fracaso del pronunciamiento de la capital de España acabó con el encarcelamiento del General Villegas en la Cárcel Modelo y su fusilamiento el 23 de agosto de 1936.

          Mientras tanto ella era detenida y llevada a la tristemente célebre Checa de San Antón con el objeto de que confesara, por las buenas o por las malas, dónde se escondía “su él”, el “ayudante perro” del General Villegas recién fusilado.

         Siempre me ha fascinado la entereza mostrada por ella en su declaración, durante el interrogatorio al que fue sometida, y que también obra en mi poder por obra y gracia de quien pudo y quiso entregármelo para suplir lagunas encasilladas en un entorno asustado de que se supieran esas cosas, guardando en escondrijos que un día se descubrirán algunos documentos que pertenecen a la historia.
          El, el militar alfeñique, de sangre roja, aunque dijeran que era azul, el de la gentil y hermosa estampa montado sobre su caballo, el de escaso patrimonio y esposa de hechuras de percherón de ojos azules, mejorada por testamento, nada más fusilar a su superior, había recibido la indicación de que lo mejor era refugiarse en una embajada.

         “Te encuentren quienes te encuentren, no la cuentas. Si te pillan los del Frente Popular, hacen contigo lo que han hecho con tu jefe. Y si te encuentran los de Mola, te llevan por delante por ser el ayudante fiel de quien prácticamente ha hecho fracasar esa “quinta columna” cacareada por Mola con tan poco sentido común”.
           No sé yo en qué estaría pensando él, mientras ella era interrogada una y otra vez, y de aquella manera, en la Checa de San Antón
   ¿Quizá en volverla a ver? 

¿Quizá en que nada tenía que temer como militar de honor, puesto que tanto su jefe como él se habían pronunciado en contra de la notoria ilegalidad que suponía alzarse en armas contra los civiles que se las habían entregado?

         Lo cierto es que fue a pensarse lo de refugiarse en una embajada tras los cristales de un hotel aledaño a la Puerta del Sol, donde pronto fue reconocido y denunciado por una miliciana que antes había servido a ella y a él en su casa del barrio de Chamberí.
          De allí fue llevado al mismo lugar que había ocupado su jefe. La Cárcel Modelo, de la que fue sacado en noviembre de 1936, y conducido a Paracuellos, junto con muchos hombres más, a los que sus carceleros obligaron a cavar largas fosas en cuyo borde, una vez abiertas, fueron fusilados, arrojados −a saber si muertos o malheridos− y enterrados sin más oficio que lo que cada cual rezara si es que sabía rezar, ni más incienso que el olor de la pólvora, ni más sudario que el de la cal viva.
         Anoche, mientras era informada de que alguien −de cuyo nombre no puedo acordarme porque lo desconozco, pero que en algún momento le cayó mal mi presencia− había denunciado por “inconveniente” mi crimen escritoril, y mientras los ayudantes perros de FACEBOOK me imponían un doble arresto domiciliario, añadiendo a este cautiverio impuesto por el Viruso Coronado la prohibición forzosa de expandir lo escrito más allá de mi particular muro de lamentaciones, recordaba yo a aquellos dos personajes: él y ella. Y a toda la parafernalia de sangre (azul o roja) que puede montarse en torno a una denuncia irracional contra quienes se empeñan en hablar de lo que sienten, o se negaron a sentir como los demás y a seguir por caminos poco “ortodoxos”.
*   *   *
        Entre quienes conocieron de cerca al Él de la Ella, dirán unos que bien muerto está por “fascista”, esa palabreja que muy pocos saben lo que significa, pero de efectos más letales que los del Viruso Coronado ese. Otros dirán que es uno de los héroes de Paracuellos, sin pararse a pensar (a lo mejor porque es y fue mucho más rentable callar a tiempo) que ni él quería ser algo más que un militar fiel a sus juramentos, ni ella querría haberse quedado viuda mientras estaba recluida en una checa de triste recuerdo.

      Así se escribe la historia cuando hay dos bandos encerrilados en tupirse, y unos pocos encantados de conocerlos porque llenan sus bolsillos .

       Algún día, cuando pierda algo más de miedo, tendré que escribir de aquel libro sobre los personajes del 23 F., escrito al alimón por Paco Mora (director de Interviú a la sazón) y por mi marido (en la sombra de páginas interiores por su cargo impeditivo de aquel entonces) que, con el título <NI HÉROES NI BRIBONES> publicó la editorial PLANETA, y que no llegó a ver la luz sino por diez días hasta que se recibió la orden de retirada. (Mira por dónde, también ese libro “prohibido” obra en mi poder).
Pero ¿y ahora?
           ¿Contra quién volver las pistolas de gatillo fácil y lengua larga ahora?
        ¿Hacia quién apuntar los carros de combate, los aviones supersónicos, o los misiles, que tantísimo nos han costado, hasta el extremo de no tener calderilla ni para un alijo de mascarillas de segunda mano que echarse a la boca?
        ¿De verdad que vamos a seguir deshojando la margarita con lo de Samuelson en tiempos de escasez?
       “Cañones o mantequilla” −proponía el maestro de economistas en aquel manual infumable de mi tercer curso de carrera de Derecho.

Ni cañones ni mantequilla −digo yo−
Mejor nos gastamos los cuartos en militares como los que ahora tenemos y en respiradores que nos devuelvan el aliento.

¡Ah! Y, de paso, en lugar de mantequilla, aceite de oliva virgen.

Aprovechando que estoy silenciada por Facebook en CasaChina.
En un Domingo de Gloria de 2020


[1] PROPIO: según el Diccionario de la RAE. 9. m. Persona que expresamente se envía de un punto a otro con carta o recado.
[2] ESCOLIMADO: según el Diccionario de la RAE: 1. adj. coloq. p. us. Dicho de una persona: Muy delicada y endeble.

CARTA ABIERTA A MIGUEL FERNÁNDEZ PALACIOS GORDÓN

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