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martes, 2 de enero de 2024

EL ÁRBOL DE MÁGINA EN NOALEJO

 

03/2024

        Para quien no lo haya descubierto todavía, sabed que Noalejo es una mesa recién puesta, con pan y viandas encima, y siempre con un plato y una silla de más para cualquiera que llegue acarreando la necesidad de consolar el estómago. Si el vacío lo llevan en el corazón, los “cuquillos” y las “cuquillas” −que así les dicen también−, están siempre dispuestos a abrir sus brazos y cobijar en ellos a quienes lleguen allí con tal carencia. Y, ya de paso, siempre se encontrará a alguien con quien echar un ratico de cháchara entre  unas gentes tan generosas que se quitan el pan de la boca para compartirlo con el caminante que hasta allí llega.

      No conocen los Noalejenses el discurso “esto es mío” porque todo lo dan a manos llenas. Esa es la mejor razón para alargarse a Noalejo.

      ¿Quién no se anima a ir? Aunque…

      Desde que hicieron la variante de Jaén a Granada, no es Noalejo un pueblo de paso. Si se quiere conocer uno de esos paraísos de Sierra Mágina, no hay más que proponérselo. A Noalejo se puede llegar de muchas maneras más sencillas, pero a mí, que me gusta disfrutar de lo arisco de estas Sierras, se me antoja siempre la misma ruta: tomar la autovía 44 que va de Jaén a Granada, echarle valor para torcer hacia Campillo Arenas por la JV 2228 para saber lo que es deleitarse y perderse por una vieja carretera sin miramientos; subir como Dios nos de a entender los caracolillos diabólicos que separan Campillo de Noalejo. Coronada la cuesta, y descendiendo una chispa, torcer otra vez a la derecha, ¡y ya está! Ahí está Noalejo con su mesa puesta.

      Cada vez que llego a ese pueblo de águilas, pienso en lo mismo: si el de Nazaret hubiera nacido por estas tierras, hubiera elegido Noalejo para librarse de tener que hacer el milagro de la multiplicación de los panes y los peces; porque en este pueblo parece que siempre tienen una cuchara que ofrecer a cualquier caminante para que pueda meterla en sus sartenes.

      Sucede que, a falta de un Nazareno milagroso, el cielo envió a ese pueblo al Santo Custodio. El Santo de Noalejo, que no ha precisado de canonizaciones ni de papeles para ser su Santo sin más aguabenditas ni escrituras de confirmación. Ese que está enterrado allí arriba, en su cementerio/mirador, y que desde allí −se lo digo yo− reparte y se reparte como si lo que haya en el pueblo fuera de todos, −nativos y los forasteros−, y todos tuvieran licencia para sentarse en cualquier mesa y sentirse como en su casa.


      Será por eso por lo que Las Mujeres Enganchadas de un Hilo de Noalejo han querido reconocerle a su Santo como quien es, y, puestas a buscar lo más particular de su pueblo, han tejido a ganchillo la tumba de su Santo, −el Santo Custodio− para ponerlo en su Árbol de Mágina, además de enramar en lana otros tantos enterramientos iguales para repartirlos entre los otros diecisiete Árboles de Mágina.

      Yo, que entre dos luces de una tarde-noche de verano tuve el privilegio de recitar delante de esa tumba, con motivo de unas Jornadas Internacionales de Literatura Gastronómica que su Ayuntamiento, y su alcalde, Antonio Morales −presidente de ADR por más señas−, promovieron, traigo aquí aquellos versos, dedicados a unas mujeres que, al igual que sus condumios, son capaces de repartirse ellas mismas al generoso grito del “todo para ellos” del entrañable Juan Ramón Jiménez:

Todo para ellos, todo, todo:

viñas, colmenas, pinos, trigos…

Yo bastante he tenido

con mi ilusión de luz, con mi acento divino.

He sido cual la rosa: todo esencia.

Igual que el agua: sólo desvarío.

Y fueron ellos

tierra sana a mi raíz ansiosa

y cauce humano a mi raudal altivo.

Todo para ellos.

Que si ellos no ha amado nunca

qué pobres habrán sido.

 

(Del libro Bonanza. De Juan Ramón Jiménez)



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