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sábado, 4 de abril de 2020

NO OS CEGUÉIS Y NO SERÉIS CEGADOS

 49/2020
(Croniquilla del Viruso Coronado – 25)

"Aquel de entre vosotros que esté libre de pecado, que tire la primera piedra" (Juan 8: 1-7).

       El indiscutido, el indiscutible, el elegido Lapidador Principal sopesó las piedras que los lacayos oficiales habían puesto a su alcance para el Gran Acto Escarmentatorio.
Ninguna de ellas le parecía apropiada. Unas, porque eran demasiado pequeñas para causar el dolor que él consideraba que se merecía el condenado por un delito tan obsceno como lo era el pensar por cuenta propia. Otras, las más, porque eran proyectiles de catapulta, apropiadas para una lucha de titanes, pero demasiado pesadas para sus personales fuerzas de alfeñique.
       ¡Panda de incompetentes advenedizos roeletras…! Definitivamente, estaba rodeado de inútiles, diplomados oficiales y versados en esa basura llamada libros, de los que solo podían salir deslealtades, papel mojado para uso excrementicio y cautelas de manual, más propias de espantadizos chaqueteros que de disciplinados militantes.
“En cuanto acabe esto, tendré que ocuparme de castigar como merecen a esos proveedores, leyentes de teorías trasnochadas y gandules de oficio” −pensó, mientras era acometido por un ataque de irritación de tal calibre que a punto estuvo de atragantarse con un cuajarón justiciero.
       Como el escarmiento público de lo de la ejecución no debía demorarse, −no fuera a ser que los sumisos cayeran en la tentación de la indulgencia−, decidió amasar su propia munición con materiales más livianos que el granito y más vistosos que la caliza. ¡Qué mejor elección que el agua de segundo uso, la arena de toriles y la paja de era revuelta!
Se puso a la faena. Se trataba de que sus adictos incondicionales comprendieran que quién sabía manejar lo más lustroso, sin necesidad de tanta ilustración de manual, era él.
       Él: el mejor.
       Él: el único.
       Él: el elegido.
       Se proveyó del légamo más pegajoso y de la paja con las granzas más gruesas y amasó con codicia su castigo.
Cuando estuvo satisfecho del volumen que había alcanzado el proyectil, lo lanzó con todas sus fuerzas contra el condenado, mientras que una incontenible cólera le licuaba los sobacos y le relajaba el esfínter trasero.
       El metano rebosó, se desbordó en la enormidad del espacio, giró vertiginoso por el aire y estalló irreductible dentro de todas las fosas nasales de los soliviantados asistentes al ceremonial patibulario.
       No pudo prever el Lapidador Principal que la propia furia de su proyección odiosa acabaría por levantar semejante huracán, capaz de desmenuzar su frágil artesanía antes de que llegara a tocar siquiera a su último destino: el LibrePensador.
*    *   *
       Sí.
Así es.
Ese ciego que limosnea caridades en la esquina de la vida es aquel mismo Lapidador Principal de otros tiempos. Fue su propia paja la que lo cegó en mitad del torbellino de la ira.
Ya no es útil para la causa.
No le quedó vista suficiente para poder ajusticiar con eficacia, aunque siga siendo zahereño, como todos los escasos.
Además…después de aquello, ya no se ajusticia.

Bizqueando en CasaChina. En un 4 de Abril de 2020

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