(Crónica de un almuerzo en casa de Franca López Figueroa)
Dicen que el anfitrión fue un genio.
¡Hay que ver que mal utilizamos los
tiempos verbales! Para mí, él es un brillante presente de indicativo obturado.
En un primer momento, se hace
difícil traspasar la barrera que la vida instaló entre su mente y la nuestra.
Sin embargo, ayer encontré el portillo por el que poder penetrar a su mundo.
Me refiero a sus ojos.
Él vive secuestrado en el mundo de
“los SinPalabras”. Hablo de esas palabras que son como el chorro de un
manantial sin estorbos, por el que nos derramamos y nos decimos: Nuestro propio
manantial.
Solo que, para él, un buen día, una
de las venas de su cerebro de desmandó −ictus lo llaman− cegándole la travesía
de las palabras.
Sin embargo, ayer encontré el
portillo por el que poder penetrar a su mundo tan lleno de palabras sin salida
como de necesidad de decir y decirse. Me refiero a sus ojos.
Sus ojos hablan.
Y, cuando nadie lo escucha, porque
va más lento de lo que fuera menester, sus ojos se ausentan.
Pero sus ojos están ahí, dispuestos
al chacharacheo.
Solo necesita tiempo de espera hasta
que las palabras acuden, como un rebaño descarriado que regresa al redil.
Sólo necesita tiempo: eso que apenas
notamos que se nos acaba, malgastado en naderías.
¿Y en qué mejor usarlo en escuchar
sus ojos?
En un 23 de Febrero de 2020