VA DE...Batiburrillo literario

miércoles, 13 de septiembre de 2017

EL BESO



41/2017

 
Privilegio de poetas
es el poder besar con las palabras.


EL BESO
(Poemario de sombras)


Era largo el camino. Y sin embargo
era más que un anhelo. Una impaciencia.

Inicié mi cálida andadura
allí
donde el arrojo hace frontera
con la suave llanura de tu frente
surcada por el tiempo de la prórroga
(era entonces temprano)
deteniéndome apenas
en la inquietud canora de tus sienes.
Transité la inocencia del latido,
codicié entre los pliegues de tus cejas
huidas, resistencias y regresos.




Mantuve en la ranura de tus párpados
un tímido equilibrio
una avidez fatal de subsistencia
antes de naufragar en tu mirada.

Bajé por tus mejillas con mis labios
descalzos a esas horas,
desnudos a esas horas,
lascivos como un niño sin doctrina. 

Suspiré en tu suspiro,
fui sangre entre las gotas de tu sangre
dilatando el rumor de tu garganta.

Fuimos más tú.
Más yo.
Menos nosotros.


Y anhelante
venteé una señal
 tanteé…me detuve…
avizoré el ardor de la algarada,
me humedecí en tu sed ahora tan mía,
me bebí de tus lágrimas
brotadas del oasis del deseo
la luz, el pan, la sal y la ternura.

Dejé que la erupción de tus palabras
pidiera como un pobre ante la puerta
del templo de lo eterno,
que clamara
ávida por la carga y por la tregua
y por el resurgir de la incursión,
y por la rendición sin condiciones.

Y al fin, por una nueva acometida.

Y luego el armisticio
después de saquearnos las palabras.

 
Y el beso
allí donde los labios son limítrofes
con la fecunda tierra prometida.



En “CasaChina”. En un 13 de Septiembre de 2017

martes, 5 de septiembre de 2017

LA MUJER DEL ESPEJO



56/2017
 (Cuentos de tránsitos)


Ahora que los años han corrido mucho más que yo misma, me doy cuenta de que vivo con una desconocida: la mujer del espejo. 

Cada vez que enciendo la luz artificial y me asomo al espejo, percibo que la mujer del otro lado o me reta o me evita.

Seguramente siente celos de mí. 

Yo sé quién soy, pero ella está perdida y se desespera. Lo sé porque, cuando me devuelve la mirada, no me reconoce. 

Ella se recuerda hermosa como un hada, capaz de despertar la admiración de cualquiera que la mirara, e incapaz de devolverles un poco de refugio a los ojos que la admiraban. Era una luchadora, sí; pero no recuerdo que jamás luchase por retener a su lado una mirada amorosa. Lo que sí recuerdo bien es que ella jamás se quedó junto a alguien que no la adorara.
Me inquieta mirar a esa mujer del espejo a la que no acabo de reconocer, y que se obstina en enmendar lo conseguido con tanto, tan movedizo y tan laborioso trabajo.
A veces afino la mirada, y consigo descubrir que lo que de ella me gusta verdaderamente es lo que ella detesta: la ternura de su gesto, traspapelado entre perfiles que la mujer del espejo cree arruinados por el tiempo, y que yo adivino suavizados por el lento desgaste de la indulgencia. Es como si mirándola, adivinase la morbidez de un viejo monte, ya sin crestas que escalar, pero con muchos senderos recorridos, flanqueados del perfume de imperecederas jaras.
Veo cómo la mujer del espejo, ahora, trata de elevar con su dedo índice esa parte del rostro que se le desploma lo mismo que un glaciar, abriendo besanas en barbecho a ambos lados de sus mejillas. Apenas por un segundo, y con cierta fatiga, se sonríe a sí misma; pero sus ojos se acongojan y se llenan de lástima cuando separa la mano y ve que la madre tierra tira nuevamente hacia debajo de todos sus músculos, fugaces rehenes de la fuerza de un dedo que se supuso farsante redentor. 

Creo que la mujer del espejo tiene miedo. Desperdició demasiados días en desamar a fuerza de amarse, y ahora ha descubierto de repente que sus días estaban contados, y que esa querencia de su rostro hacia el centro de la tierra es un certero aviso de lo inevitable.
La mujer del espejo me mira ahora, y me interroga con los ojos llenos de un no-sequé muy parecido al desaliento. Trata de establecer diálogo conmigo, pero yo no quiero perder ni un segundo hablando de sus desesperanzas.
Ella, la mujer del espejo, se pregunta dónde fue a parar su vieja y deslumbrante belleza que creyó eterna, y que aprovechó para hacerse adorar como una diosa mortal a la que sus fieles le ofrecen flores, velas y cánticos; y en su cara se dibuja algo muy parecido al rencor.
Intento avisarla: nada hay más corrosivo que el rencor. Pero ella me ignora.
Apago entonces la luz.
No quiero verla.
Porque la desconocida, la mujer del espejo, con esas dudas suyas sobre la improbabilidad de volver a ser adorada, trata de aprovechar cualquier descuido mío para socavar mi mejor certidumbre:
Yo amo y soy amada.

En “CasaChina”. En un 5 de Septiembre de 2017

NOTA: las fotos están obtenidas de Internet. Si alguien se siente perjudicado, espero su aviso para suprimirlas. 

LA PRESUNCIÓN DE INDECENCIA

  (Mujereando)           45/2024   ¡Ya está bien! Hasta los “huevarios” estamos muchas mujeres de tener que “serlo”; pero, sobre tod...