64/2019
Durante
más tiempo del recomendable, creí que no era mucho más que un vacilante fluido,
siempre dispuesta y necesitada de adoptar las más diversas formas; tantas como
las de los recipientes que se prestaran a contenerme.
¡Ah,
qué necesidad tan malsana aquella de desear por encima de cualquier otra cosa
el sentirme contenida dentro de alguien!
(Creo que se llamaba
algo así como dependencia).
Durante
algún tiempo más me decidí por lo de ser cantimplora de peregrino y acomodé a
mis espacios cualquier brebaje, líquido o gaseoso, que fluctuase extraviado a
la busca de cobijo eventual, dejándome habitar por arrieros cargados de
baratijas.
¡Ah,
qué decisión tan dañina la de calentar serpientes a punto de mudar de camisa
con el calor de la camisa propia!
(Creo que se llamaba
algo así como ajenidad).
¡Ah,
qué perdida me sentía en mitad de la nada huidiza!
(Creo que se llamaba
vacío).
Así,
hasta que un día, haciendo limpieza general, me desnudé de vestidos de segunda
mano, saqué de mi interior mil maneras ajenas que había ajustado a mis propias
hechuras y le dejé al tiempo la tarea de vivirme.
¡Ah,
que inmenso placer es éste respirar mi propio e incierto aire sin mizcandearle[1] a
los demás el suyo!
Creo que se llama algo
así como seguridad, aunque ya ni estoy ni pretendo estar muy segura de mí misma
para poder ser continente o contenido según vengan los aires o las aguas.
En CasaMágica. En un 10 de Julio de 2019
[1] Del verbo MIZCANDEAR, de origen árabe. Pordiosear, pedir de puerta en puerta. Ser tacaño,
agarrado o cicatero. [EXPRESIONARIO DE
MÁGINA]