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sábado, 25 de abril de 2020

E DEPOIS DO ADEU


 71/2020
(Croniquilla del Viruso Coronado – 46)
-Cordia XI-
 
−¡Nada! Que, con lo del encierro, a mi Cordia le ha dado por la música. Por lo menos podrías quitarte los auriculares y compartirla.
−¿Qué dices?
−No me chilles, mujer, que no es preciso. Te decía que parece que te ha dado por la música.
−Algo así.
−¿Qué escuchas hoy…?
− …
−¡Cordiaaa!
−¿Qué tripa se te ha roto, Ulio? Si es que no puede una ni regalarse una miaja de tiempo para una misma.
−Es que, cuando te pones las orejeras esas, y le das a los botones del aparato, yo me siento como en casa ajena. ¡Vaya! Más solo que la una.
−Bueno, pues ya está. Se acabó la música. Y ahora, ¿qué quieres que nos digamos?
−Lo que tú tengas que decirme, Cordia, que, entre tanca callazón, algo tendrás que decirme. Pero antes, ten cuidado con las orejeras y retíralas de ti; no sea que te sientes encima de ellas y tenga yo que salir por pies a comprate unas nuevas.
-Ea; ya está. Y ahora, ¿qué tienes que decirme?
−Como tener… tener, no tengo gran cosa. Como no sea que quieras escuchar que comienzo a sentirme muy perdido…
−¿Perdido? ¡Pero si estás aquí en cuerpo mortal! Si lo sabré yo, que llevo ya más de cuarenta días aguantando tu tabarra.
−Pero, Cordia, si, desde que comenzó esto, no hago otra cosa que encogerme y achicarme con tal de no incomodarte.
−¿Encogerte? Pues vaya manera que tienes tú de encogerte. Que si Cordia por aquí, que si Cordia por allí, que dale con el garrotín pasillo va y pasillo viene, que si qué echan hoy en la televisión… Si eso es encogerse y no estorbar, que venga Dios y lo vea.
−Si por mí fuera… pero es que no se me hace el cuerpo al encierro, Cordia.
−Pues bájate al patio y desfogate un poco.
−¿En el patio? Ya me dirás tú qué hay que hacer en el patio que no esté hecho ya, después de tanto tiempo de encierro.
−Coge el amocafre y apaña un par de caballones para trasplantar los tomates; que, por lo que vi ayer en el hoyo, ya están las matas pidiendo holgura. Y saca tres o cuatro rábanos para la comida.
−¿Y si me da una quebrancía con la falta de entrenamiento?
−¡Ay, Señor de la Santa Paciencia! Este hombre va a acabar con la mía.
¿Con la tuya?
−Si señor: con mi paciencia. O con la que me va quedando.
−Como si Dios, por muy Dios que sea, pudiera acabar con algo que nunca existió. ¿Me quieres decir dónde está tu paciencia, Cordia? Además, que sepas que no existe el Señor de la Santa Paciencia.
−¿Qué no existe?
−No señor.
−Mira, Ulio, a mi no me dejas tú por mentirosa delante de nadie.
−¿Delante de quién? Ya quisiera yo que hubiera alguien más.
−Bueno, pues delante de mí, que estoy como si ya me estuviera fallando la cabeza. Así que, si eres lo que debes de ser, ya estás bajando el álbum de las fotos, que te voy a enseñar yo a ti si existe o no existe el Señor de la Santa Paciencia.
−¿El álbum? ¿Qué álbum?
−Pues ese en el que está el Señor de la Santa Paciencia.
−Paciencia la que tiene que tener uno contigo, Cordia. Vamos a ver. Ven aquí a mi vera.
−Ya me tienes aquí. Y ahora ¿qué? ¿Quieres que te sujete la escalera?
−Lo que quiero es que mires p’arriba.
−¿Al vasar?
−No, Cordia, leñe. ¡A los anaqueles! ¿Cuándo has visto tú que las fotos se pongan en el vasar y los arreos de cocina en la librería?
−¡Cuidado con lo chinchoso que te estás poniendo! ¡Ea! Ya estoy mirando a los anaqueles. ¿Contento? Y ahora, o me dices pronto lo que quieres que mire o de seguro que me da una tortícolis que me deja mirando al techo hasta que entre el otoño. Y a ver quién te va a recortar el pelo con la cabeza oblicua.
−En ello estoy, doña pacienzuda. Pero dime: cuántos álbumes dices que se ven en las repisas.
−No llevo las gafas de lejos puestas. Pero ni las necesito. De memoria me sé cuántos álbumes hay. ¿O ya no te acuerdas de quién es la que les limpia el polvo mientras tú estás de jarana?
−¿De jarana yo, que llevo lo que llevo sin pisar el escalón…? Bueno, vamos a dejarlo, y a ponernos con lo de los retratos. Si echamos cuentas, a álbum por año, llevando los años que llevamos casados, hay que reconocer, Cordia de mi alma, que mucho polvo es el que tienes tú quitado.
−¡Tres repisas y media enteras cada dos días, Ulio; para que te enteres!
−¡Quién nos iba a decir a nosotros que íbamos a aguantar juntos nada menos que tres repisas y media!
−El cura.
−¿Cordia, cariño mío…? ¿Te sientes bien, bonica…? No estarás desvariando… ¿Qué tiene que ver el cura con lo que estamos hablando?
−Pues que fue el cura el que hizo el cálculo.
−¿Pero qué cálculo, Cordia? Como sigas desbarrando así, llamo a la ambulancia.
−¡Jesús! ¡Qué paciencia tiene que tener una! ¿Pues qué cálculo va a ser? El de los años que teníamos que aguantarnos el uno al otro. ¿O ya no te acuerdas de lo de “hasta-que-la-muerte-os-separe”?
−Lo de la muerte, Cordia, ni mentarlo, en las circunstancias en las que estamos. Con lo que se escucha por ahí, bastante suerte estamos teniendo tú y yo para ser dos escajos más que amortizados. Y lo de la paciencia…, mejor lo dejamos. ¿Te parece?
−De eso, nada. A mí no me dejas tú por mentirosa. Así que ya estás bajando el álbum. A ver…, déjame pensar…. Me pienso yo que el Señor de la Santa Paciencia debe estar en el de 1995.
−¿El de Paraguay?
−Exactamente. ¿Te acuerdas, Ulio? ¡Veinticinco años ya! Y lo graciosísimo que estabas paseándote por las calles de Asunción con tu termo de tereré[1] colgando de la espalda y comiendo chipa.
−“A donde fueres haz lo que vieres” que dice el refrán. Que me sentía yo como si fuera un forastero, o un menesteroso, viendo a todo el mundo con su costalillo, y yo a cuerpo gentil. ¡Y, por lo que más quieras, Cordia!: deja ya de menear la escalera con tanta risa, o acabo por los suelos.
−Ay, Ulio, tienes razón. ¡Jajaja! Perdona, padre mío. Pero es que me parto de recordarlo. Jajaja.
−¡Lo encontré! Aquí está el álbum. ¡Jesús, que trabajera me das con tus caprichos!
−Pues a mí nadie me sujeta la escalera cuando tengo que limpiar. Pero no tengo ganas de discutir más por hoy. Venga, baja y vamos a mirarlo.
−¿Qué era esto de aquí, Cordia?
−¿No te acuerdas? Eso era La Chacarita; el amontonamiento de chabolas más espantoso que yo he visto. Parecía mentira: asomarte desde la plaza de la Catedral, con todo lo más lujoso, y allí debajo, a tus pies, aquel basurero humano.
−Si es que estaban tan atrasados los pobres…
−¿Peor que el barrio del cargadero de mineral del Alquife, que por entonces malvivía en Almería?
−Pues ya que lo dices…
−Para que veas, Ulio. Nos empecinamos en lo malo de los demás y se nos olvida lo nuestro. Pero mira: aquí está.
−Levanta el dedo de la foto, Cordia, o no podré ver.
−A ver? ¿Qué dice ahí?
 −Ahí dice “El Cristo de la Paciencia”

Tenías razón, Cordia. Existe el Cristo de la Paciencia. Y, ahora que lo pienso, acabo de recordar la explicación que nos dieron sobre su nombre: que el pobre estaba allí sentadico en su columna, cargado de paciencia, y a la espera de que le llegara el turno para ser crucificado. ¡Si es que la gente interpreta hasta las cosas más sacras como le viene en gana…!
−Ulio, no saques conclusiones. Esas son cosas de poetas, de músicos y de artistas callejeros.
−¿No será que a los poetas, a los músicos y a los artistas callejeros los toman como disculpa para que los jaraneros de cualquier color se saquen los ojos entre ellos, diciéndonos que nos están haciendo un favor a los demás.
−Ay, si no fuera por ellos, Ulio. Si no fuera por ellos, no habría abrazos de los de verdad… Ayer estábamos con lo de la Grándola; ¿te acuerdas? Pero no se te olvide la primera canción, también de Paulo Carvalho, mucho menos conocida; pero fue con la que se empezaron a abrazar los portugueses por 1974.
Y para acabar quedándose solos.
 “…Y después del amor /y después de nosotros/ nos dijimos adiós/ nos quedamos solos”.

       −Yo no sé cómo te las arreglas, Ulio, para elegir siempre la parte más triste de cualquier cosa.
−¿Triste? Pero si lo que estoy haciendo es regocijándome de que podamos pasar esto los dos juntos. ¿Tú te imaginas, Cordia, lo que hubiera sido pasar esto a solas, sin poder discutir con nadie que no fueran los retratos?

−¿Qué si me lo imagino? ¡Vaya si me lo imagino…!


Pacienzuda en “CasaChina”. En un 25 de Abril de 2020


E depois do Adeus
Quis saber quem sou
o que faço aqui
quem me abandonou
de quem me esqueci,
perguntei por mim
quis saber de nós,
mas o mar não me traz
tua voz
em silêncio, amor
em tristeza e fim
eu te sinto em flor
eu te sofro, em mim
eu te lembro, assim.
Partir é morrer
como amar
é ganhar E perder,
tu vieste em flor,
eu te desfolhei
tu te deste em amor,
eu nada te dei.
em teu corpo, amor
eu adormeci
morri nele.
e ao morrer, renasci.
E depois do amor
e depois de nós
o dizer adeus
o ficarmos sós
Teu lugar a mais
tua ausência em mim
Tua paz que perdi.
Minha dor que aprendi.
De novo vieste em flor
te desfolhei
e depois do amor
e depois de nós
o adeus
o ficarmos sós
Y después del adiós
Quise saber quién soy
lo que hago aquí,
quién me abandonó
de quién me olvidé,
pregunté por mí,
quise saber de nosotros,
pero el mar no trae
tu voz
en silencio, amor
en la tristeza y fin
yo te siento en flor
yo te sufro, en mí
te recuerdo así.
Partir es morir,
como amar
es ganar y perder
tú viniste en flor
yo te deshojé,
te diste en el amor,
yo nada te di.
En tu cuerpo, amor
yo me adormecí,
en ella morí
y al morir, renací.
Y después del amor
y después de nosotros
nos dijimos adiós,
nos quedamos solos.

Tu lugar es otro,
tu ausencia en mí
la paz que perdí.
Mi dolor que aprendí.
De nuevo vienes en flor,
te deshojaré
y después del amor
y después de nosotros
la despedida
el quedarnos solos



[1] TERERÉ: es la bebida nacional de Paraguay. Una infusión de yerba mate hecha con agua helada, a la que se añaden distintos yuyos (hierbas), y que suele llevarse por las calles en un termo colgado de la espalda.

LA PRESUNCIÓN DE INDECENCIA

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