(Incluido en el libro "MÉNDEZ NÚÑEZ, 7)
AQUEL INVIERNO, EL ÚLTIMO
46/2009
Era un invierno largo, lleno Navidades
de castañas asadas, de traperos huidos,
de ojos presidiarios en los escaparates
del bazar de los Gázquez,
−ese que aún perdura
y sigue haciendo esquina entre estos dos recuerdos−.
(Hubo una pandereta; pero eso fue más tarde
cuando ya no tenía ni ganas de tocarla).
Era el invierno. Apenas, un oasis de leña
condenada a la hoguera sólo por ser de olivo
y empecinarse en votos impíos y balsámicos
cuando inquietantes llamas le palpaban el tuétano.
Las cuatro de la tarde tiritando en el patio
de aquel colegio ambiguo donde anidaban párvulos
abajo en el recreo, donde la algarabía.
Y en los nidos más altos, piaban uniformes
de quinto y sexto grado –tal vez inalcanzables−
y tinteros que eran corazones de plomo
desde donde la sangre azul del palillero
salpicaba las cuentas de cálculos urgentes
y una rítmica tabla del dos por dos son Pedro.
(Era el primer invierno que un "Pedro" me habitó
la espera de cuadernos, después de la pizarra
quebradiza y severa. Aquel invierno. El último…).
Eran todos los números una nana sin padre.
Y aun así transitaban gargantas infantiles
como un parto indoloro de ciencia primeriza.
En la calle, el invierno era una gran ventana
bajo la que cruzaba una hilera afanosa
de mujeres libertas en todas direcciones,
una especie de pausa donde jugaba el hielo
a beber de los caños pródigos de la plaza
cuando el pilar de piedra no era todavía
desdoro pueblerino. Y los sonoros cántaros
acunaban caderas un poco ladeadas
de doncellas maestras en líquido acarreo
y en piernas al desnudo dispuestas al pincel
de los ojos pintores que siempre dormitaban
en una línea recta de torcidas codicias
varoniles, delante del selecto Casino.
Era un invierno largo. Al acecho. Y angosto
entre dos estaciones: el rezo de ánimas
y el romero de marzo ensayando azuletes
sobre tortas bordadas de anises de colores
y rosquillos de vino colgados de los ramos.
Era un invierno, el último. Luego nos desterramos
del hielo del sepulcro donde quedó enterrado.
Algo más que un paréntesis de esquinas sin bufanda
lanzando bocanadas de alientos fantasmales
que elevaban sus preces de pubertad apenas.
Nunca fuimos las mismas después de aquel invierno.
En CasaMora. En un 14 de Diciembre de 2009.