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martes, 30 de junio de 2020

A-NORMALES



         Mis tendencias y apetencias sexuales son de las de andar por casa. Vamos, las “normales”, por utilizar como antónimo esa “anormalidad” que el pobre mío del alcalde de Coria del Río, no sé yo si muy versado en mujeres y viceversa, ha dejado caer sobre el suelo del consistorio al diferenciar entre mujeres lesbianas y mujeres “normales”.


¡Vaya! Que una servidora es “normalita” aunque el serlo me haya reducido el campo de maniobras y, a estas alturas, esté ya en excedencia forzosa.


         Siendo así de “normalita”, y si he de seguir la línea de ciertos colegas míos, juristas, adjetivados como “católicos” mediante la apropiación indebida de un catolicismo del que me apeo por olerme a algo rancio y cojitranco, que sigue arrastrando todavía “el sexto” como un cilicio de desecho, siendo tan “normalita” −digo− tendría que proclamar que la bandera arcoíris no me representa. (Demasiado color para tan grises procedencias como las que me llevaron a malgastar el tiempo cuando aún estaba a tiempo).

Y, sin embargo, digo y proclamo que esa bandera, y lo que representa, SÍ ME REPRESENTA. Me representa y me representará mientras haya una sola criatura en el mundo que sea despreciada, perseguida, maltratada o arrinconada por el simple hecho bio-geográfico de sus particularísimas preferencias al sur del ombligo.

Ya sé que algunos aprendices de “humanidad” políticamente correcta, y finuras de salón estraperlista de casa-bienvenida a menos, me dirán que qué necesidad hay de meter semejante bulla.

         ¿Que qué necesidad hay de tanto espectáculo, a veces desaforado, del “ORGULLO”? Para mí está claro: para decirles a los cerriles unidireccionales de cualquier parte del mundo que casi todos en ESTE PAÍS NOS SENTIMOS ORGULLOSOS de no ir crucificando cristos en calvarios de intransigencia por exteriorizar ideas y sentimientos íntimos que a nadie dañan. Casi todos en ESTE PAÍS NOS SENTIMOS ORGULLOSOS de no lapidar y tirar la primera piedra contra quienes quieran besarse y pasear de la mano por las calles, regalándonos el gran espectáculo del amor, con independencia de lo que la naturaleza les haya colgado entre las piernas. En ESTE PAÍS NOS SENTIMOS ORGULLOSOS de poder mostrar contentos y bullicios para jalear al amor, en lugar de andar abriéndonos de piernas en plan vaquero del Oeste, y disparando mosquetones contra indios emplumados; bullicios que, por otra parte, como exteriorización simbólica de un rito de íntimas libertades personales, van mucho más allá de la pura anécdota de unas siglas jaleosas, aunque quienes defendemos el derecho a amarse seamos “del montón”, que viene a ser algo así como un tropezón inopinado en la traicionera distinción semántica del alcalde de Coria haciéndome sentir algo tan  confuso como una “mujer normal”.

         Tampoco soy de quienes utilizan mi profesión de jurista para montarme un auto de fe capirotero, pidiendo ya de paso la derogación de las procesiones capiroteras, ni para descolgar banderas y estandartes a golpe de códigos anquilosados que un día esconderemos en archivos polvorientos como quien esconde vergüenzas de familia.

Jurista, Sí.

Capirotera de Inquisición derogada y purgatorio en la tierra para “anormales” amorosos, no.

Orgullosa de dar testimonio del respeto que les debemos a todos, por supuesto. A ver si así aprenden los catetos amorosos que lo de amar es un mandamiento divino, y no algo tan mal visto que haya que romper las farolas de los parques con tirachinas para que nadie vea lo que todos somos y apetecemos. Y no recuerdo que en ese mandamiento se prohibieran banderas o estandartes ni se dibujaran mapas de zonas corporales prohibidas.

No puedo por menos que agradecerles el regalo a quienes, algo tardíamente, han traído todos los colores del mundo para iluminarme los días que aún me queden.

Y el que quiera seguir en blanco y negro como el NO-DO, lo tiene fácil: que no se asome al balcón cuando salga el arco iris.

En CasaChina. En un 30 de Junio de 2020

LA PRESUNCIÓN DE INDECENCIA

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