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miércoles, 29 de noviembre de 2023

NOS QUEDA LA PALABRA

(Jaeneando) - Pág. 10/ 29.11.2023

154/2023

Susto me da salir a la calle sin bastón, lo use como lo use. ¡Hay que ver cómo se ha puesto lo de ahí afuera!

Con lo costosísima que es la munición de la palabra, una servidora no entiende cómo se desperdicia en salvas de plaza de armas o en tiroteos barriobajeros, sin echarle cuentas a lo hiriente que puede resultar una palabra o a lo letal de una falta de puntería.

Con lo que se aprende escuchando y lo bien que se está callado.

Lo que pasa es que, cuando la vida se espesa como una bocanada de terral y rozna con jerga portuaria, lo cabal es dejarse de primores, ponerse en jarras si es preciso, salir, incluso en chanclas y sin traspasar el escalón, y lanzarse a decir lo que se tenga que decir.

Quien me conoce sabe que no voy yo por la vida de valiente. Más bien al contrario. Intento no llevarle la contraria a nadie porque, además de saber que en un cuerpo a cuerpo encanallado llevo las de perder por falta de preparación, pienso que hasta en la mayor sinrazón hay una parte de razón respetable y metempsicótica.

No les resultará extraño, pues, que, en esto de la tan manoseada “amnistía”, esté yo atrincherada en mi tan absorto como expectante silencio, mayormente por no molestar. Pero, con tanto ruido como el que se está armando ahí afuera, se me ha removido a mí aquí dentro, en las entrañas, aquella vieja y deslenguada juventud, y se me ha ido bajando y subiendo, desde el cerebro hasta las tripas y desde las tripas al cerebro, la indigestión de la cosa esa del “aquí-no-ha-pasado-nada”, hasta convertirse en rescoldera.

Lo cual que, como todo lo que fermenta en el buche sin acabar de digerirse reclama desalojo y desahogo si no se quiere acabar con las mucosas escaldadas, me armo de valor y tomo una decisión, heroica en mí: me meto los dedos en la boca y agarro lo que más a mano tengo −que es un teclado−, dispuesta al vómito, consciente como soy de que hasta los más incondicionales acaban por apartarse con disimulo de quien vomita por la boca lo que no logra transferir a las tripas y evacuarlo por sus conducto natural, allí donde nadie alcance a escuchar el pedorreo adjunto.

¿Grosería estilística? Sin duda. Pero si hay algo verdaderamente grosero, aunque incontrolable, es lo de vomitar. Lo que pasa es que, cuando llegan las náuseas, no se pueden aguantar y acaba una soltando su propia inconveniencia.

Ahí va mi particular grosería especulativa, aunque en forma de pregunta para no perder mis formas: ¿Qué pasaría si el director de un penal amotinado echara mano de la excusa de “pacificar” la asonada para negociar con los presos una excarcelación sin condiciones, fueran cuales fueran sus crímenes, a cambio de seguir conservando su puesto de director de la cárcel?

Porque esto empieza a parecerse a una cárcel. ¿O no?

Entenderé que, después de semejante “insolencia”, tan carente de sutileza como lo que acabo de vomitar, se me alboroten, se me encrespen, se me enrijen, y me tilden de lo que a bien tengan. Entenderé que los de “la diestra divina” me saquen banderitas con agujero central por el que entiesar el dedo índice, o que los de la siniestra más arriscada me manden al lazareto de los apestados.

¡Váyase usted a…!

¡Vaya! Lo que usted diga. Pero así, no.

Porque una servidora, desde su electa atalaya de La Gauche Divine, piensa que todos tienen derecho a decir lo que quieran y cuando quieran. Como quieran ¡no! No señor. No todas las formas valen.

Pero, si deciden que sí que vale, voy yo y me vuelvo a envolver en el silencio de aquello de “si dicen, que dizan; mientras no hazan…”.

O mejor, en plan poeta más o menos maldita, (o maldecida a diestro y siniestro por los empecinados) me busco cuartelillo en uno de los de La Gauche Divine, me vuelvo a mis cuarteles de invierno en los que, como decía Blas de Otero, “Nos queda la palabra”, y me pongo a clamar por las esquinas, verso a verso, hasta agotar y agotarme en el poema: …Si abrí los labios para ver el rostro/ puro y terrible de mi patria/ si abrí los labios hasta desgarrármelos/ me queda la palabra.

 

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