VA DE...Batiburrillo literario

martes, 30 de julio de 2019

LEER RAYUELA


 

72/2019

        El libro <Rayuela> es una de esas obras maestras literarias cuya mención en labios ajenos se parafrasea como de pasada, intentando cambiar inmediatamente de conversación para que no se nos pille en el renuncio de confesar que no pudimos pasar de la página 10.
        Alguien pregunta si hemos leído <Rayuela> y nos entra un tartajeo intermitente, con el que apenas acertamos a mencionar poco más que el nombre de <La Maga>, con el mismo tono vergonzante -que no vergonzoso[1]- con que se pregunta casualmente si “enemigo” o “ermita” se escriben con hache o sin ella porque, en nuestro automatismo didáctico, nos es difícil de concebir que “ermita”, que viene del latín “heremun”, o que “enemigo”, que en latín era “hostes”, hayan pasado a la lengua española sin la hermosa “h” de su origen etimológico. ¡Lastima que suprimieran el latín de nuestros bachilleres! Fue metiéndonos en el latín a fondo donde los de mi quinta y las anteriores aprendimos que no eran las palabras que en latín tenían “h” las que la conservaban en español, sino las que provienen de aquéllas que inicialmente (en latín, y luego en castellano antiguo) comenzaban con una “f” las que convirtieron esa “f” en una “h”; -facere latino àhacer en español-. Valga esta digresión como “encorajinamiento” contra los inventores de los infinitos y ramplones planes de estudio.
        Pero volvamos a lo del libro <RAYUELA>. No sea que se me caliente la boca y me convierta en un basiliscus latino, capaz de matar con la mirada.
Pues eso: que puedo afirmar y afirmo que por fin, he leído RAYUELA de principio a fin.
Lo primero que se me viene a la cabeza es que, tras leerlo durante dos meses, echando mano de una fuerza de voluntad inicial que para sí la quisieran los butroneros, mantengo que son muy pocos, muyyy pocooos, los que la han leído.

        Antes de seguir adelante, debo aclarar que, cuando decidí dedicarme a esto de lo de escribir, resolví de inmediato que podía optar entre ser una “aficionada” o una “profesional” de las escritura. La diferencia está clara: la afición es un divertimento que no requiere sino querencia; la profesionalidad exige la flexibilidad suficiente como para reconocer que lo ajeno puede ser tan interesante como lo propio y, sobre todo, un metódico adiestramiento sistémico (que no sistemático).

        Lo sistémico incluye una formación integral, donde los elementos LECTURA/ ESCRITURA van unidos en una especie de círculo mágico más o menos contiguo (aproximativo, tangencial, secante o inclusivo) a otros subsistemas suplementarios o complementarios. Algo así como los planetas circundantes que nunca se tocan, como la atmósfera tangencial, o que se cortan como las corrientes subterráneas que atraviesan territorios, o que se integra como el magma que forma el núcleo de la tierra.
        La totalidad del conjunto o sistema, con sus imprescindibles subsistemas, forma el Universo.
        Esta conciencia de la imprescindibilidad (¡vaya palabrita!) estructural en mi formación integral, como eterna aprendiz de escritora, me llevó a rodearme de estudiosos de las letras, a escuchar a la gente y a aproximarme a círculos y tertulias en las que recoger experiencias, ya fuera para incorporarlas como propias, ya lo fuera para concluir que algunas propuestas no eran para mí; pero, sobre todo, me movió a tomar cursos de técnicas de escritura tan sólidos y acreditados como los que imparte Fuentetaja.
        Sería muy largo de explicar lo que aprendí en aquellos años de formación literaria, así que, como el fulcro de este articulillo lo puse en lo de leer RAYUELA, solo referiré algunas pinceladas de lo aprendido:

Cinco proposiciones homónimas:
1.   Todos tenemos una historia que contar; y, además, tenemos necesidad de contarla. (Sanación narrativa).
2. Para escribir convenientemente (técnica prosódica y pericia ortosintáctica) es imprescindible haber leído mucho y muy variado, y seguir leyendo toda la vida.
3. En un mismo libro hay tantos niveles de lectura, cuantas vivencias y circunstancias ha experimentado o esté experimentando el lector.
4. Entre lo que escribe el autor y lo que entiende[2] el lector hay dos experiencias, dos vidas, e incluso múltiples momentos vitales, absolutamente diferentes.
5. Una vez abordada y resuelta la estructura creativa (formación especializada), hay que buscar con ahínco un estilo expresivo propio (función de la maestría).

Cinco interdicciones antónimas:
1.   No todos contarán adecuadamente las historias que tiene que contar. (Ortografía, sintaxis, prosodia…).
2. Cualquiera no está preparado para leer cualquier cosa en cualquier momento. (Leer es un estimulante emocional mediante el que se interioriza como propia la historia que leemos).
3.   No hay que empeñarse en escribir lo que no quiere escribirse, ni en leer lo que en un momento determinado causa rechazo. (Escribir es un depurativo emocional que actúa cuando se hace imperioso excretar algo indigesto).
4.   El lector de un solo género, estilo o autor se despoja voluntariamente a sí mismo de todo un universo por descubrir. (Rigideces empobrecedoras).
5.   No hay un estilo literario objetivamente magistral, sino obras maestras. (Otra cosa es lo que cada cual prefiera).

Estos conceptos elementales me llevaron a redimirme de mi inveterada imposibilidad de leer RAYUELA (y otras obras maestras) durante años, y de mi vergonzosería de hablar de RAYUELA farfullando el nombre de la Maga, como si no existiera en el libro un personaje más plausible que ella. A fin de cuentas -me decía por consolarme- la Maga debe ser la clave de ese libro incomprensible cuando es lo primero y casi lo único que todos mencionan.
Quizá mi error estuvo en creer a esos petulantes maestrillos que andan en pronunciarse sobre lo que es literatura genial, excluyendo de su concepto de genialidad todo aquello que no se entiende, se comparte o se alcanza.
Sería largo de enunciar las feroces, rígidas y resabiadas descalificaciones que he tenido que escuchar sobre autores que a mí me parecían geniales, quizá por el solo hecho de que a mí me parecían geniales. Durante algún tiempo me irritaba semejante inflexibilidad de criterio. A estas alturas de mi vida, hace tiempo que renuncié a oponerme con razonamientos a quienes están tan fuertemente posicionados tras sus murallas inexpugnables.
Que cada quien lea lo que quiera, como quiera y cuando quiera.

Pero que lea.
Yo, por fin, he leído RAYUELA.
Lo he leído con humildad, con meticulosidad, con reverencia, …y con un lápiz de dos colores en la mano; el rojo para señalar errores (¡qué le vamos a hacer!; es una de mis manías y tengo derecho a tenerla); el azul para acotar párrafos emocionantes y palabras incomprensibles.
He leído RAYUELA con un ordenador al lado, desde el que iba consultando el sentido de las palabras -casi siempre en lunfardo, y muchas veces en francés, en inglés o en idiomas inventados- que me asombraban, las canciones o partituras aludidas con verdadero despliegue de conocimiento, los nombres de personajes como catoblepas, y de lugares que Cortazar da por hecho (o a lo mejor no y no le importaba un carajo) que son/eran sobradamente conocidos. Así, y por poner un ejemplo, me enteré del significado histórico recurrente de “El campo de Mayo” o de “La oreja de Dionisos”, casi me sumergí debajo de los puentes de la bohemia parisina de los años 60 del Siglo XX, y me regocijé con la abundancia de gerundios, o de adverbios terminados en "mente" como los de la página 351 cuando siempre se nos había dicho que el gerundio es un recurso de escritores de medio pelo y el exceso de adjetivos o de adverbios terminados en "mente" era imperdonable.
        Renuncié a entender algunos significados emocionales que a mí no me acababan de emocionarme porque no era mi hora, me asombré ante el alarde de conocimientos musicales del autor, me conmovió la solitaria y desabrida muerte del pequeño Rocamadour; sentí una nausea muy cercana al vértigo durante el lentísimo tránsito de Talita por el improvisado puente de tableros entre dos ventanas sudorosas con un motivo absolutamente estúpido, y a punto estuve de ponerme a jugar a la rayuela del jardín del manicomio (¿real?) donde se desata el gran duelo enloquecido y emocional entre Oliveira y Manú.

Quizá impregnada ya de la locura de una ¿novela? tan enloquecida y delirante, decidí comenzar de nuevo la lectura, esta vez para subrayar y hacer recuento de las veces que se repite la palabra “verde”, -más de las razonables, si es que en RAYUELA hay algo razonable-, y acabé por acotar un párrafo que se me había escapado entre tanto trasiego donde nunca pasa nada a pesar de tanta palabrería simbólica:
La rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra, es muy difícil llegar con la piedrita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del dibujo”. [Pág. 251, edc.1974].

He leído RAYUELA, en fin, desde los ojos del corazón.
Esa era la clave y así lo escribí en la página inicial en blanco, la de cortesía que siempre se deja en los libros:
“RAYUELA es más para sentirla que para entenderla”.

RAYUELA es la mayor metáfora con la que me he cruzado en mi vida: esa metáfora que me dice: “tranquila; si lo tuyo es escribir con lo que algunos de tus no-lectores llaman farragoso, espeso, incomprensible y frenético, tú a lo tuyo. No te empeñes en subir tu propia piedrita hasta el Cielo ajeno a golpe de punta de zapato, porque se saldrá de sus fronteras de tiza”.
A fin de cuentas, escribir es la mejor manera que conozco de pegar la hebra con tus personajes cuando la soledad aprieta más de la cuenta.
Luego, una cierra el ordenador, deja a un lado el lápiz de dos colores y repasa una última frase subrayada en RAYUELA:
…lo malo es que justamente a esta altura, cuando casi nadie ha aprendido a remontar la piedrita hasta el Cielo, se acaba de golpe la infancia y se cae en las novelas. [Pág. 252]
        Y es que RAYUELA se siente; no se lee.

En CasaChina. En un 30 de Julio de 2019


[1] VERGONZOSO: que causa vergüenza; VERGONZOSO: que se siente vergüenza. https://www.fundeu.es/consulta/vergonzoso-y-vergonzante-629/
[2] Recuerdo la frase de MATURANA: soy responsable de lo que digo; no de lo que tú entiendas.

lunes, 29 de julio de 2019

EL TEJAR DEL BARRANQUILLO


...et in pulverem reverteris

         TIERRA, AGUA, AIRE Y FUEGO: los cuatro elementos en los que se resume la alfarería con la que empezó lo de los oficios del personal antes de que se inventara el infierno.
El antiguo Barranquillo
Me pide a mí el cuerpo hoy referirme -aunque sea sin mayor detenimiento- al tejar del Barranquillo, aquel donde mi bisabuela, puesta a disponer lo que fuera sobre su hacienda, de seguro que no tendría miramientos en percudirse las sayas de factura primorosa con tal de dar instrucciones, y donde más tarde, ya en tiempos de mi abuela, Manolo el tejero, metido hasta las rodillas en el lagar del amasado, desnudo de medio cuerpo hacia arriba y con los calzones o lo que fuera aquello remangados, pisaba durante horas la TIERRA gredosa, volcada sobre un AGUA que por entonces, antes de lo de los pozos artesianos, manaba y abundaba por estas tierras como las hambrunas y como la gracia divina.
En aquella poza, sinónima de cualquier escena del Antiguo Testamento, cabrioleaban, se afanaban y se enfangaban Manolo el tejero y su familia, -y a veces nosotras también- hasta reducir el agarejo a un barro manejable y amarillento que, posteriormente convertido en ladrillos y tejas, se secaban primero al AIRE, ese elemento abrasador y anaranjado bajo el sol del agosto, semejante a la galería de la muerte, donde aguardaban los chirimbolos antes de ser conducidos a la hoguera. Después, ya secas y pajizas como si les hubiera acometido un susto o una ictericia, se colocaban las piezas, una a una, muy junticas, pegadas y encajadas unas con otras, en aquel horno inmenso que, una vez repleto de enseres crudos y empedernidos de solanera, se sellaba con barro tierno por todos sitios, cortándoles el resuello a los pobres cacharros, penados a cocerse a FUEGO lento como ajusticiados del Santo Oficio, atormentados desde la parte baja del horno por una lumbre monstruosa, ceremonial y cansina, análoga a la del cuadro de las ánimas de la Parroquia, -ese que ya no está y está en otro sitio-, y se dejaba que tejas y ladrillos penaran sus pecados, hasta convertirse en piezas del color de la indulgencia plenaria.
El primitivo cortijo de La Salina. Y nosotras
Cuando sus cadáveres calcinados eran extraídos del horno, estaban vidriados, endurecidos y listos para la utillaje de la construcción de un pueblo siempre a medio hacer, donde, a pesar de todo, el tapial de adobe sin refinar siempre ofreció más confianza a los alarifes que aquellos ladrillos llenos de agujeros, resentidos de tanto penar y salientes del fuego del averno de debajo de la alberca redonda, donde a saber lo que maquinarían entre ellos. Que ya se sabe: el mucho penar casi nunca redime, pero casi siempre atolondra a los que vienen aviesos de fábrica y hechos de material defectuoso.
Algunas veces, mientras Manolo el tejero, Juana, su mujer, y sus hijos -la Boni, la María y el Pedro- se afanaban dándole a la rueda de hacer ladrillos y al manubrio de cortarlos, nosotras -las nietas de mi abuela- hacíamos inútiles muñequillos de barro sin atributos visibles, que se cocían en el horno, yacentes sobre la última hilera de trebejos reclusos.
Todas estas digresiones vienen a cuento de que no sé yo si aquel primer hombre que dicen que Dios se inventó en el último momento, cuando estaba de remate en lo de crear el mundo, llegaría a cocerse antes de usarse para lo de la costilla, o si lo de la hoguera y el vidriado de la cerámica y los juguetes de loza condenados a la hoguera sería cosa del demonio y la industria de su condenación.
¡Cuestión de oficio! Porque digo yo que así serían los oficios (y los Oficios) de antes, cuando todo se hacía a mano.
Y hablando de oficios humanos y de Oficios divinos, viene a mi memoria una quintilla de tan anónima autoría como inagotable repetición en las alfarerías que suelo visitar en busca del primer barro del recuerdo, ante cuyos versos no puedo por menos que imaginarme al Dios de la Biblia “con las manos en la masa”, fabricando un cacharro tan magníficamente frágil y quebradizo como el hombre:
Oficio noble y bizarro
entre todos el primero
pues, en la industria del barro,
Dios fue el primer alfarero
y el hombre el primer cacharro.

¡Nunca mejor dicho!
A fin de cuentas, ¿qué somos sino endebles cacharros de arcilla, perecederos, aunque endurecidos en el horno de la vida?

En CasaMagina. En un 29 de Julio de 2019

EN EL BLOG MAGINEROSO:

https://maginerosos.blogspot.com/2019/07/el-tejar-del-barranquillo.html?fbclid=IwAR06jQsifls9CcfURH4uWu-QiPMWi5a5VxprXccNfDpG5ypZyOCmx5cB8Xk





LA PRESUNCIÓN DE INDECENCIA

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