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miércoles, 8 de abril de 2020

VARIOS DÍAS ATRÁS


  53/2020

(Croniquilla del Viruso Coronado 28)

"Nada está perdido si tenemos el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo" 
J. Cortázar. [RAYUELA]

           
¿Cuánto tiempo llevaba allí, encerrada entre las cuatro paredes de ella misma?
¿O era dentro de su casa?
Porque si de algo estaba segura, después de tanto tiempo y de tanto silencio, era de que ese lugar de sus recuerdos había sido y seguía siendo su casa. Era de las pocas cosas que aún conservaba.
¿Y ese desbarajuste de papeles encima de su escritorio…?
¿Quién había arrancado tantísimas hojas al calendario de su vida sin pedirle ni siquiera permiso?
Porque el tiempo, como la casa, también era suyo.
¿O no…?
¿Desde cuándo estaban aquellas hojas de calendario allí…?
Rebusco en las de más abajo para intentar orientarse.
Sí; al parecer todo comenzó allá, por el mes de febrero. Pero, ¿de qué año?
       ¿Y si…? Quizá, si conseguía hacerlo al revés…
¡Imposible!
Por mucho que se empeñara en colocar las hojas del tiempo en posición inversa, de abajo a arriba, no conseguía darle marcha atrás al tiempo que le faltaba. Los recuerdos, solo los recuerdos no eran la solución.
Aunque, bien pensado, ¿para que quería ella cambiarle las tornas al tiempo si ya no le quedaba un mínimo lugar seguro dónde almacenarlo?
Lo mejor sería administrar lo poco o mucho que aún le quedaba, fuera lo que fuera lo que le quedaba.
El momento de lucidez fue como un destello; pero duró lo suficiente para saber que todo pudiera ser un absurdo. Sus posibilidades eran mínimas; pero tenía derecho a ser feliz.
Feliz
Hasta el final
Entonces, la anciana se obligó a repetir uno de los pocos gestos que todavía recordaba: encendió el ordenador y buscó aquel enlace bien visible en el escritorio, memorizado en su lugar exacto cuando aún tenía memoria con la que recordar que debía preparalo todo para cuando llegara lo de la desmemoria.
“Buzón de entrada”
       Estaba deshabitado, como venía estándolo desde varios días atrás, haciéndola profundamente infeliz.
       ¿Cuántos días?
¿Cómo podía existir semejante crueldad?
       Buscó ahora entre la indigencia de sus recuerdos deshilachados, y encontró algunos residuos de consuelo esparcidos aquí y allá, pensando que aquella ausencia de noticias era lógica; a fin de cuentas, hacía mucho tiempo que no le quedaba nadie en este mundo que pudiera escribirle a ella. La gran epidemia del olvido se los había ido robando uno a uno, con una obstinación irreductible.
Y, sin embargo, en algún rinconcillo de su memoria aún por saquear, acunaba el cálido recuerdo de haber estado recibiendo una carta diaria hasta hacía bien poco tiempo, firmada con un nombre...
       Miró la pantalla con cierta desolación.
       ¿Algo más que esperar?
       Que ella recordara, no. Nada que pudiera venir de fuera si ella no lo remediaba.
       ¿Algo más que ella pudiera hacer?
       ¡Cómo no! Lo de siempre.
       Un nuevo chispazo de lucidez le atravesó la memoria como un rayo en mitad de una tormenta seca:

¡Dios mío!
¡La única culpable de tanto dolor era ella!

Había olvidado escribirse su carta diaria, al menos desde dos semanas atrás. Desde que ordenaron el último encierro.

Tecleó:
Querida mía: ¿aún sigues ahí? Yo sigo esperándote.
Y firmó con aquel nombre de otros tiempos.
El de siempre.
El de él.
El único que bien sabía ella que nunca iba a olvidar a pesar de todo.

En “CasaChina”. En un 7 de Abril de 2020

CARTA ABIERTA A MIGUEL FERNÁNDEZ PALACIOS GORDÓN

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