Al hilo de una lúcida publicación de mi siempre
admirado Benhur Sánchez Suárez.
¿MIEDO A DECIRLO? ¿POR QUÉ?
Tengo mis ideas políticas. ¡Claro que las tengo!
Confusas (es decir: ausentes de casi
toda rigidez del “para-siempre”), pero las tengo. Como tengo mis ideas
trascendentales, que hay quien identifica con las “religiosas”. Tampoco estas
últimas son especialmente arraigadas e inmutables; pero son las mías.
Tanto en lo político como en lo religioso intento -y a
veces hasta lo consigo- huir de dogmas tan tontorrones como los que llevaron al
borde de la hoguera a Galileo Galilei, para tener que acabar desdiciéndome de
la tontorronería del dogma, como intento evadirme del encantamiento de los
líderes de mercadillo, inquisidores de cualquier cosa que brille; pero, sobre
todo, trato de evitar hacerme eco de esos tonillos petulantes que puedan
interpretarse como descalificadores de/contra una persona concreta.
¡Quién soy yo para descalificar a nadie!
Y menos para provocar el aplauso o aplaudir la
descalificación direccional.
Por eso, en lo político y en lo religioso, huyo de
expresarme o posicionarme públicamente, sabedora como soy de que existe siempre
al acecho un coro de ociosos, especialmente adictos (y adeptos) a la bronca,
siempre a la espera de que alguien encienda una mechita de nada para armar un
infierno en el que quemar -pobres inquisidores trasnochados- al primero que se
atreva a ir contra corriente.
Sin embargo, con las debidas cautelas asépticas,
(porque la maledicencia es especialmente contagiosa) no eludo contemplar esas
orgías devastadoras, siquiera sea para reafirmarme en lo que intento no caer ni
siquiera por equivocación: LA ENVIDIA.
Mi profesión me llevó a confirmar que, tras una gran
parte de los conflictos (de cualquier tipo, pero, sobre todo, el conflicto con
uno mismo), se esconden profundas frustraciones ancladas en LA ENVIDIA, ese sentimiento dañino que destruye a quien no está dispuesto a
desenmascararlo en lo más íntimo del ser y erradicarlo tenazmente.
Una de las manifestaciones más perversas de la ENVIDIA
es LA INSIDIA: esa manera larvada (o abiertamente hostil) de la que se valen
algunas personas especialmente desgraciadas, y de manifiesta indigencia
emocional, lanzando andanadas de sospecha sobre cualquier iniciativa fuera de
lo común o sobre cualquier triunfo ajeno. Por eso, y a estas alturas de la vida, huyo (o
trato de hacerlo) de quienes se convierten en pregoneros de la duda maliciosa,
y aún creen que tienen tiempo para transmutarse en diosecillos descalificadores
del éxito ajeno.
Cada vez me convenzo más de que yo nací para ALABAR EN
PÚBLICO lo que considero alabable, por mínimo que sea y venga de quien venga;
para CALLAR DISCRETAMENTE cuando algo supera mi capacidad de comprensión; y
para DECIRLE EN PRIVADO a quienes estimo aquello que me inquieta de ellos, no
porque mi criterio sea mejor, sino para poder entender el suyo.
Me niego a querer mostrarme circunstancialmente
ingeniosa, discutiendo en foros públicos con arrogantes discutidores
profesionales instalados en la creencia inamovible y vocinglera.
Me niego a descalificar el triunfo de nadie.
Me niego a irrumpir en esos campos de batalla donde
las ociosas hordas de siempre se dejan manejar por los más indiscretos, para
escarnecer a una víctima previamente señalada por el dedo de intereses
bastardos, haciendo gala de “a ver quién insulta más, mejor y con volumen más
alto para contentar a la jauría y ser aceptado en la manada”.
Me niego a competir en ignominia contra nadie.
Me niego a condenar. Y menos en nombre de Dios o de la
patria.
Para esa tarea ya están los envidiosos, fácilmente
identificables con juegos más que experimentados.
(Haced la prueba que se propone ahí abajo. Os
sorprenderá)
elpais.com
Formamos parte de una sociedad que
tiende a condenar el talento. Uno…