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martes, 10 de enero de 2023

EN LA ARDIENTE OSCURIDAD (del hogar)


05/2023

¡Y van cuatro en diez días! −s.e.u.o de última hora−.

Cuatro mujeres muertas en lo que va de año, a no ser que, mientras tecleaba, haya caído otra a manos de ese “alguien” que una vez le soltó a quemarropa un “te quiero” en voz alta y apasionada sin rematar la frase en toda su vileza: “…o para mí o para nadie”.

¿Es que no hay nadie que pueda parar esto?

¿Alguien más que los que hasta ahora…?

Digo yo que esto ya no es solamente cosa de la “DamaCiega”, a quien se le han transferido en exclusiva todas las competencias en lo de apañárselas con los MataMujeres, sin tener en cuenta que con esos hay que tener los ojos muy bien abiertos para verlos venir con la testuz dispuesta al derrote y así poder buscar amparo en el burladero más cercano.

No está mal, no señor, que sea la “DamaCiega” la que haga la faena principal hasta el remate con la espada; pero muy mal se las vería cualquier torero si no se deja auxiliar por una buena cuadrilla dispuesta a apiñarse contra el enemigo común a abatir.

¡No, colegas, no! Esto no es cosa de ensañarse en señalar cegueras mientas se anda encegueciendo jilgueros con alfileres al rojo vivo para ver si así cantan mejor, y hasta que se aprendan de memoria nuestro mitinero himno de cabecera.

Esto es cosa de todos, desde el más chico al más grande, y, desde luego, con un cambio de tornas radical en las reglas del juego, reglas que, por otra parte, están hechas para personas corrientes. Para quienes juegan limpio, y no para tahúres.

Repito: o jugamos todos, o esos tahúres siguen rompiendo barajas en nuestras crismas; en las de todos.

Porque esto es cosa de todos.

Lo que se espera no es precisamente que unos pocos que nos representan a todos se junten a tupirse en una impresionante sala de cómodos escaños, climatizada con cargo al erario público, disfrazados de domingueros de los que toman el vermut en Embassy, o de proletarios con vaqueros de a mil euros por el solo mérito de haber sido deshilachados a caso hecho a la altura de las vergüenzas. Ni para ponerse en jarras en plan vecindongo del “a-dónde-vamos-a-llegar”; o en plan “estupendo” de “nosotros-hacemos…-los-opuestos-no-hacen-nada”; ni en plan guerrero del antifaz de “aquí-está-el-atestado-señoría-hasta-que-su-señoría-lo-suelte-de-nuevo”; o de enrolarse en multitudinarios desalientos entonando descreídos réquiems de “ni-una-menos”, mientras que las solapas se emperifollan con colores cerriles y las pecheras con artificiales manchones hemorrágicos.

Repito una vez más: esto es cosa de todos en equivalencia −que no igualdad− de posiciones.

Empezando por nosotras, que somos las que, sin un juicio previo en condiciones en el que la “DamaCiega” se alce la venda de una puñetera vez, nos vemos condenadas a arrastrar como marca de nacimiento un miedo fatalmente ataviado con el mono naranja del corredor de la muerte por el solo hecho de haber nacido sin adminículos; ¡vaya!, sin “las artes de matar” colgándonos entre las ingles.

 Visto el panorama,  ya no sé yo cómo salir al coso sin haber pasado primero por una buena escuela de tauromaquia donde aprender el arte del toreo de semejantes morlacos. Y sin licencia para matar ni MozoEspadas que descabelle por nosotras.

 ¿Será cosa de escuela?

Pues me pienso yo que también.

La escuela, además de la propia casa, debiera ser ese lugar donde se enseñara a los concurrentes a manejar y encajar la frustración como una virtud cardinal, si no fuera porque ni nosotras mismas estamos dispuestas a que a nuestros nenes se les corrijan maneras por cualquier maestrucho con carnet de afiliado.

¡Demasiadas petulancias! Y lo que es peor: demasiadas desconfianzas para poder juntar todos el hombro como uno solo contra el enemigo común: la ignorancia.

¿Entonces?

Si la cosa no puede arreglarla ni la mismísima DamaCiega por falta de vista o exceso de miopía, ni los que se enseñaron para enseñar pueden enseñar porque los “papases” y las “mamases” dicen que a sus nenes ni tocarlos con catecismos monocolores, y si los “maderos” están que trinan porque hay demasiadas gateras por las que se les escapan los gatos de las jaulas con las uñas cada vez más afiladas, y los que hacen leyes están más ocupados en tirarse las leyes a la cabeza que en sentar la cabeza y ponerse a resolver, y el resto lo único que podemos hacer es mirar sin tocar, a riesgo de que venga la “DamaCiega” y nos saque los ojos por tomarnos la justicia por nuestra mano sin convidarla a ella a mostrar y demostrar sus poderes exclusivos y excluyentessi los que mandan se nos desmandan, distraídos como están en insultarse entre ellos como si se estuvieran matando vivos, mientras que nuestras cosas siguen como estaban, en manos de todos y de nadie…¿se puede saber qué puñetas podemos hacer las aspirantes a incrementar las estadísticas anuales de decesos domésticos estando tan baldadas como estamos que ya no nos quedan ni alientos para seguir muriéndonos por cuenta propia?

         Lo dicho y repetido: esto es cosa de todos, y debe permitírsenos, y debemos permitirnos y decidirnos de una vez por todas a intervenir activamente sin que se nos aparte de las decisiones como pobrecitos/as ciegos/as sin perros guía.

                Cada vez con mayor frecuencia, y al pensar en este tema, me viene a la mente aquella lúcida obra de teatro de Buero Vallejo, [EN LA ARDIENTE OSCURIDAD], y uno de sus diálogos que no me resisto a reproducir como ejemplo de hasta dónde puede llevar la exclusión de alguien cuando el problema es de todos:

EL PADRE. — Pero todos estos chicos, ¡pobrecillos!, son ciegos. ¡No ven nada!

DON PABLO.—En cambio, oyen y se orientan mejor que usted.

(Los estudiantes asienten con rumores.) Por otra parte... (irónico) no crea que es muy adecuado calificarles de pobrecillos... ¿No le parece, Andrés?

ANDRÉS.—Usted lo ha dicho.

DON PABLO.—¿Y ustedes, Pedro, Alberto?

PEDRO.—Desde luego, no. No somos pobrecillos.

ALBERTO.—Todo, menos eso.

LOLITA.—Si usted nos permite, don Pablo...

DON PABLO.—Sí, diga.

LOLITA.—(Entre risas.) Nada. Que Esperanza y yo pensamos lo mismo.

EL PADRE.—Perdonen.

DON PABLO.—Perdónenos a nosotros por lo que parece una censura y no es más que una explicación. Los ciegos, o, simplemente, los invidentes, como nosotros decimos, podemos llegar donde llegue cualquiera. Ocupamos empleos, puestos importantes en el periodismo y en la literatura, cátedras... Somos fuertes, saludables, sociables... Poseemos una moral de acero. Por lo demás, no son estas conversaciones a las que ellos estén acostumbrados. (A los demás.) Creo que los más listos de ustedes podrían ir ya tomando sitio en el paraninfo. Falta poco para las once.  (Risueño.) Es un aviso leal.

 

Pues eso: que entre todos habrá que aprender (entre todos) la mejor manera de señalar a los morlacos con una divisa visible, y decidir quién le pone la divisa al toro mientras se prohíben o no se prohíben las corridas.

     O mientras aprendemos nosotras mismas a torear…

Y mientras tanto, ¿qué?

¿Quién?

 En CasaChina. En un 11 de Enero de 2023

 

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