Moribundarios – 59/2025
Desde ese pueblo que vive en mi memoria, en los Alpes italianos, me llega la noticia de una muerte más que me estremece: la muerte de Lorella.
¡Lorella!: aquella mujer omnipresente en cada abrazo de mi memoria alpina… Esa mujer que bien pudiera asemejarse a la oronda y deliciosa Dulcinea de nuestro Quijote, de la que daba la impresión de que ensanchaba su cuerpo para poder abarcar y sujetar en él todo el amor que era capaz de repartir.
De mi viaje a Revelo en el año 2017 –¡ocho años ya!– guardo muchas imágenes fijas entrañables y permanentes, y dos figuras móviles inolvidables. La primera y asombrosa fue la de un caballero medieval perfectamente ataviado, con su camisa, sus chorreras, su juboncillo, sus calzas, sus atrezos y cordobanes, tocado por un sombrero de alas anchas ricamente emplumadas, y una prodigiosa capacidad de traslación, tipo EspirituSanto, con la que se hacía presente detrás de cualquier esquina del pueblo que se doblara, en cualquier taberna donde se entrara o tras cualquier espejo al que se accediera.
Lo chocante es que el tal caballero, tan acorde de vestimenta como de ademanes históricos, se desplazaba… ¡nada menos que en bicicleta!, por las calles de un pueblo convertido en fidedigno gótico por obra y gracia del empeño de unos habitantes que aman su propia historia hasta rememorarla año a año con esas fiestas tan llenas de MarchaAtrás. El tal gentilhombre, cabalgado sobre jamelgo bicicletero, no era otro que Giancarlo Ghirardotto, alma y motor de las fiestas Maggio Castello, en las que se rememora el asedio a Revello y a la que fui invitada por el escritor colombiano Juan Revelo Revelo, descendiente de bisabuelo piamontés y generoso propiciador de documentación para que yo pudiera escribir la novela <VIRGO FIDELIS>.
La segunda figura móvil es la de Lorella, voluminosa ella, presurosa ella y presta a cualquier tarea que se le encomendara. Mano siempre abierta y oferente a Sabigliano |
la mano que le demandaba. Incluida la de cocinar para nosotros, sus visitantes foráneos, unos manjares de difícil olvido, regados con un vino más propio de dioses que de humanos, el célebre Barolo piamontés, que nos hizo olvidar por un momento las penurias y hasta las alegrías del viaje hasta aquellos parajes presididos por el majestuoso monte Monviso, semejante en su presencia tozuda al monte Aznaitín de mi tierra, pero algo –mucho– más ostentoso y envanecido que el cerro que echa el cierre a Sierra Mágina por el poniente.
A estas alturas de mi vida, está claro que son muchos los recuerdos acumulados. Pero mis recuerdos más entrañables son los alcanzados y guardados cuando alguien me ha sentado a su mesa para compartir conmigo su pan, su vino, sus potajes y sus viandas.
Martha Giarratana, la que me da la noticia de la muerte de Lorella, también.
¡Cómo poder olvidar que, al menos por unas horas, yo no estuve sola a la hora del yantar porque compartisteis conmigo vuestro pan, vuestro vino y vuestra palabra…!
Ay, Lorella: regresar a Revello será ahora algo más triste.
Yo te abrazo desde España como abrazo a los tuyos; y pido a quien quiera que pueda escucharme que entre las nubes del Montisso, Lorella, encuentres siquiera sea una mínima parte de lo que diste tú, de quien bien puede decirse: “Transit benefaciendo”.
En CasaChina. En un 18 de Abril de 2025