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domingo, 25 de julio de 2021

AJTUN

(De cómo le busqué nombre propio a mi común GasteroMascota)

        Digo yo que de alguna manera tendría que llamarlo ya que, por poco común que resultara, lo había adoptado como propio. Y, además, ya se sabe: bautizar a las criaturas es tomar posesión de ellas.

        A falta de información directa que pudiera o quisiera facilitarme el interesado, decidí llamarlo Ajtun[1], y no por ninguna razón especial que tenga que ver con caracoles o con cualquier otra cosa arrastrada; quiero dejar claro que, aunque alguna vez le escuché pronunciar la palabreja a aquella compañera de piso alemana con la que conviví cortos años junto a la Plaza de España, ni siquiera sé lo que significa en alemán. A lo más que alcanzo es a saber que lo de “achtung” se escribe con “ch” en lugar de con una “j”, aunque de viva voz suene a jota.

        Últimamente he averiguado que, dependiendo de que lleve diéresis sobre la “A” o no la lleve, la cosa cambia mucho para los que sí saben alemán, tanto escrito como sonoro.

        Sucede además que “Ajtun” me suena contundente; como a mí me gusta que suene mi voz a la hora de tratarme con presuntas mascotas, con lo que llegué a la conclusión de que esa sería una buena manera de compensar tan sumisa mansedumbre, arrastrada y babosa como la del flamante okupa de mis espacios aledaños.

        Recuerdo que, por los mismos días en que resolví adoptar al insigne caracol de mi jardinillo, le puse un mensaje a un amigo de esos a los que la lejanía y la provectidad convierten en MejoresAmigos; y, a falta de mejor tema −que justo es decir que nunca nos faltan desde que estamos lejos− decidí contarle lo de mi MascotaCaracol tal como ya lo tengo contado. No tardó él, −mi MejorAmigo, digo− en responderme, más como una verificación de cordiales excentricidades que como una queja sobre el hecho de que la buena nueva de mi reciente e inocua compañía no provocaba precisamente sus celos. Por el contrario, le regocijaba, y se refocilaba en una confidencia que había conseguido hacerle pensar un poco, (no mucho), y sonreír otro poco, (algo más), ante la imagen que se le había venido a la cabeza: la de una amazona de mandingas marchitas en trance de amaestrar caracoles a punta de látigo viperino. Luego, con esa habilidad suya de sentenciar, concluyó: “El caracol es una criatura que va a lo suyo y no se caracteriza por su sociabilidad (acaso porque siempre es visto como alimento o, si no así,  con asco) pero ciertamente no molesta demasiado, que ya no es poco”.

        Para rematar tan sesudas consideraciones, y haciendo gala de su prodigiosa habilidad hilativa[2], acabó por ovillar la cosa del CaracolGasterópodo con la ConvivenciaAntropófaga, para alertarme sobre la conveniencia de tener siempre previsto el recurso de un “escondrijo propio dentro de madriguera ajena”.

 

(NOTA PREVIA A SEGUIR ESCRIBIENDO: por lo que sé, (o, a lo mejor, no) la casa en la que vive este MejorAmigo mío es tan propia como de LasEllas que le dan compaña; pero ya se sabe que, cuando un hombre se atreve a dar cuartelillo a las “adláteres” de la última “mujer-de-su-vida”, como parte integrante del lote amorosil, acaba por perder cualquier sentido de pertenencia. Del habitáculo, quiero decir).

 

    “Veo que has entendido lo que yo llamo "ponerse en función caracol" −le respondí a mi vez, al tiempo que brotaban en mi interior las primeras sospechas de que lo de mi caracol iba a traer cola−. “Hay que aparentar tener casa propia y, sobre todo, desplazable; llamémosla "laberinto propio". Y no olvides −proseguí, inspirándome ahora en las cautas maniobras evasivas que empezaba a descubrir en Ajtun− que lo primero que hay que enseñar al salir del laberinto son los cuernos. Eso sí: asegurándose bien de que, al final de ellos, quede una especie de mirada de falsa sumisión retráctil.

“¡Humm! Lo de desplazable…”.

 

(Así que, de toda mi campanuda parrafada, la única palabra a considerar por mi CiberAmigo era ese “desplazable” ambiguo). Lo pasé por alto dispuesta a meditarlo más tarde como conviniera, y proseguí:

“Otra cosa: −tecleé, mientras, de manera simultánea, paladeaba con la imaginación la lasciva exquisitez del lomo de mi mascota, escaldada a fuego lento, −un suponer−, y adobada con un toque de hierbabuena−: sobre todo, no olvides que en cualquier amago de huida ha de adoptarse un cierto aire de imprescindibilidad ruinosa; una catadura entre lo nutricio y lo desechable.

“¡Ajá! Imprescindibilidad…”.

 

        O mi MejorAmigo, estaba en trance de dicharacheo monosilábico, o yo estaba en racha de incontenible charlatanería, a tenor de su/ mi/ nuestra primorosa y dispar expresividad.

 

    “…Conseguido lo que ya te he sugerido, −retomé mi facundia− puede uno instalarse en cualquier jardinillo, propio o ajeno, sin miedo a que el barullo de las inevitables broncas convivenciales nos carcoma el barniz y nos apolille las cajoneras, más allá de lo que arañaría el roce del papel de lija sobre la madera verde”.

 

        Se acercaba la hora del yantar solitario de cada día. Mientras observaba, ya sin disimulos y con ojos de gula manifiesta, cómo mi mascota se cimbreaba y babeaba sobre la barriga de la única berenjena engordada en mi maceta preferida, pasó por la pantalla del ordenador un silencio tartamudo, que se diluyó en reverberaciones virtuales antes de convertirse en una interrogación filosófica:

      −¿Tú crees que transustanciarse y trasmutar en caracol no resulta algo peligroso?

 

        Por un momento me solivianté pensando lo que tantas veces he pensado en estos últimos años: este MejorAmigo mío, a pesar de la distancia, −o quizá gracias a ella− tiene el don de adivinarme el pensamiento; sobre todo, cuando el pensamiento es avieso y fagocitario. Se hacía imperiosa una respuesta por mi parte que me dejara en buen lugar:

        −En efecto, existe un único peligro, MejorAmigo: el del pisotón distraído.

        −¿Distraído?

 

        (¿Qué? ¿Se nota o no se nota que es gallego?).

 

        −Digo “distraído” porque no conozco a nadie a quien le guste ir por ahí pisando caracoles a caso hecho[3].

        −Pero ¿qué pasa si el transmutado cornúpeta se topa de frente con una de esas criaturas pisacaracoles vocacionales? Que, como las meigas, haberlas, hailas…

 

    Realmente, mi brillante MejorAmigo me lo estaba poniendo difícil. Pero, por mucho tercer grado al que me sometiera con su interrogatorio, no sería yo quien diera mi brazo a torcer −en este caso, mis letras− sin aparentar un ingenio que, entre nosotros, no es otra cosa que el manido “aluvio[4]” del Código Civil, propio de quien tanto ha vivido ya en tan diferentes sotos de ríos más o menos mansos, viendo cómo, con cada crecida, ensanchan y se recrecen mis orillas con los mejores sedimentos.

        −Hasta eso tiene un remedio −escribí−. Busca el abrigo de un buen follaje.

        −¿Follaje…? ¡…Follaje!

 

     (Ay, señor. Algo no funcionaba, como suele suceder en esto de las conversaciones a distancia sin derecho a roce).

 

        −¡A ver, tú!, que te estás yendo por las ramas y no sabes cómo ladearte de la tarea de mullir farfolla[5]. Parece mentira que te pases la vida practicando conmigo tu condición de gallego, y pases por alto el detallillo de que, en tu lengua, “hojas” se escribe “follas”.

        −¡Ah, bueno! Tú me estás hablando de “follaxe”, con “x”…

        −Como tú digas. Con “x” de México o con “j” de… de lo que estás pensando. ¡No te jota! (eso último no lo escribí). De lo que yo estoy hablando es de fronda, de boscaje, de espesura… ¡De hojas, j…!

        −¿Hojas? Tu siempre barriendo para tu corral. Jajaja

        −Jeje…¿Mi corral dices…?

        −Tu corralico foliar digo. ¿A que, con lo de las hojas, te estás refiriendo a hojas de papel? ¡Vamos! A hojas escritas o de las de escribir.

 

        (¿No decía yo que éste me adivina los pensamientos?).

 

        −Eso es: ¡Escritas! Vaya, concretando: que no hay mejor escondite que la hojarasca de los libros. Y, cuanto más espesa, mejor. Te aseguro que lo de los libros suele ser un buen refugio en tiempos de tempestad.

        ¡Ah! Follemos, pues.

        −¿Estás seguro de que se dice así? 
        −¿Qué dis?
        −Lo de “leamos”. ¿En gallego, no se dice “imos ler”?
        ¿Se dis?
        −No sé. A mí que me registren. El gallego eres tú.
 

En CasaChina. En un 24 de Julio de 2021

https://soco-marmol.blogspot.com/2021/07/ajtun.html

 


[1] Achtung: respeto, estima, aprecio

Ächtung: excomunión, anatema

 

[2] Hilativa de hilar, con h, de hilar, enlazar o conectar; ni de la conjunción huérfana de “h”.

[3] “A caso hecho”: locución adverbial recogida en el diccionario académico. Remite a la expresión «a cosa hecha».

[4] Aluvio: (accesio) forma de adquirir la propiedad según el Art. 353 C.c. la propiedad de los bienes da derecho por accesión a todo lo que se le une o incorpora, natural o artificialmente.

[5] Farfolla: hojarasca que recubre las panizas o mazorcas. Con esas hojas se rellenaban los colchones en las casas donde se carecía de medios para comprar lana.

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