Hoy, relato.
Dedicado a José Iglesias, el prologuista de mi nueva novela,
con quien estuve sola en la última
madrugada.
(A propósito de cómo se va
escribiendo un libro)
Eran las cuatro de la mañana. El teclado del ordenador, bajo la luz sesgada de la lamparilla de noche, se me antojaba ligeramente desordenado, y el orden de la casa estaba en silencio como corresponde a la soledad.
Sigo durmiendo en la misma cama de matrimonio
de hace tantos años, aunque ahora el lado vacío me sirva de mesa auxiliar para
tentempiés, cuadernos y para papeles; esos cuya lectura de última hora deciden
el argumento de los primeros sueños.
Anoche, sin ir más lejos, estaba yo
empeñada en repasar unas viejas cartas de un noviete caducado, de las que
intentaba inútilmente sacar material para una de mis patrañas, cuando me venció
el sueño.
(Entre nosotros: hay
que ver lo doloroso que resulta que, a fuerza de tedio, deje de dolernos quien
un día nos dolió como una pupa viva empapada en yodo).
A eso de las tres de la mañana,
cuando estaba en lo mejor de más enloquecido sueño, me despertó la edad.
(Entre nosotros: a esta edad suele suceder que el sueño dé portazos
desconsiderados a cualquier hora de la noche).
Sacada de la fragilidad de mi sueño,
y metida en la ordinariez de lo oscuro, decidí encender la luz y ponerme a
escribir un capítulo de esa novela con la que completaré el círculo de la
trilogía de LAS VIRGOS.
Aclaro que <VIRGO POTENS> ya la publiqué
por el 2016, con lo que me libré de uno de sus más descarados personajes: la
Salomoncica de las narices. <VIRGO FIDELIS> está en
imprenta, cosa que a La Oliva, a la que le he dado el papel de narradora coral,
no parece haberle complacido especialmente.
Ya se sabe que las olivas son muy
suyas y les gusta hacer solos estentóreos en canciones colectivas de viaje de
autobús de fin de curso.
Entre manos tengo mi virgo más
virgo: mi <VIRGO CLEMENS>, de la que ya
llevo más de 20 capítulos sin que los habitantes de sus páginas dejen de darse
codazos, dejándome a mí fuera de juego.
Como iba diciendo, a eso de las tres
de la mañana, y a falta de con quién pegar la hebra, me puse a escribir un
nuevo capítulo de mi <CLEMENS>, cuando hete aquí
que uno de los personajes de quien más espero, “el Culebras”, me avisó
de que las cosas estaban alborotadas por “Los Refugios”, y que él estaba
harto y había decidido morirse.
¡Para qué voy a contaros lo que tuve
que hacer para convencer al Culebras de que él no podía morirse o me desmochaba
la novela antes de tiempo! ¡Hasta he tenido que meterle la luz en su refugio
para ver si así me concedía la gracia de seguir vivo!
Arreglado el embrollo con un recurso
como el de meter la luz en Los Refugios, cosa que no tenía yo prevista con
antelación, ya que el amo es un pelín avaro, eché una parrafada con el “mi-Pepe”, del que ya os hablaré
otro día, pero os adelanto que es de carne mortal y el prologuista de <VIRGO FIDELIS>,
y me quedé eclipsada sobre la luz azulona del ordenador en el que había
mantenido mi último coloquio con el Culebras.
¡Lo que tiene una que hacer para
ocupar en algo útil los insomnios de la edad!
Sin embargo…
Me
fascina haber llegado a la edad de los insomnios creativosEn CasaChina. en un 6 de Febrero de 2020