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lunes, 20 de marzo de 2023

"INFORMANTES" del grupo ANDARAJE

30/2023

      Este periódico Jaén, y este director suyo, Juan Espejo, no se andan con chiquitas: si tienen que ponerle paisajes a lo que se escucha, ahí que se echan ellos a la carretera y empiezan a trasegar kilómetros hasta que encuentran lo que buscan.

    Tiempo llevo yo −y quienes conmigo leen el diario− espulgando (que no “expurgando”) entre sus hojas una nueva aparición de ese nombre que a mí me remueve los entresijos de la memoria y me “okupa” los tímpanos con reminiscencias de acufenos celestiales de adolescencia mal olvidada: ANDARAJE.

    Era El Andaraje del que hablo un barrio de Jódar (de los que todavía están, porque los barrios de nuestros pueblos son inmortales como dioses), con uno de esos paisajes, EL LAVADERO PÚBLICO, que algún munícipe con ínfulas de moderneces historofóbicas macarrillas me cambió de sitio, hasta arrancarme aquel poema encorajinado que dormita entre los versos del poemario <PROBABLEMENTE, OTOÑO>:Me movieron de sitio otro paisaje/ otra fatalidad, casi otro encuentro./ Cual el árbol que cambia de vestido/ cuando llega su tiempo, y se desnuda, y se entrega en los brazos del invierno/ sin saber lo que hace/ el paisaje vestido de frescura/ fue asaltado/ a golpe de piqueta./ Igual que el anticipo del ocaso/ fueron desmantelando su armazón/ dejando el esqueleto a la intemperie./ Tendré que convenir/ que allí donde reinaban los escombros/ hay ahora una plaza con estatuas/ (con las que no me hablo, aunque me miren/ con esos ojos muertos sin pupila)./ (Nunca crucé palabra con extraños)./ ¿Pero dónde?/ ¿Dónde estará el paisaje que sabía/ el último motivo de un recuerdo?”.

        Como digo, desmantelaron la nobleza de la pileta de piedra, a la que se llegaba tras bajar dos escalones tan de piedra como la pileta misma; arrancaron y arrumbaron en algún lugar ignoto las grandes losas sobre las que nuestras jodeñas (¿o suena mejor “galdurienses”?) mujeres restregaban el poco o mucho ajuar doméstico −dependiendo de que lavaran ropa propia o de encargo de casa-bien− de los años más oscuros, al tiempo que enjuagaban sabañones en las aguas heladas de aquel manantial inagotable y trasparente como la conciencia de un jilguero. Con lo que no pudieron las piquetas sin talento fue con la tozudez del manantial, de manera que allí siguió manando como una vomitera de vino peleón, a la espera de que algún remordimiento le devolviera la escudilla donde vaciarse. Ese lavadero estuvo a la espalda de la iglesia parroquial, con la que compartía linderos santificados, campanas de buen consejo y cornejas de pésimo cantar.

        Por entonces, y en un lateral de la parroquia, además del sacristán, vivía el sochantre, encargado, como el nombre de su cargo indica, de dirigir del coro de una iglesia en los oficios divinos.

No sabría decir si fue la nostalgia del rumor del agua del lavadero del Andaraje, o los buenos oficios de los oficios divinos que el sochantre apuntaba con letra redondilla en sus partituras lo que movió a su hijo Jesús a meterse en fandangos −nunca mejor dicho− y poner la oreja a la escucha de lo que las lavanderas −a las que él sigue llamando sus “INFORMANTES”− canturreaban entre dientes con musiquilla de himno condenado a la horca, cuando no a garrote vil −“arriba los de la cuchara/ abajo los del tenedor/ que todos “semos” comunistas/con el martillo y la hoz”−.

        El caso es que, hace 50 años, el tal Jesús, se juntó con un tal Pepe Nieto −el de “Tejidos Nieto”− y con un par de mozas de buen ver y superior cantar; y, a falta de dineros para mercarse mejores instrumentos, agarraron de sus casas almireces, sartenes, botellas de “Anis-del-Mono”, carraquillas y cualquier otro trasto al que poder arrancarle un qujío, y comenzaron a remedar a las lavanderas de detrás de la iglesia.

       Las siguientes en ser espiadas mientras canturreaban a sus anchas, aligerándose de sapos mal atragantados, fueron las capacheras. A fin de cuentas, viviendo como vivían en lo más alto del cerro San Cristóbal, en aquellos agujeros trogloditas de boca enyesada, no corrían riesgo alguno con las picardías de las letras de sus cantares, porque por allí no subía “la autoridad” a censurar canciones de mal ver como “la MariaJuana,/ la que cantaba/ bebía vino/ y se’borrachaba/ y a su nene tética le daba/ como era tuerta/ como era tuerta/ con el culo’atrancaba la puerta…”, que por las Pascuas derivaba a temas más navideños como “A Belén la llevan/ a Maria Zambullo/ tres pares de bueyes/ le tiran del culo”.

        Esos tengo entendido que fueron los comienzos del GRUPO ANDARAJE. Pero ya se sabe que esto de hurgar entre monsergas y rarezas de tiempos pasados es como lo de rascarse: que no se encuentra alivio si no se sigue en ello hasta que se abre la piel. Y EL GRUPO ANDARAJE, que cuando comenzó en 1972 era un puñado de gurruminos, se echaron a crecer y a buscar y rebuscar cancioncillas de entredicho por la comarca de Sierra Mágina; y luego, por las aledañas; y más tarde por la provincia entera, hasta traspasar fronteras regionales y provinciales. Y ahí están ahora, cincuenta años después, con un bagaje que para sí lo quisiera el editor −si es que lo hubo− del romancero universal.

        Arrancaba yo diciendo que ni el periódico JAÉN, ni su director, Juan Espejo, se andan con chiquitas y miserias a la hora de ofrecernos a sus adictos razones para seguir leyéndolos. Aumento lo dicho informando al paisanaje del culmen de lo que fue la aventura de imaginar y grabar un concierto para hacernos babear de envidia.

        ¿Los escucharon anoche? ¿Y vieron a dónde se llevaron a las criaturicas a grabar lo que nos ofrecieron? Pues eso: que hace algunos días, fue Juan Espejo y les dijo a los de <EL ANDARAJE>: “que vamos a ver si cuadramos agendas −labor, por lo que sé más difícil para esta gente que hacer gorgoritos− y nos ponemos a buscar un sitio con suficientes fantasmas censados como para que se sientan a gustico con lo que vosotros tenéis de repertorio”. Y <LOS DEL ANDARAJE> contestaron: “que por nosotros no va a quedar; pero que, después de 50 años de andadura, no vamos a cambiar de instrumentos, no sea que almireces, carracas, botellas y demás aparejos se nos incomoden ahora que tantísimos años llevamos juntos”.

        Superados los tiempos, no hubo dificultad en ponerse de acuerdo en las maneras de lo de echarse al monte, que dicen que es donde mejor suena la percusión casera si se la acompaña de buen hacer y buen querer. Y allí que se fueron nuestros cincuentones romanceros con nombre propio, José Nieto, Jesús Barroso, Petri Blanco, María José Cejudo, Carmen Tizón, Guillermo Barroso Torres y Guillermo Barroso Cejudo, “cargaitos” de pitos y flautas, a cantarle a las ruinas del molino del Sotillo de la Parra. Lo que no nos cuentan ellos, pero a mí me han dicho mis fantasmas, es que, cuando ya lo tenían todo montado en mitad del todo de la nada, se echó a llover, y a punto estuvo Eolo de fastidiarles y fastidiarnos el concierto, por afonía de los pitos y flautas que antes mentaba.

        Menos mal que los espíritus de los cerros se apiadaron de nosotros.

 

 

 

 

 

LA PRESUNCIÓN DE INDECENCIA

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