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viernes, 16 de junio de 2017

“ANIDAR EN TUS BRAZOS…”



24/2017
(Al hilo de la canción "Lucía" https://youtu.be/sBXEBVDUXOE)
  
         De los cinco sentidos –quizá siete según yo mantengo- con los que nos relacionamos con nuestro entorno, hay dos que constituyen los anclajes de los recuerdos esenciales de nuestras vidas. Me refiero al olfato y al oído, esos dos sentidos que, a diferencia de los otros tres, necesitados de un presente inmediato, constituyen el pasaje de regreso a los callejones del pasado más entrañable.

       Reflexiono a menudo en esta distinción clasificadora en que he dividido mi relación con el mundo exterior para acabar siempre concluyendo que vista, gusto y tacto reclaman texturas concretas en el aquí y en el ahora; pero oído y olfato son como botellas de conserva olvidadas en repisas de yeso con telarañas, donde se almacenan sensaciones intensísimas a la espera de que las carencias del invierno de los afectos nos obligue a echar mano del recuerdo destapando olores y sonidos con los que seguir sobreviviendo.
A través del olfato reconocemos el rastro de nuestro pretérito cada vez que regresamos a la fragancia de paisajes físicos o emocionales abandonados desde hace tiempo, y sin poder –ni querer- olvidarlo, se nos despierta la memoria, retornándonos al momento exacto de lo que ya no volverá ni podrá ser visto, tocado o gustado; y, sin embargo, volvemos, a revivirlo vehementemente instalados en la nostalgia de aquel olor.
Los sonidos, esos salteadores de caminos, esos atajos que atraviesan las trochas de la memoria, también son una sutil manera de recuperar ausencias, replicándonos en un tiempo pasado con la armonía del entonces.
Hay dos sonidos que a mí me hacen vibrar aunque ahora no desee explicar por qué.
Uno es el nombre de “Lucía” que un día encontré convertido en canción. Otro, esos versos de la canción hallada al azar, que resumen la mayor ternura conceptual con que se puede amar y ser amado, ya sea amor de madre, de hija de amiga o de amante:

No hay nada más bello/ que lo que nunca he tenido/
nada más amado/ que lo que perdí…
Pero si algo hay en esta canción como un sonido significante y definitivo, es el que habla de olvidar el curso de la perpetua andadura para decidirse a “anidar”.
       Porque –me pregunto mientras escucho una vez más la dulcísima canción de Lucía-: ¿Existe un mejor lugar donde detenerse a anidar que el del abrazo…?



Si alguna vez fui ave de paso/
lo olvidé para anidar en tus brazos…

En “CasaChina”. En un 16 de Junio de 2017

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