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martes, 23 de julio de 2024

DECISIÓN AJENA

 

(SM: Saberes de una Mediadora)

113/2024

Los saberes llegan a su destino como deben llegar.

Y cuando deben de llegar.

Nunca antes.

Ni después.

 

No es lo mismo nacer y criarse, un poner, en Coruña, donde el orballo enseña desde bien chicos a evadirse de lo húmedo como del mismísimo demontre, y obliga a apretar los ojos en mitad de la intemperie como un cegato afanándose por afinar la visión del entorno, que nacer, un poner, en Jaén, donde lo que ciega es el tamo, donde el secarral no da tregua, y las calorinas de la calima abocan a mirar de reojo mientras se busca a ciegas dónde poder echarse en remojo al más puro estilo aceituna de cornezuelo. (O de cornachuelo, que es como les dicen en mi pueblo a esas aceitunas precoces, de larguras espingardadas y hechuras semejantes al pitón de un morlaco, aunque visto en miniatura y coloreado en verde manzana).

Las decisiones sobre cómo mirar la vida, en un sitio o en otro, no pueden ser las mismas porque “el cristal con que se mira” tiene colores disparejos.

Decidir, aunque la decisión sea no-decidir, es lo más arduo con lo que se enfrenta cualquier persona en su día a día.

Lo único que ayuda a la hora de decidir es hacerlo desde los propios aprendizajes, los adquiridos desde la niñez, pulidos durante el expurgue de la madurez, y mantenidos como un último anclaje hacia el final de la vida, eso que en metáfora emocional viene a ser “vivir de las rentas”.

Tardé yo en aprender la esencia de la neutralidad adoptada como instrumento de excelencia en la ecología de las relaciones humanas. Sólo cuando asimilé como teorema que cualquier decisión ajena es respetable, pero no necesariamente venerable o asumible como propia, comencé a verme crecer en el desarrollo del entorno. Y, como casi siempre, el conocimiento me llegó de la mano de una situación concreta que pedía una decisión personal.

La cosa ocurrió así:

Sucedió que un día mi compañero de vida se resbaló y cayó a la parte más profunda de la piscina, que en nuestra casa de Marbella era muy profunda. Él no sabía nadar, porque su infancia transcurrió en tierras de costa demasiado frías como para atreverse a meter el pie en el agua. Se trataba de mirar al mar desde lejos y tal como lo que allí era: una hermosura inhóspita dispuesta a cuajar hasta el alma al menor descuido.

Crecida yo tierra adentro, en los dominios de las calorinas más secas y despiadadas, mi infancia fue una diaria búsqueda de albercas sin hondura conocida, donde poder resistir y subsistir en remojo, lo que supuso que pronto aprendiera a nadar como una rana, sin necesidad de dómine tutor ni adquisición impuesta de estilo ajeno. Se trataba de refrescarse; no de lucirse.

Cuando sucedió lo de la caída al agua de mi compañero de vida, ni por un segundo dudé lo que tenía que hacer. Decidí sobre la marcha echar mano de mis destrezas, tirarme de cabeza e intentar sacarlo del agua. Estaba en juego su vida.

Algún tiempo después, en la Pirámide del Sol, en México, mi compañero de vida, tras remontar sin demasiado entusiasmo tres o cuatro escalones, decidió negarse a subir más porque decía que la cima estaba demasiado alta, él desfallecía, y no le compensaba lo que hubiera de ver desde lo más alto. Yo, que sí que ansiaba mirar otros horizontes, quise ayudarlo a compartir lo que él no deseaba, y tiré de él durante algunos peldaños más que el pobre subió a trompicones entre jadeos agónicos; pero era patente que aquello no funcionaba. Cuando me convencí de que, de continuar empeñada en que él hiciera lo mismo que yo deseaba hacer, ambos nos quedaríamos a mitad de camino, y ninguno de los dos alcanzaría la cúspide, decidí seguir subiendo sin él, quien no por quedarse atrás moriría.

Aquel día aprendí y comprendí que, aunque esté dispuesta a tratar de salvar de la muerte (física o mental) a alguien, si puedo y creo saber hacerlo, nunca debiera sacrificar mi ascenso (físico o mental) a la holganza activa resuelta por terceros cuando en ello me va el ascenso propio sin beneficio para nadie.

La elección de quedarse atrás es su decisión. No la mía.

 

En CasaChina.  En un 21 de Julio de 2024

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