VA DE...Batiburrillo literario

sábado, 19 de enero de 2019

¿SOSTENER CON PALABRAS CERCANAS o APLASTAR CON ATRONADORAS ARENGAS?

Foto de Internet



Pienso que: La palabra provechosa convence.
La palabra hiriente, mata.

“Venceréis; pero no convenceréis”. (Atribuido a Unamuno)

        Fue en Portugal, allá por el año 74 de un 25 de abril lleno de esperanza consumada.
        Quiero pensar que fueron los poetas quienes urdieron lo de colocar un clavel en el cañón de cada fusil listo para el disparo. Y no fueron precisos más discursos incendiarios ni más concienciados profetas del fin del mundo, ni más diatribas de “los comprometidos” para que una larga y penosa dictadura cayera a los pies de los claveles.

        Aquel recuerdo lleno de certidumbre me lleva a reflexionar desde la posición no beligerante que hace tiempo que adopté, y que muchos tachan de tibia falta de coraje: 

¿SERÁ QUE LA SALVACIÓN DEL SER HUMANO COMO INDIVIDUO ESTÉ EN LA PALABRA…?
 

Digo yo que, si verdaderamente nos interesa ese pueblo que percibimos masacrado, haríamos bien en ayudarlo a superarse alabando lealmente sus logros, sus mejores condiciones. Eso es sostener su esperanza llenándoles las manos de claveles. (O de palabras).
Digo yo que, si verdaderamente nos interesa el dolor de un pueblo, no debiéramos descalificar nada de lo que le es propio, antes de que haya llegado el tiempo de sacudírselo sin perecer en el intento. Eso de la saña verbal es cosa de lobos parlantes repartiéndose la presa; o de buitres nutriéndose de las entrañas de la carroña.
Ciertamente que los gallinazos cumplen una función sanitaria: librarnos de los desperdicios que nosotros mismos generamos. Pero no nací yo para alimentarme con cualquier cosa, llenando mi estómago de inmundicias, sino para aprender a cultivar claveles día a día por si se necesitan para atorar fusiles.
 
Fui pedagoga durante años. Y a fe mía que no conocí nunca un alumno brillante al que se le hubiera descalificado previamente. Pasa con eso como con los corrales de gallo único: si al gallo se le rebana la cresta se lo condena a dejar de gallear. 

 Con los años que ya tengo, fui testigo del flaco favor que se nos hizo a los españoles en los tiempos más oscuros de nuestra dictadura, aquellos en que, con la grandilocuente disculpa de purgar “desafectos al régimen”, salían los “azules” al monte, escopeta al hombro, a “cazar rojos” impunemente; aquellos en los que los cándidos “rojos del maqui”, abandonados a su suerte por sus propios correligionarios, huidos a tiempo de la quema, incursionaban en apartados molinos o en indefensas casas campesinas, para robarles algo que echarse a la boca, sin darse cuenta de que dejaban tras de sí bocas mucho más hambrientas… 

Eso sí: unos y otros, rojos o azules, se sentían en el derecho de escarnecer y beneficiarse a las mujeres que se les cruzaban por delante, con o sin disculpa alguna. La cosa era indiscutible: a las “malditas milicianas”, tan antiestéticas ellas, pero hembras a fin de cuentas, antes de pelarlas a trasquilones y dejarlas en cueros en mitad de las plazas, había que enseñarles lo que eran “atributos” nacionales; y a las señoritingas de braguitas de encaje había que bajarles las bragas y los humos desde las bajuras y “bajendades” más rústicas. (A ver quién la tiene más… azul o más roja).

Digo “flaco favor”, porque el aislamiento internacional al que se sometió a España por entonces no nos redimió del hambre, de las cartillas de racionamiento, de la emigración o del analfabetismo que acarrea toda dictadura acorralada. Sin embargo, sí que generó una obtusa “resistencia” -acción/reacción-   frente a la crítica exterior, que, bien administrada por los que todo lo pueden a la altura de las ingles abultadas, fue quizá la que aglutinó a un pueblo infeliz frente a quienes, más o menos bien intencionados, lo sitiaban con su crítica, prolongando nuestra agonía.
Flaco favor les hacemos a los de a pie, (pies descalzos, digo) criticando a sus bien calzados gobernantes desde nuestros cómodos sillones, mientras que, “ad cautelam”, levantamos muros coronados por concertinas o mandamos al ejército (hablo de soldados rasos; no de generales) a las fronteras, para que los que huyen de lo que nosotros criticamos no lleguen hasta nuestras mesas a pedirnos que compartamos nuestra sopa con ellos. Y lo que es más inquietante: en aras de nuestra personalísima manera de ver y arreglar el mundo de los demás, nos jactamos de alzar nuestras voces justicieras, haciéndolos sentirse sabandijas por no romperle la cara con sus manos vacías a quienes los dominan con manos armadas de poder sobre vidas y haciendas.

¿De verdad nos interesan ellos, o lo que queremos es afrentarlos con nuestra bella imagen de democracia vocinglera, por no alinearse y ofrendar su sangre cual Santas-Marías-Gorettis, defendiendo dudosas virginidades”?

Si de verdad nos interesan, digámosle con claveles lo que de ellos nos emociona, para que se sientan dispuestos a perseverar en su empeño de seguir vivos; no lo que de ellos nos repugna, empujándolos así a buscar cobijo a la sombra de los padres patrioteros que custodian polvorines o banderas repartidas con bocadillo y plaza de camioneta incluidos.

Mientras tanto, será mejor sostenerlos a ellos, a los de a pie, con un poema que los emocione en lugar de olvidarlos desde la seguridad de lo lejos.

En CasaChina. En un 19 de Enero de 2019

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