29/2020
(Croniquilla del Viruso Coronado)
Aprovechando que vivo en un bajo con
jardinillo, aplico la oreja a la valla, a ver que se cuece por ahí afuera, y la
calle me devuelve un mutismo como de funeral. Entonces me pregunto yo por el
Camino Viejo de mi pueblo y su habitual jaranería.
¿Será posible que se haya vaciado hasta el Camino Viejo de
Bedmar?
Qué iguales y vulnerables nos hacen los infortunios…
El viejo Camino Viejo de Bedmar, cuando
era nuevo fue una paradoja, una discrepancia arquitectónica irreconciliable
entre sus dos orillas que ya nadie recuerda; ni siquiera yo misma, que, a pesar
de los años, tampoco lo conocí de otra manera que como Camino Viejo.
Quiero decir que a un lado −que, según se
mire, como podremos ver, tanto podía ser el de la izquierda como el de la
derecha−, había casas de tapial, rasilla y tejado; y al otro no había más que
cuevas excavadas en esa ladera del Pelotar, ese mogote pedregoso, remate de la Serrezuela, que baja a
trompicones desde la derecha o desde la izquierda −según se mire− de Peña Marta,
y va a morir allí donde la balumba de casas hincó sus majanos.
Cuevas en Bedmar |
Bueno será, antes de seguir adelante, que
podamos entendernos en lo de “la derecha” y la “izquierda”, porque me pienso yo
que pudieran confundirse mis intenciones cuando se mientan semejantes palabras.
Y para entendernos, nada mejor que echar mano de la cancioncilla inmemorial que
todos conocemos, donde se mienta al Barranquillo, la casería donde pasé gran
parte de mi infancia:
Por detrás de la torre
se va al castillo.
Por el Camino Viejo
al Barranquillo
ole pum.
El Barranquillo |
Como puede verse, la ruta no tiene
pérdida ni malas intenciones: si por el Camino Viejo se va (iba) al
Barranquillo, la cosa está clara: es que se va (iba) desde el pueblo
hasta la casería, de manera que a la derecha quedaban las casas y a la
izquierda las cuevas. Y uso bien el tiempo verbal en pasado simple (quedaban) viendo
cómo, en el presente, se han combinado y diluido de tal forma los signos
visibles e indumentarios de derechas e izquierdas que ya no quedan andrajos (de
los de vestirse) ni cuevas ni recovecos trogloditas donde lamerse
resentimientos, salvo algún resto arqueológico, que por otra parte hay proteger
para que los que lleguen luego sepan lo que fueron los de antes.
Y elijan.
La cuna de mi infancia |
Hablando
de cosas pasadas, me contó María Cuadros la del Peluso −y ahí está ella
para confirmar lo que digo− que desde la puerta de una de aquellas cuevas del
Camino Viejo veía ella pasar la calesa en la que mis abuelos venían desde el
Barranquillo para ir a misa. Lo cual que esa referencia a mis abuelos nos
coloca en el tiempo del que María Cuadros hablaba, teniendo en cuenta que a mi
abuelo lo fusilaron en Paracuellos en los primeros días de Noviembre de 1936
cuando se armó la que se armó.
Mi abuelo, antes de lo de Paracuellos,
cuando todavía andaba por Bedmar, contemplando a aquella nenilla que no
levantaba un palmo del suelo, dueña y señora de un pelo escarlata más hermoso
que una puesta de sol detrás del Aznaitín, de unos ojos color ova por los que
le navegaban sus apenas cinco años, y una viveza impropia de su minimez, debió pensar
que merecía mejor destino que el que por entonces se les ofrecía a los
habitantes de las cuevas de Bedmar.
Y le dijo a mi mama que él me quería llevar a Madrid como
cosa propia con escrituras y todo −me contaba María Cuadros, mientras iba
llenando un azafate de blandillas, ese dulce tan de Sierra Mágina que ella freía
con parsimonia en esa cocina que tiene en el patio de su casa.
María Cuadros la Pelusa y su marido q.e.d. |
No indagué yo mucho más sobre el significado de …llevarme
a Madrid como cosa propia con escrituras y todo”, porque lo de la Guerra, y las
cosas que siguieron a la Guerra dejo una saja en el personal que tal parece que
tengamos que seguir pidiendo perdón y pagar por siete generaciones el que
nuestros antepasados vivieran a un lado o a otro del Camino Viejo, en una casa
o en una cueva, en un cortijillo o en una casería, calzados con botines o con
borceguíes.
Lo cierto y verdad es que mi abuelo, al contrario del famoso Mambrú,
no se fue a la Guerra, en la que no creía tal cual se había montado, sino que, visto
cómo se ponían las cosas en el pueblo, donde ya habías “sacado” a su cuñado,
don Fernando Marín, se fue a Madrid, y se refugió en el Hotel Regina, pared
por pared como quien dice con el Real Casino. Allí lo apresaron, lo recluyeron en la
Cárcel Modelo, y lo condujeron a la muerte colectiva, con un montón más, para
dejar en la memoria lo de Paracuellos, una de tantas historias atroces de lo
nuestro escrita a golpe de creencias cerriles engranadas a piñón fijo.
Acabada la cosa −que yo creo que sigue sin acabar−, toda la
familia de María Cuadros se fue a vivir al Barranquillo, con mi abuela, viuda
ella ya, no sé yo si doliente, pero sí con los suficientes arrestos para sacar
adelante lo suyo, seguir subiendo a misa en su carrillo por el Camino Viejo, y
guardar enclaustrada mi infancia en una cuna de dimensiones inmensas, talla
nena de seis años, que hoy está en el dormitorio de invitados de la casa de María Cuadros, donde, hace tres o cuatro años, me recibió a mí durante unos
hermosos días en que ella me contaba sin el menor atisbo de resentimiento
viejas historias del Camino Viejo y sus dos márgenes, mientras freía blandillas.
Desde mi encierro de Madrid, donde todos, los de este lado,
los del otro y los de en medio, estamos recluidos en nuestra particular cárcel
modelo común, a causa de esta guerra que nos ha declarado algo tan mínimo como el
Viruso Coronado, no puedo por menos que pensar en la fragilidad de las
creencias, de las posiciones y de los enconos cuando de verdad hay un enemigo
común que nos iguala sin remedio.
¿Cómo estará el Camino Viejo de Bedmar?
¿Estará tan vacío y ocioso como la Puerta del Sol de Madrid?
¿Y María Cuadros?
¿Cómo estará María Cuadros?