10/2022
Sobre las guerras. Que nunca son ajenas.
Las venas del sonrojo se desangran delante del espejo.
¿Y yo?
¿Qué estoy haciendo yo?
¿Discurseando?
¿Acaso he franqueado el dintel de mis brazos
a los
que van llegando, sin alientos,
tiritando de espanto y de amargura?
¿Acaso encendí la luz de mis fronteras
para marcar la entrada del refugio?
¿Acaso me dispuse a compartir
la taza de café de media tarde
con el hombre, vejado de cobarde o de apátrida
por arrojar su fusil contra la nieve,
−no quiero disparar, dicen que dijo−
y esconder una rabia centenaria en la espesura
del bosque desertor?
¿Acaso no eternizo este escupir desprecios en mi entorno
y amagar con los puños de los ojos
un reto ciudadano y miserable,
un duelo universal, apadrinado por viejos usureros,
un combate de castas sin final, a vida o muerte?
¿Acaso no maduro con tiento de artesana
mis propias ojerizas encurtidas al fondo de las orzas
que guardo en la sentina?
¿Tupiendo a troche y moche?
¿Pisoteando
las flores primerizas del jardín de mi vecino?
¡Yo!
¿Qué estoy haciendo yo?
¡Qué estoy haciendo yo!
¿Maldecir?
¡Maldecir!
Mientras tanto
se muere de avergüenza el anuncio de otra primavera
en un rubor de sangre y de ababoles.
En CasaChina. En un 25 de Febrero de 2022