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lunes, 17 de julio de 2017

AQUÍ... AHORA...



 36/2017
 Aquí…Ahora…

VA DE…MEDIACIÓN

         En nuestra formación como mediadores creo que aprehendimos algo que ya sabíamos, que teníamos aprendido desde siempre, y que se ha practicado espontáneamente, por aquello de que existe una sabiduría ancestral no escrita, previa a cualquier formulación teórica. Me refiero al valor sanador del RITO, esos actos puntuales con los que consolidamos una determinada situación nueva, dándole trascendencia oficial, y transfiriendo a niveles pública lo que antes permanecía en el campo de la privacidad.
De esta forma, y dentro de nuestra personal cultura –otras culturas tienen igualmente sus propios ritos tan importantes como los descritos- nos incorporamos al grupo social, a la comunidad a la que pertenecemos (consciencia de pertenencia en oposición a la lesiva conciencia de exclusión). Mediante el ritual del bautizo se incluye al "neófito" en el grupo de las creencias. Traspasamos la frontera de la infancia a la adolescencia a través del rito de la primera comunión; pasamos de la situación de noviazgo a la de esposos mediante el rito del matrimonio, o, acabado nuestro ciclo vital, se nos despide definitivamente mediante el rito del funeral (honras fúnebres”).
Cualquiera de nosotros conocemos y practicamos toda una cadena de ritos que nos valen para consolidar “erga omnes” –ante todos- situaciones de hecho implícitas en la conciencia de la colectividad, pero no oficializadas ante la comunidad constituida e instituida. Por ejemplo, la petición de mano, la inauguración de un local, la botadura de un barco o la despedida de soltero.
Curiosamente, todos esos ritos se identifican con un elemento común que es el de la exteriorización pública de un hecho detenido en la privacidad. Y todos se sellan –por decirlo de alguna manera- mediante el acto omnipresente y más o menos multitudinario y colectivo del banquete, del COMER y BEBER: es decir, un compartir con la comunidad eso que es imprescindible para todos: el sustento del cuerpo, sin el cual el espíritu se siente “desnutrido”.

En definitiva, mediante la exteriorización ritualizada se consolidan certidumbres identitarias de pertenencia.

Pero ¿de qué certidumbres estoy hablando?

Aquí quería yo llegar. Porque, no hablo por boca de ganso cuando digo que, a estas alturas de la vida, he alcanzado una CERTIDUMBRE ESENCIAL, que no es otra que la de saber QUE SOY CAPAZ DE SOPORTAR CUALQUIER INCERTIDUMBRE.

Decía Kant que “La inteligencia del individuo se mide por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar”.

Pues bien: yo debo ser inteligentísima, porque puedo soportar todas las incertidumbres del mundo.
 
         Se me tachará de petulante. Incluso habrá quienes, doblados por su propia incertidumbre, niegue que eso pueda hacerse.
 
        Ya lo adelanto: la cosa tiene "truqui" y yo encontré un truco infalible.
Aunque sea difícil de creer, la solución no puede ser más sencilla: se trata de convertir la desestabilizante INCERTIDUMBRE en DOLOR manejable. Para lo que resulta esencial saber distinguir, en no confundir “incertidumbre” con “dolor”.

El dolor puede soportarse, y antes o después acaba cediendo y ennobleciéndonos con el paso del tiempo. Incluso yo diría que es necesario como elemento de contraste en el reconocimiento de la felicidad. La incertidumbre enloquece y envilece a quien la soporta hasta que su portador consigue convertirla en certeza, por mucho dolor que esa certeza suponga.
¿Acaso alguien puede asegurar que existe una pérdida cierta cuyo dolor no haya sido remontado?

Dicho está: Yo puedo; simplemente, se trata de hacer magia.
¿Magia?
Sí, magia.
¿Que qué magia?
Esa que todos hemos practicado alguna vez: la del rito.

Ritualizar es protocolizar determinados actos externos, más o menos solemnes, mediante los que ventilamos las sentinas de lo incierto, elevando al nivel del consciente definitorio ese “runrún” sordo e indefinido que nos desasosiega y nos paraliza convirtiéndonos en inútiles.
Y si hay algo necesitado de ritos sanadores es el apego: ese sentimiento que nos impide gozar aquí y ahora de las cosas actuales por el miedo a perderlas en un futuro incierto, o comparándolas con imágenes idealizadas del pasado inexistente.

Pensando en todo esto estaba yo cuando cae en mis manos un artículo que no puedo por menos que compartir.
https://muhimu.es/…/3-ejercicios-te-ayudaran-liberarte-del-…

¡Genial!
Así que desapegarse de los afectos no es amar menos, sino amar mejor.

Ayayay…Esto necesita explicación.
Si tuviera que explicárselo a la persona amada ¿cómo se lo diría?
Yo lo sé bien: el RITO de “desapegarse” de aquellos a quienes amamos es el mayor acto de amor que podemos ofrecerles, AMÁNDOLOS SIN CONDICIONES AQUÍ Y AHORA.
Así que mi explicación, tras leer con atención ese artículo, sería descubrir si aquí y ahora, amamos a esa persona a pesar de todo.
Poder decir:
Te amo a pesar de todo.
Por encima de todo.
Sin reproches ni resentimientos pertenecientes al pasado.
Sin inciertas y personalísimas expectativas de futuro.

Te amo como eres aquí y precisamente ahora que te conozco, y no como yo te imaginé o como quisiera que fueses.

Porque, si no te amo tal cual eres, sino como a mí me gustaría que fueses, NO te amaría a ti, sino a mis quimeras.

Y a quien amo es a ti.

Aquí...
Ahora...

En "CasaChina" en un 17/07/2017

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