VA DE...Batiburrillo literario

miércoles, 23 de mayo de 2018

LA PIEL DEL LICÁNTROPO


Que dentro de un libro su autor haya escrito una dedicatoria con mi nombre me deja en deuda perpetua con él.
 

A quienes estáis aquí físicamente, bien venidos.
A quienes estáis aquí con el corazón, bien recordados sois desde el nuestro.
A quienes quisierais estar… todo llega.
Como ha llegado FERMÍN FERNÁNDEZ BELLOSO a esta meta de salida que a fin de cuentas es presentar un libro. Porque cada libro escrito es un punto y aparte, a partir del cual se comienza de nuevo.
Esa es la vida del escritor: un estar siempre comenzando de nuevo, un no acabar de llegar nunca; un llegar a la palabra FIN, para darse cuenta de que el FIN para el escritor es como Dios para un ateo: una sospecha de que, a lo mejor, un día, cuando la vida sea quien escriba su palabra FIN sobre el libro de nuestra existencia, nosotros seguiremos existiendo porque nos dejamos escritos a nosotros mismos para no acabar de morirnos nunca del todo.
Proclamada la escritura de un libro como la fórmula magistral, la pócima mágica de la inmortalidad, justo es centrarse en el libro de hoy.
Tal parece que presentar un libro sea un momento que deba aprovecharse para hacer el panegírico de quien lo escribe, como se hace el panegírico de quien se va a otros lugares de difícil regreso, o se proyecta lo que, con el inquietante nombre de “homenaje”, se programa para algún colega renqueante en los círculos tertuliosos, adelantándose a ese momento de …cuyo nombre no quiero acordarme, como dijo aquel a quien todos recordamos.
       Si, además, el libro es un poemario, es muy difícil sustraerse a la tentación del rotulado adherido al pensamiento lineal y academicista con el que se etiqueta lo de “género poético”, -como si fuera tan fácil desmembrar la lírica de la épica o de la dramática-; o lo de la “métrica” ‑como si en poesía fueran más importantes la cantidad de sílabas usadas, que la cantidad de emociones trasmitidas.
       Déjenme afirmar que, quienes nos ubicamos y nos movemos dentro de los parámetros del PENSAMIENTO SISTÉMICO de la Escuela de Palo Alto, y asumimos el concepto holístico y ecologista de la existencia, sabemos que el todo y las partes, sin ser una misma cosa, sí que constituyen un conjunto interrelacionado indivisible en su esencia.
Me explico: un poemario no puede ser solamente la expresión emocionada de un autor, ni una narración histórica huérfana de emoción, ni una contienda llevada a los cuadernos lápiz en ristre. Pero sí que ha de contener la esencia de todo ello; quiero decir que el poeta, para ser un auténtico poeta, ha de conocer las reglas y el proceso histórico de la poesía, no para “calzarse” esas reglas como un zapato de talla equivocada, o para encorsetarse y herrarse en historias tales como El caballero de la armadura oxidada[1], sino para crear las propias reglas y el propio estilo histórico y vital con el que cubrirse las personalísimas vergüenzas emocionales, sabiendo lo que hay debajo.
Hay una diferencia esencial entre transgresión y traspié, y esa diferencia se resume en el doble concepto conocimiento/ ignorancia.
Quien conoce las reglas las puede transgredir sin aturdimiento. Quien ignora las reglas, tropieza en la petulancia y cae en lo irrisorio.
¡Bien! Por fin he llegado a donde quería llegar: lo que verdaderamente quería decir es que Fermín, como poeta, es un ilustre transgresor, en el sentido de que, siendo uno de los conocedores más hábiles de los géneros, estilos e históricos poéticos, ha conseguido lo que solo los grandes poetas, los poetas consumados consiguen: transgredir las normas academicistas para crear un estilo propio.
Conclusión: Fermín Fernández Belloso es un poeta consumado.
Lo demuestra en este libro que hoy presentamos en el que, siendo como es transgresor frente a los más añejos estilos poéticos, hay una sola regla que Fermín guarda y mima de nuevo como una novicia dicen que guarda su virginidad. Me refiero al ritmo. A esa musicalidad que se consigue siendo erudito en las reglas de acentuación poético/ silábica que hacen de un poema una especie de melodía bailable sin tropezones.
Ya tenemos el conjunto: profundo conocimiento de la versificación clásica, búsqueda de un estilo propio y fidelidad rítmica incondicional en su construcción poética.
Así, Fermín, que maneja el romance con verdadera maestría, que sabe de décimas o espinelas tanto como de sonetos alejandrinos, que distingue a la primera un endecasílabo de un serventesio, ha sabido tomar su camino personalísimo para cimentar su obra poética con una destreza que solamente los eruditos en los secretos poéticos alcanzan.
Solo que esta vez, y tras leer y releer con detenimiento LA PIEL DEL LICÁNTROPO, tengo la impresión de que Fermín ha dado un paso adelante, y se ha embarcado en un secreto ritual de tránsito, que, como todo ritual de tránsito, es irreversible. Quiero decir que en este libro se “adelgazan” y afinan las anteriores “evidencias” a las que Fermín nos tenía habituados, para adentrarse cauteloso en un mundo iniciático extremadamente sutil, a donde solamente pueden llegar los elegidos.

También en este Poemario lo hace. Solo que él es el eternamente observado; cuando nos habla de su infancia, nos sorprende cuando la sorprende “En una embarcación llena de ausencias”. O aún más turbador por ese “estribo” sin nostalgia evidenciada, salvo en la sangría de la línea:

Aquella infancia leve, rodeada de campo,
de perfume de frutas, de memorias
que llenaban el alba de inocencia.
Un sol de media tarde
que teñía dorados los cipreses.
Un taladro de luz en las persianas.

Aquella infancia leve
que ahora no recuerdo.

Si hablamos de sus tránsitos, se descubre a sí mismo superviviente, y nos obliga a adentrarnos en mensajes simbólicos, cuando no paradójicos, donde nada es lo que parece:

Porque he sobrevivido
al abril de las blancas mariposas,
al fuego granulado
de colores de argenta.

Para exorcizar sus miedos, o su esperanza, o hablarnos de sus noches, se “emplenilunia” de oscuridad y se viste con un título, LA PIEL DEL LICÁNTROPO, que me recuerda un conmovedor cuento de mi infancia -PIEL DE ASNO[2]- incitándonos a desnudar al verdadero hombre que hay debajo y mostrarle al mundo su grandeza.
Pero son sus eternas soledades, las que cautivan al lector.
Y a mí me seducen.
Porque, como todo aquel que alcanza esa madurez rotunda que es el SER SÍ MISMO, es en ellas, en el sistema de soledades sin equívocos, en el que la persona acaba por descubrirse y asentirse como rotundamente sola; esencialmente sola. Y Fermín, desde su poética de LA PIEL DEL LICÁNTROPO, sabe reconocerse en su soledad; pactar con su soledad; copular con su eterna soledad hasta engendrarse a sí mismo como poeta.
Curiosamente, en este libro encuentra la auténtica, la única salida que tenemos los solitarios: aprender a estar a solas con nosotros mismos.
Encuentra -digo- su particular y redentor my self, plasmándolo en el -¿cómo llamarlo?- pues eso: en su número romano VIII, -curiosamente en el ocho, el símbolo del infinito-.
¿El símbolo de la soledad infinita que es el yo-mismo?:

VIII
Hoy vuelvo a ser
yo mismo.

Sin nadie que sospeche mi atadura
al amparo redondo que me llena.
Hasta aquí, mi divertimento más o menos ortodoxo y formalista sobre este Poemario.
Quería yo, sin embargo, olvidarme en este mismo instante del poemario, y del homenaje, -del vino manchego no, que conste-, y de la presentación del libro, para ofrecerte a ti, Fermín, lo que a veces se nos presenta como un tan fugaz como ilusorio espejismo de cercanías, capaces de convertir la soledad en uno de esos plenilunios tuyos con los que iluminas lo oscuro siquiera por un instante.  
Lo digo porque de alguna forma tengo que pagarte el que, en tu dedicatoria, y como único habitante de una página entera, hayas escrito (para la eterna posteridad) ese: A María Socorro Mármol Brís; a quien tanto quiero y debo.
Si algo nos debemos entre tú y yo, Fermín, es la lealtad (que no la trivial fidelidad) a la palabra dada sobre esta permanencia de afectos.
Y, hablando de afectos, el que verdaderamente permanece incólume es ése que me envuelve en la sensación de maternidad por vía de fabulosa adopción con que me has distinguido.
Así que, hablemos entre tú y yo durante unos instantes como si estuviéramos solos delante de una botella de vino.
Hablemos como una madre que nunca lo fue y un hijo que siempre quiso serlo.
Te cuento:
Mucho se ha escrito sobre la madre.
 Son incontables los poemas dedicados a la madre.
Toda tu obra poética, Fermín, que es lo mismo que decir toda tu vida, es un poema épico a la abstracción lírica de la madre.
Fíjate: incluso, además de cuentos feroces, se han dedicado versos hermosísimos a la madrastra, como lo hizo Neruda con aquel poema, LA MAMADRE que, porque, teniendo el estilo que tienes, bien podrías haberlo escrito tú, no me resisto a ¿tararear?:
La mamadre viene por ahí,
con zuecos de madera. Anoche
sopló el viento del polo, se rompieron
los tejados, se cayeron
los muros y los puentes,
aulló la noche entera con sus pumas,
y ahora, en la mañana
de sol helado, llega
mi mamadre, doña
Trinidad Marverde,
dulce como la tímida frescura
del sol en las regiones tempestuosas,
lamparita
menuda y apagándose,
encendiéndose
para que todos vean el camino.
Oh dulce mamadre
nunca pude
decir madrastra
.
Ahora
mi boca tiembla para definirte,
porque apenas
abrí el entendimiento
vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro,
la santidad más útil:
la del agua y la harina,
y eso fuiste: la vida te hizo pan
y allí te consumimos,
invierno a invierno largo desolado
con las goteras dentro
de la casa
y tu humildad ubicua
desgranando
el áspero
cereal de la pobreza
como si hubieras ido
repartiendo
un río de diamantes.
Ay mamá, ¿cómo pude
vivir sin recordarte
cada minuto mío?
No es posible. Yo llevo
tu Marverde en mi sangre,
el apellido
del pan que se reparte,
de aquellas
dulces manos
que cortaron del saco de la harina
los calzoncillos de mi infancia,
de la que cocinó, planchó, lavó,
sembró, calmó la fiebre,
y cuando todo estuvo hecho,
y ya podía
yo sostenerme con los pies seguros,
se fue, cumplida, oscura,
al pequeño ataúd
donde por primera vez estuvo ociosa
bajo la dura lluvia de Temuco.

Yo, que casi siempre fui una especie de “a-mitad-de-camino” en casi todo: esposa de repuesto para un viudo, madrastra de siete hijos que no parí, viuda que se queda en este mundo sospechando de una interinidad en la  que su hombre causó baja para irse con la primera; amante, en fin, del mundo, que es como decir, que nunca fui realmente de nadie, abro este libro y  encuentro una página entera con una dedicatoria propia que me confiere identidad de pertenencia: esta vez soy, no ya la madre de repuesto, sino la elegida para dormir eternamente en tu poemario.
Y por eso, porque por una vez me has hecho única, Fermín, quiero escribir lo que pocas veces se ha escrito: un poema para un hijo adulto.

 Para ti, a quien creo haber bien-enseñado a ser mi maestro:
Muchacho:
mi querido muchacho nunca mío,
casi incluso de nadie, y siempre tuyo,
tan solamente tuyo. Sí, tan solo…
Hoy recuerdo cuando te descuidaba
-lo mío, ya lo sabes, fue el descuido-
absorta como estaba entre mis horas
contándolas lo mismo que se cuentan
los céntimos escasos de la vida.
Muchacho:
Tú me mentabas madre. Y escribías
hermosísimos versos doloridos
siempre en busca de madre. Siempre en busca
de tu eterno derecho a no ser grande,
ni tener que esconderte
en la inclemente piel de los licántropos.
A seguir recibiendo en tus mejillas
esa ración de besos malversados
que casi te negaron mis olvidos.
¡Ay! Te hicimos adulto, sin dejarte
jugar en el recreo de la inocencia,
zambullirte en la nada de una infancia
siempre traspapelada en los armarios.
Muchacho:
Ya ves, aquí me tienes, casi anciana,
casi-madre, casi enorgullecida
de no haberte parido,
pero ser
una más en la mesa de tus versos.
Casi un último alarde evanescente
en el que te descubro engrandecido.


       Madrid. 22 de Mayo de 2018


[1] De Robert Fisher.

viernes, 16 de marzo de 2018

EL AÑO DEL VESTIDO AZUL (Presentación)



Lugar de la presentación del libro. Con CrisPin y su madre, Encarni
 EL AÑO 
DEL VESTIDO AZUL
Presentación
Dijo Balzac: Un libro hermoso es una victoria ganada en todos los campos de batalla del pensamiento humano.
Estaba por adoptar este pensamiento para un acto como el de hoy hasta que las palabras “victoria”, “ganar” y “campo de batalla” me desalentaron.
Resultará curioso que, en 16 palabras que son las que forman este pensamiento, sean solo cinco las que me desasosiegan. Pruebo a ignorar los artículos, el verbo y el adverbio y se me queda en esta minimez locutiva la frase total:
·         “libro hermoso”
·         “Victoria ganada”
·         “Campo de batalla”
·         “Pensamiento humano”
Sigo descartándome y, para hacer honor a la equidad, siendo cuatro las propuestas con las que me he quedado, prescindiré de dos por sus connotaciones:
·         “libro hermoso”
·         “Victoria ganada”
·         “Campo de batalla”
·         “Pensamiento humano”
Así que el resultado es: “libro hermoso” y “pensamiento humano”.
No puedo por menos que decir: ¡Gracias, Balzac, por prestarme dos frases que, aunque fuera de contexto, definen a lo que aquí he venido!

He venido a decir que EL AÑO DEL VESTIDO AZUL es un libro hermoso porque los libros, una vez paridos, son como los hijos, -propuesta de la que gusta usar nuestro editor, Basilio con verdadero acierto-. Y no habrán visto ustedes a ningún padre, ni mucho menos a ninguna madre que no diga que su hijo o su hija no son hermosos, aunque tengan un ojo diciéndole al otro vete p’allá.

 Pero es que, además, este libro tiene la hermosura que imprimen los años. Este libro es una selección de mis cuentos. Y mis cuentos han recorrido mucha vida, y muchos caminos. Y muchas emociones desde las que conectar con lectores que hayan recorrido mucha vida, y muchos caminos y muchas emociones. Pero también en él encontrarán, aquellos que comienzan la andadura de la vida de escribidores, señales, no precisamente de tráfico sancionador, ni de advertencia amenazante, sino de eso que es connatural a cualquier edad y a cualquier trecho de camino. Es un libro, y son unos relatos escritos desde la emoción. Y la emoción es universal, atemporal, intercultural, intergeneracional.
VIVENCIAL.

He venido también a decir que EL AÑO DEL VESTIDO AZUL es puro pensamiento humano: porque me es imposible dejar de recordar que todo inicio de cualquier cosa, todo hecho, todo acaecimiento, parte del pensamiento.
En algún momento de mi vida fui alumna de un pensador sistémico que me enseñó que la secuencia seguida en todo proceso está regida por estos pasos y por este orden:
1.      Pensamiento
2.      Emoción
3.      Acción
Ninguna obra, ninguna acción es fruto de la casualidad. Todo pasa por el tamiz del pensamiento. Y cualquier emoción no es sino el producto de lo que se pensó previamente. Por eso la acción en la que nos empeñamos tiene su origen directo en la emoción previa generada por nuestro pensamiento.

De manera que siempre actuaremos en función de las emociones generadas por nuestro pensamiento.

Sucede sin embargo que el pensamiento es algo tan personal, tan nuestro, tan circunstancial y tan inestable que sería utópico esperar que mis pensamientos coincidan con los de mi vecino. Mucho menos, en un tiempo emocionalmente idéntico.
Lo que sí que puede sucederle a mi vecino es que mi pensamiento sobre él esté distorsionado por cualquier elemento más o menos coyuntural que acabe por producirme una emoción mas o menos afortunada, desde la cual le suelte a mi vecino el ya famoso “yo también te quiero” cuando me esté llamando hija de fulana de tal, o le responda con un “anda que tú” en ese momento en que me regala un hermosísimo buenos días lleno de amor.

Gusto yo de ilustrar estos divagares míos con cuentecillos que todos conocemos, pero que mi bien llevada “provectez” me da licencia para consentirme a mí misma y repetir.
Les cuento:
Había una vez un hombrecillo, temeroso y friolero, que circulaba una madrugada en mitad de una despiadada ventisca, en un vehículo que se caía de viejo. En esto que oye un ¡plof!, y se da cuenta de que se le ha pinchado una rueda. Sale del coche tratando de protegerse como puede de semejante inclemencia, abre el capó para sacar la rueda de repuesto y tantea en busca del gato.
¡Oh, cielos! No tenía gato.
A lo lejos ve una casa en cuya puerta parece distinguir una luz parpadeante, y decide recorrer el trecho que lo separa de aquella casa en busca de auxilio:

-¿Y si no hubiera nadie? -piensa, asumiendo una alarma generada en su mente de la que se consuela también mentalmente diciéndose que si no hubiera nadie, tampoco habría una luz encendida porque nadie se deja una luz encendida tras de sí. Y avanza en mitad de su tormenta mental y la otra tormenta.
-Claro que pudiera ser que no tuviera coche y, por tanto, no tenga gato -piensa temiéndose lo peor, pero consolándose con la idea de que sin coche no podría desplazarse nadie hasta semejante lugar.
-Realmente, aunque haya alguien, y tuviera coche, pudiera ser que no tuviera gato -piensa al borde de la desesperación, de la que trata de salir razonando que una desgracia semejante no va a pasarles a dos personas al mismo tiempo. Y sigue avanzando cada vez más congelado y más encorajinado.
-No, si haber alguien seguro que lo hay, y sin duda ha venido en coche, y no es imaginable que no tenga gato, pero bien pudiera ser que a estas horas el muy canalla de ahí dentro -piensa- no quiera abrirme la puerta. Y si me la abre, seguro que ¡no le da la gana de prestarme su gato! -se emociona fatalmente-.

En ese momento llega nuestro hombre a la puerta, abierta por un ser encantador que le pregunta en qué puede ayudarle, a lo que el fatalmente emocionado pensador responde:
-Sabe usted lo que puede hacer con su maldito gato? Pues metérselo donde le quepa.

¿Que qué tiene que ver esto con EL AÑO DEL VESTIDO AZUL y con este acto?

Es sencillo.
Me explico:
Lo primero es confesar que estoy metida esta noche en una tormenta de emociones de las que solo puedo recuperarme diciendo gracias:

1.  Gracias a quienes, en este lugar hermosísimo, representados por Severiano Hernández, arropada por su presidente y por Belén, su vicepresidente, han hecho posible vestirme doblemente de azul en el día de hoy: con el VESTIDO AZUL de aquel año lejanísimo que yo diría que existió, aunque no como lo cuento en el libro, y con el azul del Premio Internacional de Literatura Rubén Darío, el poeta que en la palabra AZUL encontró toda una razón de ser sobre un libro inolvidable y universal.

Gracias, a los miembros del jurado que me otorgó el premio:

   A Basilio Rodríguez Cañada, factor de sueños azules, muñidor de inquietudes, muchacho permanente en una madura bonhomía que a veces te empeñas de velar con esa timidez llena de reciedumbre que dan los orígenes de la tierra.

Con Gloria Nistal Rosique: prologuista
Añadir leyenda
   A Gloria Nistal Rosique: prologuista del libro, siempre dispuesta a poner el hombro en que apoyarse, sin buscar nunca otros hombros que no sean los tuyos propios para cargar la mochila de la vida y echar a andar sabe Dios, hacia qué nuevos y azules horizontes solitarios. Y gracias especiales por reconocernos públicamente a Juan Revelo y a mí como creadores y promotores del MEP, el Modelo de Escritura Polifónica, esa forma totalmente nueva de escribir, participativa y sinérgicamente, de cuya experiencia has sido -como has dicho- participante activa, a lo que yo añado “muy valiosa” participante.

    A Cecilia Caicedo Jurado:  mi inolvidable epiloguista, poeta colombiana que desde los micrófonos de una emisora de radio le canta a los azules inigualables del cielo de Colombia con nombre propio.

   A Mayrim Cruz Bernal: la siempre pasional portorriqueña que, en una noche de Vinoteca del Viejo San Juan de hace ya muchos años, me enseñó que una islita del Caribe es algo más que pura poesía, germinada y navegante en un universo azul.

  A Carlos Orlando Pardo: hombre amoroso donde los haya y cuidador de sus escritores como una gallina clueca, que engüera pollitos azules y eleva vuelos de un azul sin nubes.

    A Lidia Corcione: que, como su ciudad, Cartagena de Indias, tiene que amurallarse para que no se le escape el corazón hacia su mundo de pájaros y mariposas azules.

 A María Vilalta: de quien aprendí que, aún siendo pequeñita como una nena, se puede ser tan grande y tan productiva y tan nutriente como la Pampa y el azul inigualable del glaciar Perito Moreno de su tierra.

     Ridha Mami: el maestro de las mil lunas, que desde hace tiempo me tiene prometido llevarme a ver una luna llena particular desde su pequeño y hermoso pueblo tunecino.

 A Juan Revelo Revelo: que, además de haberme acompañado durante largos años en la aventura de la Escritura Polifónica, ha sido/ es mi eterno compañero de un proyecto de novela siempre pensada y esquematizada, que espero que nunca se consume para seguir esperando sin tener que poner la palabra “FIN” ni pronunciar nunca esa frase que parece un pésame: “misión cumplida”.

Gracias al equipo editorial: Raquel, Verónica, David… porque sabéis muy bien (o debierais saberlo) que sin vosotros el sueño de este libro sería un inquietante sueño con el cuello girado "como el de la niña del exorcista". (Vosotros sabéis muy bien de lo que hablo).

Gracias, Pepe Iglesias Benítez: tú me enseñaste que los colores son todos emocionantes como tus poemas, aunque vivas –lo sé- en un mundo azul que entiende del abrazo para siempre.

Gracias a Cristóbal Pintor: CrisPin: te conocí demasiado quieto para ser tan niño, dibujando sobre servilletas de una cafetería; eres ya un muchachito, que pasó desde la desesperanza blanca del mundo de los hospitales infantiles al esplendor luminoso de papeles en blanco sobre los que imaginas mundos mágicos que cuentan sus propias historias de arcos iris: gracias, CrisPin, por verme como me has dibujado en la contracubierta del libro: AZUL.

·   Gracias a la delegada del Gobierno en Madrid de la Junta de Andalucía, Candela Mora, a quien agradezco su expreso mensaje, aunque su agenda le impida estar con nosotros.

·     Gracias al presidente de la Diputación de Jaén, Francisco Reyes Martínez, cuyo mensaje de felicitación de esta mañana, y excusa de asistencia me llegaron como un grato recuerdo con aroma de mi tierra.

·          Gracias a las gentes de mi pueblo, y de Sierra Mágina, que inundaron de mensajes todos mis rincones.


Conchi y May: mis hermanas
Un agradecimiento muy espacial a mis hermanas, que, como yo, estamos mucho más cerca de lo amarillo de lo que fuera de desear; pero hemos vividos nuestros azules luminosos como pocos.

·            Gracias a mis primos, que me han traído flores azules a este acto, recogidas ahí mismo, en la calle.

 
·               Gracias a mis amigos, llegados desde el fondo de los años: Guillermo, Pilar, Paco, María, Gabriel, Manuel, Pedro, Rosa, Ángeles, Maite...

   
 Y gracias a mis cuentos, que sospecho que se escribieron a sí mismos para poder regalarme este momento.

Los cuentos recopilados e incluidos en este libro surgieron todos ellos de mi personalísima observación del mundo. Pero no veréis ni en uno de ellos que yo diga: pues mire usted señor lector, lo que yo pienso es…
Yo miro, observo, pongo la oreja, afano aquí dos palabras y allí media historia, que remiendo con retales de mis historias propias; les incrusto vainicas, les saco brillos como a las perinolas de los balcones; y cuando ya tengo la pieza bien armada y lustrosa en mi pensamiento, voy y me invento tres o cuatro protagonistas, tres o cuatro pardillos a los que poder poner en su boca la tarea de decir lo que yo pienso (o a lo mejor lo que no pienso) como si fueran ellos los que lo piensan o los que contradicen o los que pontifican, y los echo a andar entre las páginas de un libro para que se las apañen con los lectores como puedan.

Añadir leyenda
¿Que por qué soy tan cobardica y les endilgo a mis personajes lo de administrarme los pensamientos propios o, como se dice por ahí, lo de dar la cara y ponerla por delante para que se la partan? Ahí quería yo llegar:
Se trata del oficio de escribir. 

Y a estas alturas, puedo asegurar que mis pensamientos son algo más que míos. Son patrimonio de mis personajes, que van por ahí buscando bronca o empeñados en encontrarles el “punto g emocional” a los lectores mediante el artilugio de no tener que arriesgarme a que me suelten un “¿pues sabe usted lo que puede hacer con su libro…? (o con su gato).
Y no me lo van a decir porque, una vez parido el hijo, este libro, el gato es suyo; la emoción de identificarse con personajes desgajados del pensamiento de su autora es suyo; las historias, aunque les quepa a ustedes una mínima sospecha de que están sacadas del baúl de los recuerdos de la autora, acabarán identificándolas como suyas a fuerza de parecerse a un “esto también me paso a mí una vez”; Mi agradecimiento por tenerlos aquí esta tarde es suyo, porque ustedes lo han hecho posible.
 Todo lo que escribo, y he escrito y escribiré, es suyo.

¿Mío?
Sí, algo de todo esto es mío: ¡el gusto -de encontrarme con ustedes en mío!
Sí señores: el gusto es mío.

Madrid 13 y martes de Marzo de 2018


















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