VA DE...Batiburrillo literario

sábado, 11 de agosto de 2018

EL OFICIO DE ESCRIBIR: Ser Poeta


70/2018


VA DE...EL OFICIO DE ESCRIBIR
(Ser Poeta)

Contemplo con verdadera ternura cómo surgen voces en mi entorno que responden a esa necesidad de expresar sentimientos y emociones inasibles, para los cuales la prosa se les queda demasiado estrecha. He ahí la dicotomía poesía/prosa a la que nos enfrentamos quienes escribimos.
Muchas veces me han preguntado cuáles son las claves para escribir un buen poema, y siempre he contestado lo mismo: no las hay.
Lo que sí es imprescindible es saber que hacer poesía es un OFICIO ARTESANAL en el que el Poeta debe conocer que no basta con plasmar a borbotones ese sentimiento que, convertido en palabras, se traspasa al papel a trompicones, aceleradamente, acosados por la ansiedad en la que se nos pierden palabras esenciales, trasladando a esas palabras la clave de lo que queremos decir, sin apercibirnos que cada palabra, en sí misma, carece de sentido, porque no es sino una pieza que debe encajar armoniosamente en el conjunto. Lo importante es el conjunto; no sus elementos. Lo esencial es la casa, no cada ladrillo o cada piedra con la que se construye.
Quizá el quid del buen hacer poético esté en esa idea de conjunto arquitectónico, donde los CIMIENTOS estarían en una sólida formación lingüística. LA FACHADA respondería a la capacidad de combinación de elementos constructores de manera armoniosa. Y la CONSUMACIÓN demandará una ineludible capacidad de revisión y remate preciosista. No vale con ser un buen “arquitecto” si no se tiene una buena técnica de albañilería, carpintería, ferrallería, etc.
EN DEFINITIVA: SER POETA ES SER UN ARTESANO.
Hay que tener de origen buena materia prima (PULSIÓN POÉTICA). Y hay que adquirir la HABILIDAD suficiente (oficio) para administrar, tornear, modelar, someter y pulir esa materia prima que es la APTITUD ESPONTÁNEA (connatural) mediante una ACTITUD LABORIOSA (adquirida).

Tomo como ejemplo versificado este poema de Goytisolo, al tiempo que recomiendo la lectura de Gastão Santana Franco da Cruz

EL OFICIO DEL POETA
de José Agustín Goytisolo

Contemplar las palabras
sobre el papel escritas,
medirlas, sopesar
su cuerpo en el conjunto
del poema, y después,
igual que un artesano,
separarse a mirar
cómo la luz emerge
de la sutil textura.

Así es el viejo oficio
del poeta, que comienza
en la idea, en el soplo
sobre el polvo infinito
de la memoria, sobre
la experiencia vivida,
la historia, los deseos,
las pasiones del hombre.

La materia del canto
nos lo ha ofrecido el pueblo
con su voz. Devolvamos
las palabras reunidas
a su auténtico dueño.

En CasaMagica. En un 11 de Agosto de 2018

viernes, 3 de agosto de 2018

¿MIEDO A DECIRLO? ¿POR QUÉ?


63/2018 


Al hilo de una lúcida publicación de mi siempre admirado Benhur Sánchez Suárez.

¿MIEDO A DECIRLO? ¿POR QUÉ?



Tengo mis ideas políticas. ¡Claro que las tengo! Confusas (es decir:  ausentes de casi toda rigidez del “para-siempre”), pero las tengo. Como tengo mis ideas trascendentales, que hay quien identifica con las “religiosas”. Tampoco estas últimas son especialmente arraigadas e inmutables; pero son las mías.

Tanto en lo político como en lo religioso intento -y a veces hasta lo consigo- huir de dogmas tan tontorrones como los que llevaron al borde de la hoguera a Galileo Galilei, para tener que acabar desdiciéndome de la tontorronería del dogma, como intento evadirme del encantamiento de los líderes de mercadillo, inquisidores de cualquier cosa que brille; pero, sobre todo, trato de evitar hacerme eco de esos tonillos petulantes que puedan interpretarse como descalificadores de/contra una persona concreta.

¡Quién soy yo para descalificar a nadie!

Y menos para provocar el aplauso o aplaudir la descalificación direccional. 





Por eso, en lo político y en lo religioso, huyo de expresarme o posicionarme públicamente, sabedora como soy de que existe siempre al acecho un coro de ociosos, especialmente adictos (y adeptos) a la bronca, siempre a la espera de que alguien encienda una mechita de nada para armar un infierno en el que quemar -pobres inquisidores trasnochados- al primero que se atreva a ir contra corriente.

Sin embargo, con las debidas cautelas asépticas, (porque la maledicencia es especialmente contagiosa) no eludo contemplar esas orgías devastadoras, siquiera sea para reafirmarme en lo que intento no caer ni siquiera por equivocación: LA ENVIDIA.

Mi profesión me llevó a confirmar que, tras una gran parte de los conflictos (de cualquier tipo, pero, sobre todo, el conflicto con uno mismo), se esconden profundas frustraciones ancladas en LA ENVIDIA, ese sentimiento dañino que destruye a quien no está dispuesto a desenmascararlo en lo más íntimo del ser y erradicarlo tenazmente.

Una de las manifestaciones más perversas de la ENVIDIA es LA INSIDIA: esa manera larvada (o abiertamente hostil) de la que se valen algunas personas especialmente desgraciadas, y de manifiesta indigencia emocional, lanzando andanadas de sospecha sobre cualquier iniciativa fuera de lo común o sobre cualquier triunfo ajeno.  Por eso, y a estas alturas de la vida, huyo (o trato de hacerlo) de quienes se convierten en pregoneros de la duda maliciosa, y aún creen que tienen tiempo para transmutarse en diosecillos descalificadores del éxito ajeno.

Cada vez me convenzo más de que yo nací para ALABAR EN PÚBLICO lo que considero alabable, por mínimo que sea y venga de quien venga; para CALLAR DISCRETAMENTE cuando algo supera mi capacidad de comprensión; y para DECIRLE EN PRIVADO a quienes estimo aquello que me inquieta de ellos, no porque mi criterio sea mejor, sino para poder entender el suyo.

Me niego a querer mostrarme circunstancialmente ingeniosa, discutiendo en foros públicos con arrogantes discutidores profesionales instalados en la creencia inamovible y vocinglera.

Me niego a descalificar el triunfo de nadie.

Me niego a irrumpir en esos campos de batalla donde las ociosas hordas de siempre se dejan manejar por los más indiscretos, para escarnecer a una víctima previamente señalada por el dedo de intereses bastardos, haciendo gala de “a ver quién insulta más, mejor y con volumen más alto para contentar a la jauría y ser aceptado en la manada”.

Me niego a dejarme arrastrar por la arenga; pero, sobre todo, a convertirme en arengadora.

Me niego a competir en ignominia contra nadie.

Me niego a condenar. Y menos en nombre de Dios o de la patria.

Para esa tarea ya están los envidiosos, fácilmente identificables con juegos más que experimentados.

(Haced la prueba que se propone ahí abajo. Os sorprenderá)


elpais.com

Formamos parte de una sociedad que tiende a condenar el talento. Uno…
Principio del formulario

Final del formulario
https://scontent-mad1-1.xx.fbcdn.net/v/t1.0-1/p80x80/21231602_1645284495482890_5899772758705482441_n.jpg?_nc_cat=0&oh=0b48a32a83df8c8e471736766744655d&oe=5C107BC4

ELENA CAMY RUS EN MI MEMORIA

  (Moribundarios)   Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar que es el morir Jorge Manrique. 83/2024 A mi lado, −co...