VA DE...Batiburrillo literario

miércoles, 12 de abril de 2023

VIAJE DE IDA Y VUELTA CON PENÉLOPE

 

 22/2023

La radio se ha quedado muy viejuna

−pienso−

con esa cancioncilla de Serrat, que descarrila

igual que una distancia sin barrera.

 

Mientras tanto,

estaba yo pensando esta mañana

(algo así debe ser lo de estar viva)

que aquella vez

en la que me pusieron calcetines de hilo de perlé

se me quedó olvidada sobre un banco

de la estación de tren que fue la adolescencia

recién almidonada

en medio del recuerdo de un muchacho

de pantalones largos domingueros.

 

Hecha a ir de bureo a cualquier trance,

he ido a la taquilla

(¿por qué no?)

dispuesta a un viaje de regreso.

Pero el viejo factor de la estación,

entumecido, y un poco desconchado

en la placa colgada de un recuerdo de la sala de espera

me ha dicho: no hay billetes.

 

La herrumbre en los raíles oxidados

pesa ya mucho más que el desaliento.

 

Y aquí me tienen hoy, como a Penélope.

 

En CasaChina. En un 12 de Abril de 2023

 

Porque ya nunca habrá otro 12 de Abril de 2023, te escribo, Abril, con mayúscula.

martes, 11 de abril de 2023

ESPACIO LIBRE DE JUICIOS Y DE JUECES (...de secano)

 

(¿Malos humos?)

A FRAN MIRANDA. Que, con cuatro palabras de nada, me ha alegrado el día.

 

Algo así como ofrecerle a un ahumado un espacio libre de humos. Esa es la imagen que se me ha venido a la mente mientras leía tus líneas, Fran, esas que nos ofrece hoy el DIARIO JAÉN de andar por casa.

Quisiera dejar claro que este Fran Miranda, del que solo conozco esa imagen con la que se asoma a la ventanilla de la foto de su columna periodística, me ha alegrado el día nada más arrancar la lectura:

Cuando alguien no te juzga y te acepta tal y como eres, sientes que estás como en casa.

¿Se puede decir algo más lúcido?

Claro que eso de “estar como en casa” no es lo mismo que lo de “andar por casa”. ¿O sí…?

Veamos:

¡Estar como en casa! ¡Hummm!

Una se imagina de repente al “colegui” en plan juez-de-vacaciones, con barba de fin de semana, y en gayumbos, −que aquí, entre nosotros, es el atavío menos apropiado para ponerse puñeteramente “estupendo”−, echándose a juzgarme con sus propios códigos, como quien se echa el fusil a la cara dispuesto a disparar (con “erre” de herrado) un disparate (sin “erre” de errado), al que una servidora, en fuego cruzado de “alpargatas de andar por casa”, responda un “anda-que-tú” de tiro en la nuca. Y la guerra de “yoes” y “tues” esta servida en la intimidad de un andar por casa especialmente hecho para jueces de secano.

Vaya, que lo de “estar como en casa” no siempre resulta la mejor elección. Pero las hay peores, como tú, Fran, sugieres con tanta habilidad, aunque esas no sean elecciones propias. Como, por ejemplo, la de sentarse en el banquillo del gritón “usted-se-calla-y-habla-cuando-yo-le-diga”, y, ya en función “señalado-por-el-dedo-de-la-Ley”, no le queda otra que morderse la dignidad y la afrenta como mejor se pueda, amagar la cabeza, cerrar los ojos para no ver los vaqueros deshilachados que le asoman al “OrlandoFurioso” por debajo de la toga o del hábito, y acabar imaginándoselo en gayumbos, como un cualquiera sin puñetas a quien lo de “estar como en casa” se la refanfinfla y solo le vale para dejarse barba de dos días y los dientes sin cepillar.

Pero, volviendo al articulista, me quedo con ese cierre divino en el que nos advierte:

“La sociedad impone un modelo difícil de romper, pero no imposible. La vida y la felicidad serány perdona, Fran, por añadir y enfatizar esa puñetera “n” final− de los que se atrevan a resquebrajarlo para que, de entre sus grietas, salga la luz, libre de juicios y de jueces”.

Pues eso, querido Fran, que gracias por tan esperanzadora sugerencia. Vamos a romper moldes. Vamos a echarnos todos a resquebrajar modelos de dedo de señalar, aunque solo sea porque, cada vez que apuntamos a alguien con un dedo acusador, hay tres dedos cerrados que nos están apuntando a nosotros como vigas en ojo propio, y vamos a escarbar en nuestras propias grietas, a ver lo que encontramos sin que se nos salten las lágrimas.

Lo cual que eso que sugieres me recuerda a aquellas flores de amargón nacidas entre las grietas del asfalto de la pandemia y que le dieron nombre a mi poemario <FLORES QUE DABAN GRITOS>, y título a uno de sus poemas que he decidido dedicarte, en compensación por el “espacio-sin-malos-humos” que nos ofreces hoy:

En CasaChina. En un 11 de Abril de 2023

FLORES QUE DABAN GRITOS

48/2021

De cuando la pandemia

Nadie las escuchaba.

(Todavía)

Cuando afloraron

al urbano estupor de su nacencia

había mucho ruido de tráfico rodado.

(Y ruedas de molino

con las que comulgábamos ingenuos

antes de apostatar y descreernos

de tanta enormidad enmudecida).

Pero estaban allí.

Estaban.

Eran

breves consternaciones amarillas

gritando de pavor,

brotando en una grieta de ese asfalto

que le pone crespones circulares

a la plaza de toros de Las Ventas.

Eran −según dijeron−

descendientes legitimas

de un pendenciero diente de león del Buen Retiro

(el patio de recreo madrileño)

que voló sus cometas de pelusas

el verano anterior a la pandemia.

Era marzo.

O, por mejor fijar el día preciso,

era un trece de marzo

sin banda de clarines y timbales que advirtieran

la hora de la muerte,

la vuelta de la vida a los chiqueros.

 

Sólo algunos tambores destemplados

ronqueaban las calles sin sereno

sofocando rumores florecidos.

 

Y nadie imaginaba todavía

que apenas unos días

más tarde

se escucharía el grito de las flores

lidiándole al escándalo urbanita.

un turbador silencio urbanizado.

 

En CasaChina.  En un 24 de Mayo de 2021

 

domingo, 9 de abril de 2023

YO SOY

 

(O del ahínco de ser, aunque no haya con quién)

39/2023

    Estaba una servidora ayer mañana como distraída, escuchando la radio, −por aquello de que en semejante tarea solo hay que aplicar el oído, dejando a los ojos libres de servicio para lo que se les antoje−, cuando se escucha la frasecilla de marras atribuida al tal Toronjo:

    "Todo el que dice, 'yo soy', es porque no tiene a nadie que le diga: ¡tú eres!" "Mantenerse. Lo difícil es mantenerse”.

    La cosa da que pensar. El “Yo-soy” es una cantinela −locución verbal que dirían los finolis− tan propia de los que nos dedicamos a lo de juntar letras que, por mucho que irrite al principio, acaba por causar la misma ternura que lo que algún maestro del husmeo dejó dicho sobre lo de leer El Quijote: “Primero se recibió con una carcajada; luego, con una sonrisa. Finalmente, con una lágrima”.

“Yo soy…”, “yo he escrito…”, “yo he ganado el premio…”, “yo soy la pluma más vendida…”, “yo…, yo…, yo…”. “Yo…, yo…, yo…”.

    Yo pienso que va a tener razón el Toronjo: cuando los juntaletras nos encastillamos en el “YO SOY”, suele ser, o porque somos tan jóvenes que el “tú” nos rebosa y no le echamos cuentas, o porque comenzamos a ser tan viejos que nos vamos quedando sin arrimos que nos digan “TÚ ERES” sin hacer amago de echarse la mano a su propio “YO SOY” de estraperlo recién garrapateado en una cuartilla y guardado en el bolsillo interior. (Por cierto, recuérdenme que otro día les cuente la historia del estraperlo).

        Yo, como tantos otros colegas de folio en blanco, lo intento con todas mis fuerzas, y reniego, −bien es cierto que sin mucho éxito−, del “YO-SOY”, como de la mismísima peste, por aquello de ahorrarme lo de la carcajada/ sonrisa/ lágrima. Pero una y otra vez me sorprendo con el dichoso “YO-SOY” de las narices saliendo de debajo de las idem como vapor de olla exprés pasada de hora.

    Entonces, puesta en jarras delante del espejo de reírme de mí sombra, me compunjo (¡toma palabro tan “yo”!), y me fustigo sin piedad con un imaginario chicote de trasnochado cauchero congolés, hasta que caigo en la cuenta de que el reniego del Toronjo pudiera ocultar más sabiduría de lo que pareciera a primera vista, y tener en sus dobleces un doble sentido digno de ser meneado con tiento: si repito tanto el literaturiero y cansoso latiguillo del “YO-SOY”, será porque no me van quedando tantos que me digan un “TÚ-ERES” en condiciones que me invite a seguir por estos pagos.

    Lo cual que eso me lleva a husmear con urgencia de buscadora de oro aquella vieja canción de Mercedes Sosa: “SOY PAN, SOY PAZ, SOY MÁS”, con la que aprendí de la maestra Cristina Carrero a arrancar algunas veces las sesiones de Mediación para legitimar y reforzar la confianza de nuestro alumnado en su propia esencia desde la mismidad.

    Y, como toda reafirmación propia reclama un rito de refuerzo, me pongo a pensar en la mejor manera de reafirmarme YO-MISMA como ser existente y longevo, sin necesidad de tener que darle la tabarra a los “YOSES y TUSES” de mi entorno.

    ¡Ya lo tengo! −le digo con infinita paciencia a la “YO” que me habita, me contempla y se me sale por los ojos desde el espejo del cuarto de baño: Vete a tu blog, mira en el ángulo superior izquierdo, y pincha donde dice “seguir”.

    ¡Lo he hecho!

    Ya SOY mi propia seguidora. Y quien me lee con más parsimonia, curiosidad y… benevolencia.

    ¿Que no se lo creen?

    Pues, pónganse en marcha y sigan las señales: pinchen en la imagen que ilustra este mensaje; entren en mi blog −el que lleva ese revelador y “advirtiente” nombre de “VA DE…BATIBURRILLO LITERARIO”− https://soco-marmol.blogspot.com/ −. Busquen en el ángulo superior izquierdo el letrero que dice “seguir”; pinchen en ese perentorio y desatendido “seguir” mientras comprueban de reojo que allí, entre los más bien escasos seguidores que puedan decirme “TÚ-ERES”, me encuentro YO.

    Después, si a bien lo tienen, mándenme un misericordioso “TÚ-ERES” que me exima de esta necesidad sin fronteras de decir y repetir “YO-SOY” para asegurarme que SIGO-SIENDO.

        Y luego, como en lo de la tarea de crear el mundo, descansen. Que hasta el mismísimo Dios se tomó un descanso después de meterse en lo de fabricar TUSES.

¡Manténganse!

        Como YO-MISMA trato de mantenerme.

    (A que va a ser verdad que, como dice el Toronjo, “…lo difícil es mantenerse…”).

En CasaChina. En un 9 de Abril de 2023


viernes, 7 de abril de 2023

JAENEANDO EN UN VIERNES SANTO DE 2023

37/2023

  Tengo yo un autonominado “cronista” −Juan Cano Pereira−, a quien, nada más postularse el pobretico mío para tan futuro cometido (¡ojalá que sea muy futuro todavía!), se agarró una servidora a la susodicha postulación como a un clavo ardiendo. A ver qué iba a hacer si no. No se levanta una todos los días con la oferta de semejante buena pluma a su disposición, sin que la amortización personal necesaria, aunque incierta, sea un estorbo para tan principal privilegio.

        Tengo yo también, y por otra parte, la suerte de que el periódico de mi tierra, EL DIARIO JAÉN, les dé cuartelillo de vez en cuando a mis facundias literarias con una generosidad propia de todo lo que tiene que ver con mi tierra y conmigo; lo cual que ello me obliga a poner una alerta en mi blog para que mi ya mencionado cronista vaya teniendo cosas que contar y material a su disposición para cuando llegue su (mi) hora.

        Hoy, Viernes Santo de 2023, el referido periódico da “dos por el precio de uno”, −mi amiga argentina, Cati Cobas, tiene una palabreja muy bonaerense para estos casos− y, además de incluir en su página 33 una de mis croniquillas (de doble o triple sentido/filo para eso de la comunicación humana), incluye en el especial “Tribuna”, página 75, un poema/romance que escribí allá por 1999 −¡24 años ya!− en una Semana Santa en la que LA PROCESIÓN DEL “ABUELO” me estremeció hasta convertirme en plétora rimada al más puro estilo romance, y que yo le regalé a Juan Espejo, sabiendo de su querencia y sentimiento por las cosas conmovedoras de Jaén.

        Vaya por delante una confesión: por mucho que me flagele y me discipline, no consigo yo agenciarme la virtud de la humildad. Lo digo porque ver mi nombre puesto por escrito, nada menos que en el periódico de mi tierra, y en un doblete prosa/verso, me hincha y me ahueca como se infla un globo de feria.

        ¡Hasta que estalla!, que es lo que estoy procurándome yo en estos mismos momentos subiendo al Blog tanto la croniquilla como el romance al “Abuelo” por si hay algún insensato que no se compre el periódico de hoy, sabiendo como sabe que soy yo la que salgo en los papeles.

        Habrán descubierto ya que lo de utilizar como disculpa de mi falta de humildad a mi futuro cronista, Juan Cano Pereira, no es sino un último esfuerzo para que no se diga que voy pregonándome a mí misma por ahí como las famosas “violetas imperiales”.

        Pero es que, a una, a estas alturas en las que ya está casi saldada en posibles rentabilidades pecuniarias, le entra mucha alegría lo de salir en los periódicos.

        Y mucha ternura.

 En CasaChina. En un Viernes Santo de 2023

 

Ahí van los textos: crónica y romance

 

HAY QUE COMERSE LA CABRA

(o el arte de transformar un conflicto en un banquete)

36/2023

        “Hay que comerse la cabra”. La frase −como tengo escrito en algún sitio que ahora no ubico− se la escuché a un ilustre militar que conocí en otros tiempos en tierras africanas.

        Lo de la perentoriedad en comerse la cabra, según su propio relato, fue una decisión adoptada por él en mitad del desierto, cuando, como oficial al mando de Tropas Regulares, se vio atrapado en un conflicto crítico entre dos soldados: cristiano uno, y celoso dueño de un saco de trigo, y musulmán el otro, amo y señor de una cabra.

        Preciso es llamar la atención sobre esos dos curiosos símbolos: el trigo cristiano y la cabra musulmana. El trigo trae a mi memoria lo de buscarle significativo al refrán de “un grano no hace granero, pero ayuda al compañero”; la cabra musulmana me lleva a otro refrán: “cada uno sabe las cabras que guarda”. Yo empezaría ya a buscarle significados a lo de la complicidad sinérgica de la suma de granos y lo que sugiere eso de que cada cual sabe de lo suyo mejor que nadie.

    Pero volvamos a la historia de lo de comerse la cabra por uebos.

    Contaba el general Cruz que la cabra del musulmán se empicó con el trigo del cristiano de tal manera que, en lugar de utilizar las largas noches del Sahara para el sueño reparador tras las penosas jornadas del desierto −como Dios y Alá mandan−, desertaba ella de la jaima muslime, y se dirigía, taimada, a roerle el yute al saco de trigo cristianado hasta abrir canalillo por el que trasegar su diario celemín de grano nocturno, lo que provocaba las justas iras del amo del trigo, harto como estaba de echarle remiendos a los desgarros de su talego nutricio.

    Una de aquellas noches −que dicen que en el desierto se llenan de más estrellas que granos de arena puedan contarse en el Sahel− lanzó el cristiano un peñonazo contra la cortabolsas con tal puntería que los dientes roedores al animal cayeron a tierra teñidos en sangre cabría.

    No sé si sabrán lo que conocía al dedillo el general Cruz, de no tan alta graduación por entonces: que entre los discípulos de Alá rige la literalidad de otro refrán tajante: el de “diente por diente”, que es algo así como que las deudas de sangre piden su cancelación en sangre, lo que obligaba a su soldado cabrerizo a lapidarle los dientes a quien había causado el alud sanguinario de los piños cabrunos.

    También sabía el joven capitán de Tropas Nómadas que las creencias paradigmáticas no se aplacan con discursos ni órdenes, por muy jerarquizados que sean, sino que se precisa recurrir a rituales capaces de volver las aguas desmandadas a sus cauces. Y no se le ocurrió otra cosa que trocarse en dueño y señor de la ofensa mediante la adquisición del objeto perturbador.

    −Te compro tu cabra, Alí −supongamos que se llamara así.

    −Pero, mi capitán: ¿vas a pagarme tú lo que valdría mi gacela con todos sus dientes en condiciones? (Que nadie se me escandalice por el tuteo; sabido es que los muslimes tutean hasta a su padre, como falangistas o comunistas en pleno mitin).

    −¿Cuánto valía antes?

    −Diez duros.

    −Como estos −respondió el oficial, poniendo encima del destripado saco de trigo uno de aquellos cárdenos billetes con las barbas de Santiago Rusiñol en ristre, billete que el hijo de Mahoma se apresuró a hacer eclipsarse entre las frunces de sus zaragüelles de campaña con una hábil mano izquierda, mientras que con la derecha le alargaba el ronzal a su capitán cerrando tan ventajoso trato.

    Para entonces, toda la tropa había perdido el sueño, y asistía expectante al desenlace de una bronca que el joven oficial convirtió en llamada a fajina: ¡Hay que comerse la cabra! −ordenó nada más tomar posesión de la desdentada víctima, orden que fue acogida con atronadores hurras y lanzamiento de chapiris hacia las estrellas.

    “Si no nos hubiéramos comido la cabra aquella noche −me contó el general Cruz bajo las mismas estrellas en el cielo reducidas a dos de cuatro puntas en sus charreteras− el animal hubiera seguido con los asaltos al saco de trigo de Pepe −pongamos que se llamara así− y mi campaña se hubiera convertido en una guerra de guerrillas familiar sin cuartel”.

    −¿Y se así solucionó el conflicto? −murmuré.

    −¿Solucionarse? No hay mejor solución con una cabra loca comiendo trigo ajeno en mitad del desierto que convertirla en una tajada a repartir entre todos en torno al fuego.

 En CasaChina. En un 5 de Abril de 2023

 

 ¡VIVA EL ABUELO!

Viernes Santo 1999

Jaén se cala peineta

con cerro de cantos finos.

Y por mantilla los pinos:

blonda verde siempre inquieta.

Cruz de piedra le sujeta

el borde de la mantilla

resguardada en la toquilla

de “La Mella” gris-violeta.

 

Es Semana de Pasión,

y vestida de “manola”

Jaén, apenada y sola,

prepara su Procesión.

 

Al olivar le ha robado

luz de plata verde y cal,

y para la Catedral

al sol, su manto dorado.

Su rostro de casas blancas,

−ventanas de ojos oscuros−

se recoge entre los muros

de murallas medio mancas.

 

Cuando se asome la luna

por detrás de Sierra Mágina

se va a escribir otra página

de un Cristo verde aceituna.

 

¡”El Abuelo”!

Vive Dios

que nadie ha visto una cara

más pura. Más quebrantada.

Más crispada de dolor.

 

Llega la noche y se espanta.

La gente se arremolina.

Ya sube por la colina

el gemir de mil gargantas.

Con corazón enlutado,

velado en negro pañuelo,

miran salir al “Abuelo”

vencido y ensangrentado.

 

El Cristo se balancea.

Vacila.

Mira a la gente

y alza su maltrecha frente

que la sangre taracea.

Se inclina.

Desciende un poco.

¡Abuelo! −gimen mil voces-.

Y mil brazos, como hoces,

siegan el aire ya loco.

Va y viene el Trono, penoso,

entre la puerta y la Plaza.

Vibra el gentío.

Se alza

un ulular doloroso.

El aire huele a sollozo

rudamente reprimido,

como si fuera un gemido

que brotara de algún pozo

mientras la espera se alarga

al pie de la Catedral.

 

Desde la puerta, un varal

obliga al Trono a que salga.

 

Asoma el Cristo.

Un terror

se le mete por la entraña

viendo la angustia y la saña

bullendo a su alrededor.

Quiere volverse.

Le espanta

beber cáliz tan gregario,

subir de nuevo al Calvario,

en esta Semana Santa.

 

Pero la gente le implora:

¡Abuelo!

¡Viva “El Abuelo”!

 

Tiene que salir.

El suelo

tiembla, ruge, gime, llora.

 

(Qué lejana está la aurora

en la que pueda volver,

envuelto en amanecer,

a olvidar tan negra hora).

 

Está creciendo el fragor

de la llamada doliente.

¡Abueeelooo!

 gime la gente.

¡Abueelooo!

¡Cuánto dolor!

 

Ya está en la Plaza.

 ¡Qué fría

está la noche!

¡Qué oscura

tendrá que ser su andadura

camino de su agonía!

 

Por “La Merced” sube el Cristo.

 

Alguna esquina se asombra

viendo aparecer la sombra

de la Imagen que aún no ha visto.

 

Sigue avanzando “El Abuelo”.

¡Abueeelooo!

 La gente llora

embebida en esta hora

transida de desconsuelo.

 

Amanece.

Huele a cera.

La Procesión peregrina

dobla de esquina en esquina

dejando negra la acera.

 

Avanza el Cristo

 

Y al viento

viejas campanas penosas

ponen terror en las cosas

y sonido al sufrimiento.

 

Un olor de madrugada

se cuelga de alguna almena;

es el eco de la pena

que avanza procesionada.

Tiembla el aire,

se revuelve

de San Felipe a “La Guita”.

La muchedumbre se agita

tras el Trono que se vuelve.

¡Es El Señor!

 (Quién pudiera

parar el amanecer

y confundirse con Él

levantando su madera).

 

Vienen por el Aznaitín

las claridades señuelas

discutiéndole a las velas

su pobreza carmesí.

 

El Cristo,

blanco de pena,

acelera su andadura

buscando la sombra oscura

de su cálida alacena.

Y sólo al amanecer,

ya con el sol asomando,

cierra “El Abuelo”, temblando,

su calvario por Jaén.

 

Llega hasta la Catedral.

Se vuelve.

Vacila un poco.

Envuelve a este pueblo loco

con su mirada final

y siente que está cumplido:

se ha mezclado con su gente

sintiendo su amor urgente.

Su palpitar.

Su latido.

 

De rodillas en el suelo,

−último adiós doloroso−

Jaén se postra penoso

Gritando:

 ¡Viva “El Abuelo”[1]!

 

En Jaén. En un 2 de Abril −Viernes Santo− de 1999

 



[1] “El Abuelo” es entrañable apelativo con el que se conoce en Jaén al Cristo Nazareno que procesiona en Semana Santa.

 

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