37/2023
Tengo yo un autonominado “cronista” −Juan Cano Pereira−, a quien, nada más postularse el pobretico mío para tan futuro cometido (¡ojalá que sea muy futuro todavía!), se agarró una servidora a la susodicha postulación como a un clavo ardiendo. A ver qué iba a hacer si no. No se levanta una todos los días con la oferta de semejante buena pluma a su disposición, sin que la amortización personal necesaria, aunque incierta, sea un estorbo para tan principal privilegio.
Tengo yo también, y por otra parte, la suerte de que el periódico de mi tierra, EL DIARIO JAÉN, les dé cuartelillo de vez en cuando a mis facundias literarias con una generosidad propia de todo lo que tiene que ver con mi tierra y conmigo; lo cual que ello me obliga a poner una alerta en mi blog para que mi ya mencionado cronista vaya teniendo cosas que contar y material a su disposición para cuando llegue su (mi) hora.
Hoy, Viernes Santo de 2023, el referido periódico da “dos por el precio de uno”, −mi amiga argentina, Cati Cobas, tiene una palabreja muy bonaerense para estos casos− y, además de incluir en su página 33 una de mis croniquillas (de doble o triple sentido/filo para eso de la comunicación humana), incluye en el especial “Tribuna”, página 75, un poema/romance que escribí allá por 1999 −¡24 años ya!− en una Semana Santa en la que LA PROCESIÓN DEL “ABUELO” me estremeció hasta convertirme en plétora rimada al más puro estilo romance, y que yo le regalé a Juan Espejo, sabiendo de su querencia y sentimiento por las cosas conmovedoras de Jaén.
Vaya por delante una confesión: por mucho que me flagele y me discipline, no consigo yo agenciarme la virtud de la humildad. Lo digo porque ver mi nombre puesto por escrito, nada menos que en el periódico de mi tierra, y en un doblete prosa/verso, me hincha y me ahueca como se infla un globo de feria.
¡Hasta que estalla!, que es lo que estoy procurándome yo en estos mismos momentos subiendo al Blog tanto la croniquilla como el romance al “Abuelo” por si hay algún insensato que no se compre el periódico de hoy, sabiendo como sabe que soy yo la que salgo en los papeles.
Habrán descubierto ya que lo de utilizar como disculpa de mi falta de humildad a mi futuro cronista, Juan Cano Pereira, no es sino un último esfuerzo para que no se diga que voy pregonándome a mí misma por ahí como las famosas “violetas imperiales”.
Pero es que, a una, a estas alturas en las que ya está casi saldada en posibles rentabilidades pecuniarias, le entra mucha alegría lo de salir en los periódicos.
Y mucha ternura.
En CasaChina. En un Viernes Santo de 2023
Ahí van los textos: crónica y romance
HAY QUE COMERSE LA CABRA
(o el arte de transformar un conflicto en un banquete)
36/2023
“Hay que comerse la cabra”. La frase −como tengo escrito en algún sitio que ahora no ubico− se la escuché a un ilustre militar que conocí en otros tiempos en tierras africanas.
Lo de la perentoriedad en comerse la cabra, según su propio relato, fue una decisión adoptada por él en mitad del desierto, cuando, como oficial al mando de Tropas Regulares, se vio atrapado en un conflicto crítico entre dos soldados: cristiano uno, y celoso dueño de un saco de trigo, y musulmán el otro, amo y señor de una cabra.
Preciso es llamar la atención sobre esos dos curiosos símbolos: el trigo cristiano y la cabra musulmana. El trigo trae a mi memoria lo de buscarle significativo al refrán de “un grano no hace granero, pero ayuda al compañero”; la cabra musulmana me lleva a otro refrán: “cada uno sabe las cabras que guarda”. Yo empezaría ya a buscarle significados a lo de la complicidad sinérgica de la suma de granos y lo que sugiere eso de que cada cual sabe de lo suyo mejor que nadie.
Pero volvamos a la historia de lo de comerse la cabra por uebos.
Contaba el general Cruz que la cabra del musulmán se empicó con el trigo del cristiano de tal manera que, en lugar de utilizar las largas noches del Sahara para el sueño reparador tras las penosas jornadas del desierto −como Dios y Alá mandan−, desertaba ella de la jaima muslime, y se dirigía, taimada, a roerle el yute al saco de trigo cristianado hasta abrir canalillo por el que trasegar su diario celemín de grano nocturno, lo que provocaba las justas iras del amo del trigo, harto como estaba de echarle remiendos a los desgarros de su talego nutricio.
Una de aquellas noches −que dicen que en el desierto se llenan de más estrellas que granos de arena puedan contarse en el Sahel− lanzó el cristiano un peñonazo contra la cortabolsas con tal puntería que los dientes roedores al animal cayeron a tierra teñidos en sangre cabría.
No sé si sabrán lo que conocía al dedillo el general Cruz, de no tan alta graduación por entonces: que entre los discípulos de Alá rige la literalidad de otro refrán tajante: el de “diente por diente”, que es algo así como que las deudas de sangre piden su cancelación en sangre, lo que obligaba a su soldado cabrerizo a lapidarle los dientes a quien había causado el alud sanguinario de los piños cabrunos.
También sabía el joven capitán de Tropas Nómadas que las creencias paradigmáticas no se aplacan con discursos ni órdenes, por muy jerarquizados que sean, sino que se precisa recurrir a rituales capaces de volver las aguas desmandadas a sus cauces. Y no se le ocurrió otra cosa que trocarse en dueño y señor de la ofensa mediante la adquisición del objeto perturbador.
−Te compro tu cabra, Alí −supongamos que se llamara así.
−Pero, mi capitán: ¿vas a pagarme tú lo que valdría mi gacela con todos sus dientes en condiciones? (Que nadie se me escandalice por el tuteo; sabido es que los muslimes tutean hasta a su padre, como falangistas o comunistas en pleno mitin).
−¿Cuánto valía antes?
−Diez duros.
−Como estos −respondió el oficial, poniendo encima del destripado saco de trigo uno de aquellos cárdenos billetes con las barbas de Santiago Rusiñol en ristre, billete que el hijo de Mahoma se apresuró a hacer eclipsarse entre las frunces de sus zaragüelles de campaña con una hábil mano izquierda, mientras que con la derecha le alargaba el ronzal a su capitán cerrando tan ventajoso trato.
Para entonces, toda la tropa había perdido el sueño, y asistía expectante al desenlace de una bronca que el joven oficial convirtió en llamada a fajina: ¡Hay que comerse la cabra! −ordenó nada más tomar posesión de la desdentada víctima, orden que fue acogida con atronadores hurras y lanzamiento de chapiris hacia las estrellas.
“Si no nos hubiéramos comido la cabra aquella noche −me contó el general Cruz bajo las mismas estrellas en el cielo reducidas a dos de cuatro puntas en sus charreteras− el animal hubiera seguido con los asaltos al saco de trigo de Pepe −pongamos que se llamara así− y mi campaña se hubiera convertido en una guerra de guerrillas familiar sin cuartel”.
−¿Y se así solucionó el conflicto? −murmuré.
−¿Solucionarse? No hay mejor solución con una cabra loca comiendo trigo ajeno en mitad del desierto que convertirla en una tajada a repartir entre todos en torno al fuego.
En CasaChina. En un 5 de Abril de 2023
¡VIVA EL ABUELO!
Viernes Santo 1999
Jaén se cala peineta
con cerro de cantos finos.
Y por mantilla los pinos:
blonda verde siempre inquieta.
Cruz de piedra le sujeta
el borde de la mantilla
resguardada en la toquilla
de “La Mella” gris-violeta.
Es Semana de Pasión,
y vestida de “manola”
Jaén, apenada y sola,
prepara su Procesión.
Al olivar le ha robado
luz de plata verde y cal,
y para la Catedral
al sol, su manto dorado.
Su rostro de casas blancas,
−ventanas de ojos oscuros−
se recoge entre los muros
de murallas medio mancas.
Cuando se asome la luna
por detrás de Sierra Mágina
se va a escribir otra página
de un Cristo verde aceituna.
¡”El Abuelo”!
Vive Dios
que nadie ha visto una cara
más pura. Más quebrantada.
Más crispada de dolor.
Llega la noche y se espanta.
La gente se arremolina.
Ya sube por la colina
el gemir de mil gargantas.
Con corazón enlutado,
velado en negro pañuelo,
miran salir al “Abuelo”
vencido y ensangrentado.
El Cristo se balancea.
Vacila.
Mira a la gente
y alza su maltrecha frente
que la sangre taracea.
Se inclina.
Desciende un poco.
¡Abuelo! −gimen mil voces-.
Y mil brazos, como hoces,
siegan el aire ya loco.
Va y viene el Trono, penoso,
entre la puerta y la Plaza.
Vibra el gentío.
Se alza
un ulular doloroso.
El aire huele a sollozo
rudamente reprimido,
como si fuera un gemido
que brotara de algún pozo
mientras la espera se alarga
al pie de la Catedral.
Desde la puerta, un varal
obliga al Trono a que salga.
Asoma el Cristo.
Un terror
se le mete por la entraña
viendo la angustia y la saña
bullendo a su alrededor.
Quiere volverse.
Le espanta
beber cáliz tan gregario,
subir de nuevo al Calvario,
en esta Semana Santa.
Pero la gente le implora:
¡Abuelo!
¡Viva “El Abuelo”!
Tiene que salir.
El suelo
tiembla, ruge, gime, llora.
(Qué lejana está la aurora
en la que pueda volver,
envuelto en amanecer,
a olvidar tan negra hora).
Está creciendo el fragor
de la llamada doliente.
¡Abueeelooo!
gime la gente.
¡Abueelooo!
¡Cuánto dolor!
Ya está en la Plaza.
¡Qué fría
está la noche!
¡Qué oscura
tendrá que ser su andadura
camino de su agonía!
Por “La Merced” sube el Cristo.
Alguna esquina se asombra
viendo aparecer la sombra
de la Imagen que aún no ha visto.
Sigue avanzando “El Abuelo”.
¡Abueeelooo!
La gente llora
embebida en esta hora
transida de desconsuelo.
Amanece.
Huele a cera.
La Procesión peregrina
dobla de esquina en esquina
dejando negra la acera.
Avanza el Cristo
Y al viento
viejas campanas penosas
ponen terror en las cosas
y sonido al sufrimiento.
Un olor de madrugada
se cuelga de alguna almena;
es el eco de la pena
que avanza procesionada.
Tiembla el aire,
se revuelve
de San Felipe a “La Guita”.
La muchedumbre se agita
tras el Trono que se vuelve.
¡Es El Señor!
(Quién pudiera
parar el amanecer
y confundirse con Él
levantando su madera).
Vienen por el Aznaitín
las claridades señuelas
discutiéndole a las velas
su pobreza carmesí.
El Cristo,
blanco de pena,
acelera su andadura
buscando la sombra oscura
de su cálida alacena.
Y sólo al amanecer,
ya con el sol asomando,
cierra “El Abuelo”, temblando,
su calvario por Jaén.
Llega hasta la Catedral.
Se vuelve.
Vacila un poco.
Envuelve a este pueblo loco
con su mirada final
y siente que está cumplido:
se ha mezclado con su gente
sintiendo su amor urgente.
Su palpitar.
Su latido.
De rodillas en el suelo,
−último adiós doloroso−
Jaén se postra penoso
Gritando:
¡Viva “El Abuelo”[1]!
En Jaén. En un 2 de Abril −Viernes Santo− de 1999
[1] “El Abuelo” es entrañable apelativo con el que se conoce en Jaén al Cristo Nazareno que procesiona en Semana Santa.
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