VA DE...Batiburrillo literario

lunes, 16 de marzo de 2020

ABRE EL BALCÓN Y EL CORAZÓN


(Croniquilla del Viruso Coronado – 5)

          En estas noches claras de Madrid, tan escasas de barullos callejeros como abundantes en silencios, anda la gente a la espera de que los relojes se metan en lo oscuro de las ocho de la tarde para salir al balcón a aplaudir o a lo que sea.
          Y es que lo de estar emparedados está bien para fantasmas, pero no para criaturas en carne mortal.
          Lo de salir al balcón va en nuestra genética.
          Vienen a mi memoria, por poner un ejemplo, la leyenda de Catalina González, aquella muchacha hermosa y jaranera que vivió en la Calle Segovia en el Madrid de los Austrias y que, llegada la caída de la tarde, salía a su balcón luciendo una belleza insultante, capaz de enloquecer de celos a las legítimas menos agraciadas. Portaba la muchacha de mi leyenda una pandereta que enloquecía de otra cosa a los hombres que acudían a su llamada sandunguera. Así siguió la moza con su toque de pandero vespertino hasta que un buen día apareció muerta de muy mala manera, sin que su nuevo estado de cuerpo presente impidiera que su ectoplasma siguiera repicando la pandereta de marras.
          Según me cuentan, ahí sigue, dale que dale al pandero, aunque últimamente esté ella (o lo que de ella queda) como resentida y quejumbrosa por el plagio del que dice ser víctima con esto del Viruso Coronado.
          Hablando de panderetas y de balcones, y dando marcha atrás hasta mis tiempos de primera juventud, recuerdo cómo repicaba mi corazón, sin remiendos por entonces, cada vez que escuchaba la pandereta de La Tuna, precursora de aquella cancioncilla que solo él y yo sabíamos que era para mí, aunque en el balcón del colegio de la calle Zurbano, 42 nos apretujáramos una docena o más de colegialas:
En esta noche clara de inquietos luceros
lo que yo más quiero te vengo a decir.
Abre el balcón y el corazón,
siempre que pase la ronda
mira mi bien que yo también tengo una pena muy honda.
Para que estés cerca de mí te bajare las estrellas
y en esta noche callada de toda mi vida será la mejor.
       
Cómo no sería de intenso, dulce, desesperado e imposible aquel amor de primera juventud, que me trastornó la cabeza hasta el extremo de olvidar el nombre del que cantaba para mí.

Claro que en mi pueblo, Bedmar, aunque no tuviéramos tuna, teníamos a una pandilla de mozuelos tales como Simón el barberillo, Juan María el correo, y dos o tres más bandurrieros que eran una gloria cuando salían de serenata.
De eso han pasado demasiados años como para poder olvidarlo.  
Ahora solo olvido lo reciente, como sacar el pan del horno antes de hacer carbón de harina. Así que volvamos a poner por escrito lo de ahora para que no se me olvide.

       Los balcones, referente espiatorio de estas calles nuestras, seguirán aplaudiendo en estos días a los incansables y agotados combatientes sanitarios del dichoso Viruso Coronado, que al parecer es el único que tiene licencia para recorrer las calles que en otros tiempos recorrieron los pasos de Semana Santa, las charangas carnavaleras, las llamas de los ninots; o el personal de a pie que ahora cuelga de los balcones.
       Las panderetas y las palmas desde los balcones, en estos días en que soplan vientos negros, servirán de disculpa a los nuevos poetas para tratar de escribir algún romance semejante al de nuestro Poeta Granadino:
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
Ahora, cada noche, cuando a eso de las ocho de la tarde comienzan a entreabrirse las puertas de ventanas y balcones, me acomete un instantáneo miedo a que la letra de las canciones colgadas de las fachadas imite la parte más triste del romance de Lorca:

Preciosa tira el panadero
y corre sin detenerse.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.
      
Esta gente de los balcones de Madrid se parece mucho más a la panderetera de la calle Segovia que al miedo del poema de Lorca.
       Y Madrid lo sabe.

       Y el mundo lo sabe.

       Lo que no sabe Madrid es cuántas personas más caerán bajo el mandoble del Viruso Coronado; pero es algo que tampoco teme en exceso. Porque, ya sean personas, ya sean fantasmas, esta gente nuestra seguirá haciendo sonar sus panderos −sus “lunas de pergamino”−, sus voces esperanzadas para decirle a los que se queden:
       “Ya lo veis. Lo de poder salir a las calles es algo que nadie podía pensar que fuera tanto.
Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento furioso muerde.

       Saldremos a la calle.
       Y le cantaremos a los fantasmas del Viruso Coronado un “sal al balcón” lleno de todo lo que de momento no tenemos.

Recluida en CasaChina. En un 17 de Marzo de 2020

DE CALLES VACÍAS y de CAMINO VIEJO


 29/2020
(Croniquilla del Viruso Coronado)
        Aprovechando que vivo en un bajo con jardinillo, aplico la oreja a la valla, a ver que se cuece por ahí afuera, y la calle me devuelve un mutismo como de funeral. Entonces me pregunto yo por el Camino Viejo de mi pueblo y su habitual jaranería.
¿Será posible que se haya vaciado hasta el Camino Viejo de Bedmar?
Qué iguales y vulnerables nos hacen los infortunios…
       El viejo Camino Viejo de Bedmar, cuando era nuevo fue una paradoja, una discrepancia arquitectónica irreconciliable entre sus dos orillas que ya nadie recuerda; ni siquiera yo misma, que, a pesar de los años, tampoco lo conocí de otra manera que como Camino Viejo.
       Quiero decir que a un lado −que, según se mire, como podremos ver, tanto podía ser el de la izquierda como el de la derecha−, había casas de tapial, rasilla y tejado; y al otro no había más que cuevas excavadas en esa ladera del Pelotar, ese mogote pedregoso,  remate de la Serrezuela, que baja a trompicones desde la derecha o desde la izquierda −según se mire− de Peña Marta, y va a morir allí donde la balumba de casas hincó sus majanos.
Cuevas en Bedmar

       Bueno será, antes de seguir adelante, que podamos entendernos en lo de “la derecha” y la “izquierda”, porque me pienso yo que pudieran confundirse mis intenciones cuando se mientan semejantes palabras. Y para entendernos, nada mejor que echar mano de la cancioncilla inmemorial que todos conocemos, donde se mienta al Barranquillo, la casería donde pasé gran parte de mi infancia:
Por detrás de la torre
se va al castillo.
Por el Camino Viejo
al Barranquillo
ole pum.
El Barranquillo
        Como puede verse, la ruta no tiene pérdida ni malas intenciones: si por el Camino Viejo se va (iba) al Barranquillo, la cosa está clara: es que se va (iba) desde el pueblo hasta la casería, de manera que a la derecha quedaban las casas y a la izquierda las cuevas. Y uso bien el tiempo verbal en pasado simple (quedaban) viendo cómo, en el presente, se han combinado y diluido de tal forma los signos visibles e indumentarios de derechas e izquierdas que ya no quedan andrajos (de los de vestirse) ni cuevas ni recovecos trogloditas donde lamerse resentimientos, salvo algún resto arqueológico, que por otra parte hay proteger para que los que lleguen luego sepan lo que fueron los de antes.
Y elijan.
La cuna de mi infancia
       Hablando  de cosas pasadas, me contó María Cuadros la del Peluso −y ahí está ella para confirmar lo que digo− que desde la puerta de una de aquellas cuevas del Camino Viejo veía ella pasar la calesa en la que mis abuelos venían desde el Barranquillo para ir a misa. Lo cual que esa referencia a mis abuelos nos coloca en el tiempo del que María Cuadros hablaba, teniendo en cuenta que a mi abuelo lo fusilaron en Paracuellos en los primeros días de Noviembre de 1936 cuando se armó la que se armó.
       Mi abuelo, antes de lo de Paracuellos, cuando todavía andaba por Bedmar, contemplando a aquella nenilla que no levantaba un palmo del suelo, dueña y señora de un pelo escarlata más hermoso que una puesta de sol detrás del Aznaitín, de unos ojos color ova por los que le navegaban sus apenas cinco años, y una viveza impropia de su minimez, debió pensar que merecía mejor destino que el que por entonces se les ofrecía a los habitantes de las cuevas de Bedmar.
Y le dijo a mi mama que él me quería llevar a Madrid como cosa propia con escrituras y todo −me contaba María Cuadros, mientras iba llenando un azafate de blandillas, ese dulce tan de Sierra Mágina que ella freía con parsimonia en esa cocina que tiene en el patio de su casa.

María Cuadros la Pelusa y su marido q.e.d.
No indagué yo mucho más sobre el significado de …llevarme a Madrid como cosa propia con escrituras y todo”, porque lo de la Guerra, y las cosas que siguieron a la Guerra dejo una saja en el personal que tal parece que tengamos que seguir pidiendo perdón y pagar por siete generaciones el que nuestros antepasados vivieran a un lado o a otro del Camino Viejo, en una casa o en una cueva, en un cortijillo o en una casería, calzados con botines o con borceguíes.
Lo cierto y verdad es que mi abuelo, al contrario del famoso Mambrú, no se fue a la Guerra, en la que no creía tal cual se había montado, sino que, visto cómo se ponían las cosas en el pueblo, donde ya habías “sacado” a su cuñado, don Fernando Marín, se fue a Madrid, y se refugió en el Hotel Regina, pared por pared como quien dice con el Real Casino. Allí lo apresaron, lo recluyeron en la Cárcel Modelo, y lo condujeron a la muerte colectiva, con un montón más, para dejar en la memoria lo de Paracuellos, una de tantas historias atroces de lo nuestro escrita a golpe de creencias cerriles engranadas a piñón fijo.
Acabada la cosa −que yo creo que sigue sin acabar−, toda la familia de María Cuadros se fue a vivir al Barranquillo, con mi abuela, viuda ella ya, no sé yo si doliente, pero sí con los suficientes arrestos para sacar adelante lo suyo, seguir subiendo a misa en su carrillo por el Camino Viejo, y guardar enclaustrada mi infancia en una cuna de dimensiones inmensas, talla nena de seis años, que hoy está en el dormitorio de invitados de la casa de María Cuadros, donde, hace tres o cuatro años, me recibió a mí durante unos hermosos días en que ella me contaba sin el menor atisbo de resentimiento viejas historias del Camino Viejo y sus dos márgenes, mientras freía blandillas.
Desde mi encierro de Madrid, donde todos, los de este lado, los del otro y los de en medio, estamos recluidos en nuestra particular cárcel modelo común, a causa de esta guerra que nos ha declarado algo tan mínimo como el Viruso Coronado, no puedo por menos que pensar en la fragilidad de las creencias, de las posiciones y de los enconos cuando de verdad hay un enemigo común que nos iguala sin remedio.
¿Cómo estará el Camino Viejo de Bedmar?
¿Estará tan vacío y ocioso como la Puerta del Sol de Madrid?
¿Y María Cuadros?
¿Cómo estará María Cuadros?

Recluida en CasaChina. En un 16 de Marzo de 2020

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