(Mujereando recuerdos en aquel Jaén de mis 18 años)
Este mes toca doblete. Por segunda vez el Diario Jaén me cede un lugarcico en su tercera página dominguera desde el que poder vocear recuerdos, pero, sobre todo, desde el que agasajar a los personajes que hacen de mi memoria un mullido baúl-de los-recuerdos al más puro estilo Karina nuestra de cada día.
Hoy, en mi columna, me ocupo de aquellas pioneras que fueron “Las niñas pum” de los 60; y, como siempre, lo hago según se me indica: en 4000 caracteres, incluidos espacios y excluido título
¿Recordáis lo que suponía para una mozuela de 18 años, y por aquellos años 60 del siglo pasado, que se nos endilgara lo de “ponerse-muy-vista”? Os aseguro que por entonces nos dejamos demasiados pelos en la gatera para que ahora venga alguien a meternos la marcha atrás en la caja de cambios de las mujeres.
Aquí no se ha acabado ninguna fiesta
PONERSE “MUY VISTA”
103/2024
Sigue teniendo Jaén ese vaho, más de villa que de corte, en el que todos se conocen, si no por su nombre sí que “de-vista”, se reconocen como vecinos y se saben al dedillo la vida y milagros del más pintado, sin que ello suponga carga o baldón. Al contrario, revela una celosa manera de cercanía vecinal tan útil frente a esos desmanes que ya en el S. XVIII, llevarían a Jeremy Bentham a idear su famoso panóptico, y que, en la actualidad, se ha consumado con la omnipresencia de los GPS y la red de cámaras callejeras que, con su ojillo fisgón, nos guarda hasta de nosotros mismos.
Más o menos, como entonces, pero sin cableado.
A ver si consigo recordar detalles, y fijar pormenores de aquellos tiempos en los que pasear dieciocho años por las calles de Jaén más de dos días seguidos en semana era suficiente para que se nos pusiera la etiqueta sambenitera del “si-pero”: “Si, la muchacha es apañá, pero…está muy vista”.
¡Ponerse “muy-vista”! Venía a ser algo así como salir a la calle a cuerpo gentil antes de las doce de la mañana, a no ser que el velo de tul bordado en la cabeza mostrara que el destino fuera la misa de la capilla del Sagrario, y no el de cualquier pindonga dispuesta a provocar carrera abajo con unas piernas sin medias, o una falda-tubo sin el forzoso complemento de la faja con ballenas que apretujara y cubriera las pecaminosas formas íntimas a los ojos y a los repizcos de los pobreticos presuntos sementales. Porque, bien mirado, para los cerriles afectos a los “Principios-Fundamentales-del-Régimen[1]”, dentro de la sospecha de “desafección”, unas y otros quedamos reducidos a eso: provocadoras irredentas y sementales sin redención.
Quiero yo hoy rendir homenaje a dos muchachas que ya tengo mentadas por ahí con verdadera reverencia inmemorial, y de las que ni siquiera sé qué fue de ellas. Las llamaban “las-niñas-pum”, porque, fueras a donde fueras, pum, allí estaban ellas, sin molestarse en simular ir a misa de alba, a la plaza del mercado o al campo de “La Victoria” con los correspondientes indicadores: el velo de tul bordado, el cestón de la compra o las famosas wambas de Pirelli. Ellas, espigadas, desenvueltas y sin corsés, iban a lo que iban: respirar aire fresco en unos tiempos demasiado espesos. Y, ya de paso, pararse a tomar el vermut, aunque no fuera salida de misa mayor dominguera, entrando del bracete al sepultado Café Ideal, encima del teatro Cervantes, o en Río Chico, en el callejón conocido como “la senda de los elefantes” por las trompas que se agarraban en tan corto trayecto.
Pero, si había una figura cuyo recuerdo, como al mentor del Piyayo[2], “a mí me da pena/ y me causa un respeto imponente”, es la de “el macho guardián”, aquel NovioOficial obligado a partirse la cara con cualquiera que mirara a su novia mientras tomaban el aperitivo en “La Española” a riesgo de que, de no hacerlo, la novia lo plantara por no sacar la cara por ella y los parroquianos lo tildaran de “consentidor”, que en los del género opuesto era casi tan malo como el de “ponerse-muy-vista”.
Ser mujer de dieciocho o veinte años en aquel Jaén de los años 60 necesitaba de mucho valor para salir a la calle sin cestón, sin wambas, sin velo o sin macho-guardián. Casi tanto como el que tuvo doña Emilia Pardo Bazán para ensañarse con Pérez Galdós con aquel “adiós, viejo chocho” como respuesta al saludo de su tosco amante, “adiós, chocho viejo”.
Visto desde lejos, fueron mujeres como aquellas arrojadas “niñas-pum”, capaces de salir a respirar a pulmón libre, las precursoras de quienes ahora se pasean enseñando cachetes si se les antoja y meneando tetas sin miedo al qué dirán.
Ignoro si tuvieron que pagar algún precio por aquel pionerismo de “ponerse-muy-vistas”. De lo que estoy segura es de que a mujeres como ellas les debemos mucho de lo que tenemos y somos las mujeres de hoy.
[1] Ley Fundamental de 17 de mayo de 1958 por la que se promulgan los principios del Movimiento Nacional.