(Glossas Janduleriensis)
DedicadoA… 91/2025
Quisiera yo revelar hoy, antes de que se me haga más tarde, el porqué de mi codicia en reivindicar como de cosecha propia el término “Ruralismo Prodigioso” para la literatura jaenera en general, y para los escritores de la comarca de Sierra Mágina en especial, que, en estos momentos, tiene su máximo exponente en un nuevo prodigio rural de reciente aparición: un muchacho de apenas 30 años, con gorra y sin petulancias, de nombre David Uclés por más señas, que ha escrito la novela del siglo: <LA PENÍNSULA DE LAS CASAS VACÍAS>. No hay más que poner atención a la frecuencia de apariciones de caras como las del fogón de la cocina de María, en Bélmez, las luminarias y curanderías como las de La hoya del Salobral, santerías como las del Santo Custodio, Minguillos como los de la Almendrera de por encima de la casería de la Fuensucia en mi pueblo, y demás portentos que puedan narrarse o estén aún por narrar, para darse cuenta de que, desde que el mundo es mundo, los prodigios prefieren codearse con la sabiduría congénita y analfabeta de lo popular antes de tener que habérselas con la erudición letrada y aprendida de lo cortesano. Así es Jaén: rural y prodigioso.
Quienes por estas tierras tenemos por costumbre contar cosas más o menos sensatas a golpe de juntar letras, lo sabemos muy bien y desde siempre: los auténticos prodigios sólo germinan, retoñan, florecen y enfrutecen en lo rural; pocas veces o casi nunca en lo urbano.
Lo de ponerle un nombre u otro a esas cosas que pasan en determinados lugares sin deber pasar según la erudición oficial, va en preferencias, coyunturas y distancias, como las que le endilgó el cartel de realismo mágico a la literatura americana del siglo XX.
Para mí tengo que esa querencia sin paliativos del hecho rural fuera la que indujera al maestro Gabriel García Márquez a inventarse un particular Macondo, donde poder apostar a sus anchas a la saga interminable de los Buendía. Y yo, aprendiz de maga remedadora, nacida en tierra de portentos, no quería ser menos, y me inventé allá por 2017 mi insólita Jándula, de donde, a mi manera, intenté exhumar la entereza única de un puñado de mujeres, pobladoras irreales para el común de los mortales, y sólo localizables dentro de los linderos de mi <VIRGO POTENS[1]>, cuyo nombre −hablo del nombre del pueblo imaginario de nuestras respectivas historias, JÁNDULA− vendría a hermanar años después un tan jovencísimo como sensitivo David Uclés en <LA PENÍNSULA DE LAS CASAS VACÍAS>, bien es cierto que él desde la destreza pareja al realismo mágico de Gabo y yo anclada a un eterno “quiero-y-no-puedo”, escasa ya de almanaque que me permita reparar abulias y pasada de años para poder rectificar lo no logrado a su debido tiempo.
Salvadas las distancias de diferencia de talentos, coyuntura vital y tiempo por vivir, −que, como diría MiSanto, haberlas, hailas− al menos puedo afirmar sin temor a errar que ambos, David Uclés, a quien conocí en cuerpo mortal no hace tanto, y yo, a quién conozco más de lo que parece, coincidimos en algo más que llamarle “Jándula” a nuestras respectivas comarcas literarias. Ambos −lo pude ver de reojo en sus ojos de recién homenajeado como “Jienense del año” por el Diario JAÉN− escribimos como si estuviéramos en trance; ambos encajamos nuestro disparejo trance literario con la humildad de quienes saben que la gloria depende de la química, propia y ajena, y, en último caso, viene a ser como las cunicas de una feria de pueblo, que igual que suben, bajan, haciendo vomitar a los más frágiles si van recién comidos y mal dormidos. Y ambos, desde nuestra devoción por la santería creativa invisible, creemos que el único DiosVerdadero de los JuntaLetras es el dios de lo efímero, amo y señor de la pulcritud y la perseverancia.
Pero volvamos a las Jándulas.
La Jándula de mi <VIRGO POTENS> tiene un término municipal de 247 páginas, por lo que, a lo mejor, si llego a saber que se estaban poniendo ya los cimientos fundacionales de pueblo homónimo, acaso sinónimo, tendría que haberme gastado menos ínfulas y haberla llamado como al río de mi tierra, ese que va recogiendo como puede las aguas de Sierra Mágina, y al que le decimos “JANDULILLA”. La Jándula de David Uclés tiene mucha más enjundia territorial. Nada menos que 697 páginas. Así que lo de haberla llamado Jándula, como el río que le presta el nombre, no es más que la mejor manera de reconocerle su tesón, su expansión y su largura.
En cualquier caso, ambos ríos, el Jándula, con su profética etimología de al-Ḥamdu lillāh, (Gracias a Dios), y el Jandulilla, quizá dando menos gracias a Dios que su compadre, van a morir ambos dos en el mismo río. El río grande, el Guadalquivir, aunque el Huno lo aborde por la margen izquierda y el Hotro por la margen derecha, al más puro estilo GuerraCivilista y díscolo de LA PENÍNSULA de nuestro escritor de actualidad, que al final desaguan por idéntico atanor por el que se vertían aquellos versos de Jorge Manrique: nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar que es el morir…
Mi Jándula allí sigue, ufanándose a su manera de haber prescindido de algo tan nuestro como es ese “illa” con el que le bajamos los humos a lo jactancioso hasta dejarlo en Jandulilla.
El Jándula de David Uclés tiene hechuras, cochuras, volúmenes y magnitudes que bien que se merecía un aumentativo aún más rimbombante. Algo así, un poner, como Jadulón.
Cómo no será que, tras más de cuatro
meses a golpe de lectura intermitente al más puro estilo PenélopeTejedora,
de cucharada y paso atrás en butifuera aceitunero, ahora que voy por la página
587, para tratar de consolarme sin TREGUA, y aprovechando que queda
hueco abajo, he escrito de puño y letra:
“Estoy deseando de terminar de leer este libro para volver a empezar a leerlo”.
En CasaChina. En un 5 de Junio de 2025
(PS: sabiendo como sé a estas alturas que David no da puntada sin
hilo, ¿Ya me gustaría a mí, ya, saber por qué David Uclés escribió al final de
la página 587 la palabra "TREGUA"
así, tal cual, en mayúsculas y tachada, como si quisiera desautorizarle el
título al capítulo de igual nomenclatura).
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