No, si ya sé yo que calladica estaría más presentable.
Pero me queman en la boca las palabras, y no sé callarme. ¿O acaso no tenemos
ejemplos de que cualquiera puede sucumbir ante el ofrecimiento casual o amoroso
de un trono?
Conste que, nada más entrarme el hormiguillo de
escribir lo que voy a escribir, se me abren las carnes solo con pensar en el
chorreo que va a caerme encima de la cabeza en cuanto lo cuelgue de esos sitios
en donde todos dicen lo que dicen antes de tenerlo a medio pensar, −suele
pasarme−, algunos leen con la pestuga levantada, dispuestos al zurriagazo, −que
casi nunca me pasa, y, si me pasa, echo la pestuga a la lumbre−, y unos pocos hasta
se paran a pensar en lo que leen por si lo del pensamiento, para hacer bien su
tarea, debiera ser tan complejo como variable, inestable, revisable, y heterogéneo
−que parece que es lo mío−.
¡Ea!; vamos a ello.
Ya sé, ya se: lo que se lleva es ser republicanos de
pensamiento, obra y omisión. Pero mi corazón se me revira hacia la realeza,
no sé si por el brilli-brilli con el que viví en mi infancia de TBO y
palodú lo de los principesos y las principesas de los cuentos de hadas, o
porque, de puro descreída, tiene una la propensión a maliciarse que, si a la
mayoría del personal de genética y casta republicana se le ofreciera ser reyes
o reinas, (siquiera fuere por un día) se le desteñían los colores del
republicanismo visceral antes de que el gallo cantara tres veces.
¡Alto ahí!
Antes de restallar el látigo de siete colas delante de mis
narices, o de soltarme ese improperio que chispea en el aire, "me acojo a
sagrado” como hacían los antiguos, que es lo mismo que acogerse al artículo 20
de la Constitución Española, y exijo que se acabe de leer lo que tengo que
decir. Porque pudiera ser que esta querencia coronil que me nace de los
higadillos tenga sus tintes de democracia, más o menos entendida a mi manera,
que es la única manera −la propia− de creer en la democracia: respetando el
LIBRE PENSAMIENTO y la LIBERTAD DE EXPRESIÓN, sin censura previa ni sostrazo trasero.
Lo de estar echada en remojo en esta querencia monárquica,
por muy cerril que parezca, lo tengo yo más que meditado; de manera que estoy
en condiciones de afirmar que, por muy listos que seamos de nacimiento, siempre
se necesita preparación específica y entrenamiento práctico para desempeñar cualquier
tarea de precisión como es lo de mandar. Y, a más preciosismo en las tareas,
más entrenamiento diario se requiere y menos improvisación es deseable. No se
puede comparar un eventual principiante de cirujano −pongamos por caso− con
alguien a quien se está adiestrando en el manejo del bisturí como si en ello
nos fuera la vida.
Eso mismo es lo que pasa con la monarquía: que, desde
chicos, desde antes de echar los dientes, ya los están entrenando para
contenerse, sujetarse, moderarse, morderse la lengua y el gesto, arbitrar y
hacer de contrapeso entre bandos, sin que se les note la “enritación”.
Sólo con un árbitro coronado desde la pila, y haciendo
equilibrios en la cuerda floja a cada paso, cual desojado −sin H− “PRÍNCIPE
FELIZ” de Oscar Wilde, puedo yo figurarme en el trono de la presidencia del
gobierno a lo verde-botella o a lo morado-hematoma, un decir.
Eso sí: con la conciencia puesta en aquello de: Nos,
que somos tanto como Vos, pero, juntos, más que Vos, os hacemos principal entre
los iguales, con tal de que guardéis nuestros Fueros y libertades”.
Y,
si no, que le pregunten al rey Alfonso IV de Aragón. (Suponiendo que esté en
condiciones de responder).
¿Estamos?
Aunque…en lo de “todos juntos”, tiene una servidora
sus dudas. Más bien andamos revueltos y a vueltas con el Rey.
En CasaChina. En un
14 de Diciembre de 2021